lunes, 29 de junio de 2009

La negociación

En los principios del Contrato Social, la esencia de la democracia y la creencia, muy de boquilla, de la igualdad entre las personas, está el concepto del convenio, un acuerdo inviolable al que se llega de buena fe, intentando comprender la postura del otro y cediendo ambos en las exigencias iniciales. Los convenios colectivos regulan unos mínimos de derechos, deberes y condiciones en las que los trabajadores y trabajadoras se relacionan con las empresas a las que alquilan su fuerza de trabajo y sus capacidades. Todos lo días, algunas empresas intentan violarlos u obviarlos, que es otra forma de violación, y todos los días vemos ejemplos de sacrificios de las platillas por la continuidad de las empresas.
Casi nunca puedo citar un ejemplo de reparto justo de beneficios cuando las cosas van bien. En cambio, todos los días descubro como muchos empleadores, más cuanto más poderosos, confunden descenso de beneficios con pérdidas, asumiendo que las ganancias no se reparten y dando por hecho que las pérdidas, o descenso de los beneficios, hay que transferírselas a los trabajadores y trabajadoras o al estado.
Vuelve a pasar ahora con la negociación de la mayoría de los convenios colectivos, paralizados por parte de la patronal con la crisis global como excusa, para provocar cambios legislativos y laborales que nos retraigan al siglo pasado. Si la cosa va bien, es todo mío y soy un gestor de la leche; si va mal, no soy yo, son las circunstancias, y queda fuera de toda duda que me han de subvencionar y respetar mi derecho a largar a la calle al personal y a pedir que curren igual por menos. Lo llaman ideas, principios, leyes económicas y cosas así, pero no se dejen engañar. Es la falacia neoliberal del mercado libre y a ti que te den, por tonto.
Este tipo de discursos y comportamientos es perfectamente coherente con la política de los grupos de derecha (no solo políticos también sociales) que exigen desesperados el despido libre sin valor para llamarlo así, camuflado en una reforma laboral que termine con varios derechos de los trabajadores y las trabajadoras, y su feroz y vergonzante negativa a subir los impuestos de los más ricos (CiU) y la reducción del gasto público (PP), que es lo único que en los últimos tiempos mantiene emergidos de la pobreza a unos cuantos millones de ciudadanos y ciudadanas.
Se han apresurado a olvidarse de conceptos como la igualdad o la seguridad en el trabajo, menos inmediatos pero igual de importantes que el salario. Que pregunten sino a quienes trabajan en la construcción en las obras de la ciudad durante doce horas seguidas, a nueve euros la hora, sin límite de horas por cada trabajador y, por supuesto, sin regulación: hora trabajada, hora cobrada. Todo legal. ¿Qué seguridad ofrece entonces el casco y los guantes a un albañil en su hora diez y su día siete de tajo? Conceptos como vacaciones, descanso o jornada semanal de 40 horas son cuentos chinos. Estamos en crisis, ya sabes lo que hay, no te obligamos a nada, pero siempre hay gente dispuesta a trabajar más. Está pasando. Pueden preguntar si es que no les pasa a ustedes mismos.
Podríamos buscar ejemplos así hasta 100.000 porque esa es la cifra de trabajadores y trabajadoras por cuenta ajena sin convenio en Aragón que esta semana recordaban en CC.OO, mientras los datos oficiales evidencian lo que las carnes de la mayoría han experimentado hace meses, que se agrandan las diferencias sociales a dos bandos, más ricos y más pobres, mientras la llamada clase media vira a una u otra orilla.
Cuando los cuervos se encuentran a una serpiente moribunda se comportan como águilas, dice un viejo refrán asiático. Los trabajadores amenazados por el aprovechamiento inmoral de las circunstancias generadas por esta crisis que los pobres no hemos provocado, son las serpientes heridas a las que no hace falta recordar con palabras el precio de la disensión o la rebeldía. ¿Quiénes son los cuervos y las águilas predadoras?
Publicado en El Periódico de Aragón el 26/06/09