viernes, 25 de septiembre de 2009

Quien manda aqui

Ha vencido el capital y han perdido, ridiculamente, los gobiernos. Queda la lucha sindical que solo puede prosperar si los sindicatos de todos los países afectados por la marcha de Opel trabajan unidos.
Los gobiernos se han lanzado a una estúpida guerra de ofrecimientos de ayudas públicas a Magna para que deje en sus ciudades las plantas sin más estrategia política ó económica que la subvención, en una carrera que encabezan España y Belgica. Se hacen declaraciones tontas y se esgrimen secretas estrategias en las que el Vicepresidente Biel empieza a hablar con el mismo tono delirante que usaba para el fenecido cuento de Gran Scala, Zapatero mirando al horizonte, el ministro de trabajo reposando, Rajoy y Rudi en su papel de oposición sanguinaria y la presidenta de Alemania, Angela Merkel, violando la esencia de la UE para levantar sus plantas del único modo en que ha sabido: ayudando a hundir las situadas en otros países. Y Magna, dejándose querer, esperando los regalos de sus pretendientes más generosos o, quizá, mas dominables.
Entonces, ¿Quien manda aquí? ¿Los gobiernos elegidos o los verdaderos dueños del mundo?
Hago preguntas ingenuas, es verdad, siempre han mandado los mismos , y eran falsos gemidos de impotencia eso de reformar el capitalismo, limar sus excesos y atemperar sus deslices y su natural tendencia a montar desastres y desmontar legislaciones. Nadie quiere señalar a los verdaderos culpables de la crisis y apartarlos del camino. Al final, los gobiernos solo saben recurrir a las mismas trampas del capital pero sin su libertad, olvidando que la política tiene muchos más instrumentos para actuar y más legítimos. Es el curioso modo de entender la libertad en virtud de cuanto tengas en la cartera y cuales sean tus límites éticos para tener más. Libertad de mercado lo llaman.
Pongo un ejemplo: intervengamos Opel. No sólo avalar y apoyar, sino intervenir. Y, de este modo, configurar una marca europea de control público que asegure el mantenimiento de los máximos empleos posibles y, en consecuencia, de las pequeñas empresas auxiliares, de las que vive medio Aragón.
Control público no tiene por que ser sinónimo de empresa estatal, no se me confundan. Y ni siquiera es una idea muy original. Hasta mi querido Obama metió mano en el desconcierto generado por los impresentables que han hundido GM y su gobierno es el dueño del 70% de la empresa, interviniendo públicamente en la gran multinacional cuando los republicanos ni siquiera le han dejado intervenir en las primas de los gestores de capital y el diseño de nuevos productos financieros de riesgos. Qué cosas, la meca del capitalismo salvaje depredador interviene una empresa multinacional.
Así que no me digan que en la Europa de la UE y el pretendido estado del bienestar no se puede ejercer un control público de una nueva Opel Europa en cuyo consejo de administración se escuchen las voces de gobiernos regionales y nacionales implicados, sindicatos y de cuantas fuerzas públicas tengan algo que decir en los territorios donde haya una planta. Entremos como socios inversores, ejerzamos el control público para su salvamento y hagamos que desarrollen planes de investigación de nuevos sistemas de almacenamiento y reutilización de la energía.
Los gobiernos han exhibido una incapacidad y una desunión europea que, quizá, los trabajadores sindicados contrarresten ahora.
Publicado en el Periódico de Aragón el 25.09.09

jueves, 24 de septiembre de 2009

La "crisis" segun Susan George


Filósofa, escritora y doctora en Ciencias Políticas, Susan George es una de las figuras más representativas de ATTAC, una asociación presente en más de cuarenta países que lucha por cambiar las bases del sistema económico imperante.
Susan George es también presidenta del Transnational Institute de Amsterdam, autora de El Informe Lugano, La Religión del Crédito, Pongamos la OMC en su sitio,La Globalización liberal y Otro mundo es posible si...
Muchos de estos títulos en español los ha publicado Icaria en colaboración con Intermón Oxfam.
En este Autorretrato, la activista francesa reflexiona sobre la llamada crisis, el agua o el cambio climático en Canal Sur 2 después de abrir los cursos de Verano de la Universidad de Málaga.

España necesita 2.000 millones de árboles según Adena/ WWF

Leído el el diario Público el jueves 24 de septiembre.
Este es un debate muy interesante y que también habla sobre qué modelo económico y tipo de vida buscamos. Se trata de un proyecto que la sección española de WWF, adena, presenta al Ministerio de Medio Ambiente, Marino y Medio rural de España que antes de su transformación perdió a la gran Cristina Narbona.

Lo puedes leer en:
http://www.publico.es/ciencias/254666/espana/necesita/millones/arboles

Vivir (bien) con menos


Se puede y se debe vivir con menos. No solamente igual de bien de lo que podamos vivir ahora sino mejor. Colectiva e individualmente. Hablo en términos generales, no si en tu hogar ya no hay ingresos o son muy escasos, pero sí, si formas parte de la clase obrera o las clases acomodadas. Desisto de contarles nada de esto aquellos que se hicieron ricos, desde luego no trabajando sino por otros caminos, quizá legales pero no éticos, como la explotación, las cuentas B o la especulación. ¿Conoces a alguien que se haya hecho rico de verdad trabajando éticamente.
¿Cómo vivimos bien con menos? Le he robado el título que, por otra parte, ya es un suspiro de miles de personas y el nombre de una intencionalidad colectiva que muchos y muchas practicamos, a un librito coordinado por Jorge Riechmann y escrito por él mismo y Manfred Linz y Joaquín Sempere. Los tres son investigadores: Riechmann en el Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud, Linz en el Instituto Wuppertal y Sempere en la Universidad de Barcelona. Así que también cito las tres claves básicas de las que ellos hablan en el texto que les publicó Icaria en 2007: eficiencia, coherencia y suficiencia.
Los tres preceptos son inseparables, los tres imprescindibles, pero solo funcionan unidos. “La eficiencia se orienta al mejor aprovechamiento de la materia y la energía y un mejor uso de los recursos naturales; la suficiencia trata de lograr un menor consumo y una mucho menor demanda; y la coherencia se orienta hacia tecnologías compatibles con la naturaleza que aprovechen los ecosistemas sin destruirlos.
Desde luego que este ansiado modelo por algunos de nosotros y de nosotras empieza por cada individuo. Una especie de austeridad voluntaria lo llaman estos pensadores, pero, al igual que los tres preceptos básicos, ese tipo de actitud debe ir acompañada de un cambio más generalizado o del impulso para que eso ocurra y sea posible y una especie de austeridad obligatoria mediante leyes y normativas legales y económicas que ayuden aun cambio cultural profundo.

¿Y la economía? ¿No afectara esto a la economía? Por supuesto, casi todo afecta a la economía. Depende de si lo hace para bien o para mal, de cuanto, de cómo y de en qué plazo. Pero de eso se trata. De echo, el librito de los tres pensadores dedica un capitulo entero a responder a esa pregunta.
El libro termina con pequeños textos casi poéticos. Pero no creas, es una lucha contra la mayoría consumidora. ¿Empiezas ya?

viernes, 18 de septiembre de 2009

Adolescentes

Hay muchos adolescentes gilipollas; hay muchos adolescentes fantásticos; y hay muchísimos, supongo que la mayoría, que son normales. Como hay muchos adultos gilipollas, fantásticos y, la mayoría también, normales. Como hay médicos, enfermeros y catedráticas gilipollas, fantásticos y normales.
Así que cualquier generalización, por mucho que la sociología de urgencia intente categorizar y etiquetar, sobre todo la que llena tertulias banales durante dos días después de un gran titular, suele ayudar poco. Produce hartazgo la repetida afición mediática y política de reducir los problemas de comportamiento adolescente a un asunto de disciplina. ¿Qué porcentaje de adolescentes usa la violencia, cuantos agreden, cuantos se comportan como niñatos macarras? ¿Más o menos que entre adultos? ¿Sirve un porcentaje tan nimio para inculpar a unos cuantos millones? Que yo sepa, quienes gobiernan, quienes mandan en la economía o en la política, quienes hacen la guerra, hunden bancos y educan a los demás, tienen más de cuarenta años como media y no he oído a nadie la estupidez de decir que la generación de entre 40 y 50 años es criminal y ha hundido la economía mundial. Ninguno de estos responsables del mundo son generación LOGSE, más bien educados en parámetros completamente distintos.
Han sido las generaciones siguientes las que casi siempre han mejorado la cosa pública y las relaciones humanas con respecto a la anterior. Nadie leía, pensaba ni colaboraba más en lo público en España que las actuales generaciones, pese a que estemos aún en niveles muy inferiores a países más cívicos y civilizados. Nunca hubo tanta gente formada. Nunca fuimos más modernos en el sentido civilizatorio de la palabra, bilingües, solidarios e iguales que ahora aunque nos queden milenios que recorrer en ese camino. ¿Era mejor la Juventud en los cuarenta, en los sesenta, en el siglo XIX o en el XV, si es que tal generalización puede establecerse?
Muchas de las valoraciones que se oyen en la radio o en el bus sobre este “problema” de comportamiento repiten esquemas prefijados y copian los discursos oficiales, tanto los que echan de menos la férrea disciplina como los que culpan de todo “al sistema”. Y quizá lo hacen porque son parte y reflejo de un todo: un sistema de valores, un espejo de sus mayores. Los clásicos atenienses, los victorianos londinenses, los industrializados en Berlín, los de cualquier época en casi cualquier lugar, con menos tecnología, conocimiento y libertad (porque, por fortuna, todo ha ido a más) y desde luego con menos amplificación televisiva porque no existía, hablaban de los mismos problemas y siempre había quien proponía más disciplina y mano dura “porque habíamos llegado a un límite”. Luego alguien la aplicaba, era aplaudido por ello, y el resultado era que no cambiaba nada o lo estropeaba todavía más. Pensar más profundamente y recordar que ningún ser humano es como era hace 10 o 30 años nos parece demasiado difícil. Se llama crecimiento y madurez. No son peores, somos más olvidadizos.
Quizá esa rápida sociología de urgencia debería analizar a los padres y madres de los adolescentes “a los que les falta autoridad”, sus economías y sus hábitos afectivos, y luego asumir que, después de todo eso, las personas somos todas distintas. Quizá debamos reconocer que en la escuela aprendes matemáticas e historia, que es universal y pública, que te enseñarán ciudadanía por fortuna, pero que a ser un ciudadano o ciudadana conviviente no te han de enseñar en la escuela donde pasas siete horas al día, cinco días a la semana, nueve meses al año; que los sistemas culturales (mucho más allá de los sistemas educativos) son lo que consumimos, oímos, vemos, sentimos y vivimos el resto del tiempo en el resto de lugares de un modo mucho más intenso. Lo que nos hace como somos es nuestro presente y el pasado de quienes nos precedieron.
Dando por hecho que ya habrán recurrido al gran José Antonio Marina y visto La Clase de Laurent Cantet, sugiero que lean lo último de la gran Belén Gopegui: Deseo de ser Punk. Quizá esté hablando exactamente del adolescente que hay en casa.
Publicado el El Periódico de Aragón el 18.09.09

sábado, 12 de septiembre de 2009

Putas y puteros

Si hay miles de putas es que hay miles de puteros. Puteros que practican su carnal devoción previo pago y sin ninguna belleza por mucho que la literatura machista de grandes aficionados al puterío quieran contarla como algo hermoso. Puteros que piden una felación a la hora del bocadillo en los polígonos o un apaño rápido a la hora de entrar o salir de la fábrica, porque si no, no habría prostitutas esperándoles. Puteros que, a estas alturas de la civilización, aún invitan a sus hijos varones a estrenarse o celebrar previo pago su nueva vida sexual. Puteros que hacen negocios en un club y los celebran con unas prostitutas. Puteros que trazan alianzas políticas compartiendo gustos prostibularios para solventar sus diferencias políticas. Puteros que matarían si una de sus hijas se dedicara a la profesión de la que ellos hacen uso en secreto. Puteros que hacen gala de sus gustos como símbolo de su hombría machista (¿no saben que una prostituta siempre dirá que es un machote?). Puteros que exhiben su supuesto progresismo al defender la regulación de la prostitución. Puteros racistas que saben “lo que valen una buenas tetas brasileñas”. Puteros que por fin han dejado en paz a sus mujeres oficiales. Puteros que echan “una canita al aire” en mitad de una carretera nacional donde una mujer es maltratada por 30 €. Puteros cutres “que pasan del condón. Puteros con sotana y con puños en alto. Puteros que rechazan legislar la prostitución. Puteros a los que les gustaría legislar y no se atreven. Puteros de 25 años con novia formal. Puteros solterones de 60. Puteros que celebran así el bautizo católico de un hijo. Puteros que celebran la victoria de su club de futbol. Puteros después de un concierto. Puteros que pasan “un ratíco bueno por la noche” en los días de feria agrícola. Puteros que viajan a otros países (obviamente mas pobres que el nuestro y en peores circunstancias) que putean con menores. Puteros que escriben novelas maravillosas y a los que nadie se atreve a llamar machistas ni pederastas aunque lo sean cuando hablan de sus “putas tristes”. En fin, puteros. Millones como mínimo si hay miles de mujeres ejerciendo la prostitución.
Así que, en el comprensible conflicto ciudadano en las calles donde se ejerce abiertamente la prostitución, sobran toneladas de hipocresía y cara dura. Y echo de menos nuestra obligación de contemplar las cosas desde todos los ángulos posibles y con honestidad, seamos putas, vecinos, periodistas o policías. Algunos de estos últimos también puteros en sus ratos libres o no tan libres, por supuesto.
Lo dice una ley básica del capital y las reacciones humanas de toda índole. Si no hay demanda, la oferta muere. Las trabajadoras del sexo (eufemismo en que nos empeñamos aunque no tengan jornada laboral definida, derechos sindicales, seguridad social y pensión de jubilación) colonizan calles, esquinas y polígonos industriales en busca de clientela que, desde luego, encuentran porque si no, no se perpetuarían en la geografía escogida.
Por supuesto que no me haría gracia que bajo mi ventana hubiera prostitución callejera cada noche, no por una cuestión moral, sino de comodidad y ruido. Ni siquiera tengo claro que haya que “regularizar la actividad” o perseguir a los puteros y combatir las condiciones económicas que llevan a muchas mujeres a prostituirse. No es casual que muchísimas de ellas sean mujeres emigradas y con cargas familiares. Hay en ello una causa de origen económico (pura necesidad casi siempre, otra cosa es la prostitución de lujo que no ven) y de relaciones entre hombres y mujeres. ¿No se han planteado la escasez de clientela femenina que pague a un prostituto?
Y no se crean: ni se lo pasan bomba, ni pretty woman existe, ni suelen trabajar sin un chulo detrás al que los vecinos no ven.

Publicado en El Periódico de Aragón el 12.09.09

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Tentación, de János Szekély (DeBolsillo)

Lo llama el efecto del ciclista: "Pisoteas con fuerza al que queda debajo de ti e inclinas la cabeza ante el que queda encima de ti". Una actitud cotidiana que Béla utiliza para definir el comportamiento de sus compatriotas húngaros en las primeras décadas del siglo XX pero que sirve igual para el comportamiento de millones de personas en todas las épocas y todas las latitudes, incluso antes de inventarse la bici y ponerle nombre al afecto.
Béla nace en 1913, sin padre, sin casa, sin comida, sin derechos, sólo con un cuerpo para ser golpeado y unas orejas para recibir todo tipo de insultos y lecciones morales, dogmas estúpidos y leyendas que no dan de comer sobre un tal Jesucristo y algo indefinido llamado Dios. El mundo se divide en dos tipos de personas: los señores y todos los demás. Los señores son los señores y los demás se arrastran descalzos en la nieve, se conformarían con un pedazo de pan duro y una sopa aguada de coles al día, si la hubiera, y agachan la cabeza.
No es una novela con atmósfera Dickens en el sórdido Londres proletario, aunque lo parezca al principio, ni un texto tolstoiano o de Gorki sobre proletarios y explotadores. Es más que eso, es una novela de iniciación y comprensión del mundo, un texto clásico europeo imprescindible, una novela de aventuras con más emoción en cada página que renglones, una lección sobre la supervivencia y la honestidad, un salvaje fresco sobre la Hungría (y la Europa) del siglo XX que cualquiera puede reconocer y hasta recordar en su memoria genética y una trayectoria vital de perdedores obligados a perder según la desconcertante mítica estadounidense, convertida en biografía moral, sentimental y personal de varias generaciones de proletarios.
En Tentación (776 pág., 10€) János Székely, Oscar en Hollywood como guionísta del genial Lubitsch, poeta y dramaturgo, y víctima de la caza de brujas macarthista, huye de los alegatos directos y prefiere mostrar una imagen real y creíble (hasta se huele la col cocida de los pobres cuando la tienen y se sienten bajo los pies las escaleras de las casas de vecinos de los barrios obreros de Budapest) en la que los hechos hablan por sí mismos con sutil ironía y ácido humor, en dosis justas para tragar la hiel y el dolor, y entretejidos al despertar a la vida, el amor, el sexo y la realidad del joven Béla nadando entre la revolución, la supervivencia, la tierna emoción que le embarga y el deseo de emigrar a América. Aunque se sabe que en América los señores también son señores él cree que no tendrá a un sabueso depredador mordiéndole los talones.
Szekély es un maestro creando personajes en dos trazos y tres palabras (recuerda que fue guionista), algunos sublimes como la excelentísima señora, el sabueso, la tía Rozika, la estadounidense Patsy que prefigura el futuro de Béla, su padre que va y viene y el portero, paradigma del ciclista en un mundo en el que "sólo tienes dos opciones: hacerte revolucionario o sinvergüenza, y no va en mi carácter ninguna de las dos cosas" como dice el padre de Béla, maravilloso superviviente.
Al final, la actitud de los ciclistas parece invencible ("pisoteas con fuerza al que queda debajo de ti e inclinas la cabeza ante el que queda encima de ti"), pero Bérla y su orgullo también y, entonces, comienza otra historia. ¿Mejor? Está por escribir. Béla no lo sabe, pero los demás sabemos que la injusticia y la depredación tienen muchas caras.

lunes, 7 de septiembre de 2009

La gripe y la ficción

Albañiles en las obras emblemáticas de la ciudad, el Balcón de San Lázaro, por ejemplo, sin contrato ni vacaciones, a 9 euros la hora trabajada y a 12 horas el día; 600 euros sin contrato ni seguridad social por seis horas de limpieza y servicio en una casa, sale la hora a 4´55 euros; trabajadores en una fábrica de montaje de naves y tiendas a 700 euros al mes 9 horas diarias “porque no damos abasto”; periodistas en Huesca a 270 euros el mes de lunes a viernes y un fin de semana de guardia; más periodistas a 600 euros el mes en una radio de prestigio; transportistas autónomos con precios por debajo de los del 2004 e hipotecas de sus camiones hasta 2.020; pensiones de jubilación de 450 euros porque el hombre, mi vecino, “nunca logré un contrato en condiciones” aunque lleva deslomándose 53 años y una espalda como una imagen del Karakorum tomada por Google Map. Los conozco a todos, no es ficción, aunque ahora las mentiras merecen discursos parlamentarios aunque no sean ideas y se publican en primera como si fuera periodismo. Y ninguno de ellos es uno de los 26.533 trabajadores y trabajadoras afectadas por 589 expedientes de regulación de empleo (ERE) en Aragón hasta el 25 de agosto según datos de Departamento de Economía del Gobierno. Sumen el virus de las Empresas de Trabajo Temporal (ETTs). En un año nos hemos cargado derechos básicos de los trabajadores que costaron siglos.
Son otros tipos de gripe, ya convertidas en pandemias globales porque, ya que estamos, me permitirán que dude razonable e históricamente de algunos de los discursos políticos que rodean el negocio de la H1N1 y el Tamiflú que volverá a forrar a Donald Rumsfeld de nuevo como ya hiciera con la gripe porcina. Aunque solo sea por razonables dudas periodísticas, por experiencias anteriores, por las mentiras acumuladas hace solo siete años, por la confusión de los datos, por su nimia comparación con los efectos de la gripe común, por la desatada guerra farmacéutica, por la devastadora gripe aviar que iba a venir y que tan rápidamente fue olvidada, por el cuadro clínico de las personas fallecidas hasta ahora, y por sana asepsia ideológica.
No niego su importancia en la salud mundial ni sus posibles terribles efectos, pero... dudo. Dudo de todo. ¿Saben cuantas personas al día mata el hambre, el cólera, la diarrea, el dengue y el tráfico de armas, cuyas vacunas están inventadas y son de uso público y gratuito si los estados y los poderosos estuvieran dispuestos a cambiar las cosas? Consulten en la web de Unicef (unicef.es), agencia de la ONU nada sospecha de radicalidad.
Se nos ha reventado la ficción de riquísmo en la que vivíamos como una burbuja de fairy. Ya no podemos ir de ricos orondos, amantes del consumismo, solo somos aspirantes a mileurizados (no se debe decir mileuristas porque sería confundir esclavistas con esclavizados).
Lo dijo el productor de Lo que el viento se llevó (novela de Margaret Mitchell en 1936 y película de Victor Fleming en 1939), David O. Selznick, hablando de los fastuosos decorados de su inmensa producción para rodar en los Tres Robles y las casas de los esclavistas de Atlanta: “Tara no tenía habitaciones en su interior, era solo una fachada”. Nos pasa algo parecido, existe la pobreza en el límite de la dignidad y una riqueza que desconoce la vergüenza. Pero nos mola creernos la ficción en que vivimos, como en la magia del cine, pero en carne mortal. Les regalo un verso de la novelista y cuentista irlandesa Margaret Atwood, sin ripios pero con la contundencia y rotundidad que debe tener un buen verso y que sobrevuela la misma idea: “El dinero sencillamente se desvanece como el espejismo que siempre ha sido”.
Publicado en El Periódico de Aragón el 06/09/09

miércoles, 2 de septiembre de 2009

¿Leer sirve para algo?

Por Luisgé Martín para Diario El País.
La ópera ha sido considerada siempre el espectáculo artístico más completo y refinado. Aúna música, literatura y teatro. Para disfrutarla hay que ser una persona cultivada y tener educadas todas las capacidades estéticas. Es necesario, además, poseer una sensibilidad especial. Podríamos decir, por lo tanto, que los amantes de la ópera forman parte de un linaje extraordinario. De una quintaesencia humana. En febrero de 2001, sin embargo, los socios del Círculo del Liceo de Barcelona -quintaesencia de la quintaesencia- decidieron rechazar el ingreso en el club operístico de las diez mujeres que, después de siglo y medio de absoluta hegemonía masculina abolida en unos nuevos estatutos, habían solicitado la admisión. Entre esas mujeres -por si alguien duda de sus méritos- estaba Montserrat Caballé. Es decir, los seres más sensibles, los que se conmovían hasta el retorcimiento del alma con la música de Verdi, con la voz doliente de María Callas o con las quejas de amor de Madame Butterfly, se comportaban en la vida real como gañanes de taberna.
La lectura es menos benéfica de lo que se proclama continuamente con altavoces y pregoneros. O incluso que es dañina, que resabia
Este suceso, excesivo y paradigmático, es un exordio vistoso, pero resulta fácil encontrar diariamente muchos otros ejemplos que nos obligan a plantearnos si la cultura contribuye a iluminar las ideas o si, por el contrario, sirve sólo para empachar las mentes y emponzoñar los ánimos. Uno de nuestros novelistas jóvenes más eximios, a quien se le debió de aparecer una virgen en algún camino de Damasco, como a Fernando Arrabal, escribe cada semana en los periódicos sesudos y floridos artículos en los que igual pone en cuestión la teoría de la evolución -"siempre me ha llamado la atención la rotundidad con que se suele negar la intervención del misterio cuando se trata de explicar el origen del hombre; pero lo cierto es que, si existe un momento en la historia del universo en que parece más que probable la intervención del misterio, es precisamente el momento en que el hombre irrumpe en el mundo"- que describe con extraño discernimiento las sociedades modernas -"matrimonios deshechos porque sí a velocidad exprés, hogares desbaratados con el menor pretexto o sin pretexto alguno, hijos desparramados y convertidos en carne de psiquiatra, abortos a mansalva, nuevas fórmulas combinatorias humanas negadas a la transmisión de la vida, etcétera"-. A algunos otros escritores, no menos eximios, les vemos participar en tertulias televisivas diciendo disparates y simplezas que sólo mejoran las de los invitados de Salsa rosa en el rigor de la gramática y en la riqueza del vocabulario. Y aquellos a los que no se les ha aparecido ninguna virgen ni han sido invitados a ninguna tertulia no pueden tirar tampoco la primera piedra. En el sector editorial y en el mundo literario -un castillo de hombres cultos, de cultivadores de ese gran bien espiritual que es la lectura- se encuentra la mayor concentración de individuos biliosos, marrulleros, hipócritas, envanecidos, desequilibrados y tortuosos que conozco. Incluyéndome, por supuesto, a mí mismo.
La gran obra de la literatura española cuenta la historia de un pobre hombre que, empachado de libros, salió a recorrer el mundo escudado por un analfabeto que no había leído ninguno. Todos conocemos las peripecias que les ocurrieron. Todos sabemos quién creaba los problemas y quién los resolvía luego; quién era soberbio y quién humilde; quien contemplaba la realidad y quién veía únicamente sus propias fantasías y vanaglorias. Que cada cual elija un modelo, pero que no haya excusas: todos los libros son de caballerías.
No quiero hacer menosprecio de corte y alabanza de aldea, y ni siquiera estoy seguro de si soy abogado de dios o del diablo, pero desde hace años tengo la sospecha de que la lectura es menos benéfica de lo que se proclama continuamente con altavoces y pregoneros. O incluso que es dañina, que resabia. Hay dos virtudes que nadie le puede negar: su ejercicio produce un placer estético que sólo es superado por los que producen los de la música y la sexualidad; y desarrolla, instrumentalmente, las capacidades de comprensión y de construcción textual, que sirven para leer el prospecto de un medicamento, para redactar una carta o una reclamación, o para poder estudiar mecánica de automóviles o mecánica cuántica. Es decir, la lectura tiene una utilidad sensorial -si hay utilidades así- y una utilidad práctica -valga el pleonasmo-, pero tal vez no tenga ninguna utilidad ética, que es la que más se pregona. "Los libros nos hacen libres", decía uno de los eslóganes publicitarios con los que el Ministerio de Cultura trataba de concienciarnos de los beneficios de leer. "El nacionalismo se cura viajando y leyendo", proclamaba Juan María Bandrés en aquellos años en los que se pensaba aún que las barbaridades de ETA eran cometidas sólo por ignorantes sin formación. Como Sócrates, en suma: "No hay hombres malos, sólo hay hombres ignorantes". Y continuamente escuchamos hablar con desprecio o conmiseración de aquellos que no leen o que leen productos como El código Da Vinci o La catedral del mar y no a Borges, a Paul Auster o a Vasili Grossman, que son algunos de los autores que al parecer nos hacen más libres y menos abertzales.
Es decir, los apóstoles de la lectura hemos creído siempre que a través de ella se crearía un mundo más justo, más tolerante, más inteligente y más pacífico. Más humano, en suma. Hemos creído que alguien que se conmoviera con las desdichas adulterinas de Anna Karenina y el Conde Vronski no podría luego, por ejemplo, llamar alimañas a quienes cometen una infidelidad o se divorcian. Que quien se emocionara sumergiéndose en el alma insatisfecha de Emma Bovary no sería capaz de pegarle una paliza a su mujer o de negarle el ingreso en el Círculo del Liceo a Montserrat Caballé. Que aquel que se estremeciera al conocer la vida de Primo Levi en Auschwitz o la de Anna Frank en Ámsterdam no tendría ya nunca la desvergüenza de -pongo por caso- votar a Batasuna, apoyar la guerra de Irak, defender Guantánamo o enmascarar con palabrería libertaria la dictadura cubana. Hemos creído siempre, en fin, que los libros eran el manual de instrucciones de la naturaleza humana y que quien leía terminaba descifrando sus mecanismos y mejorando su rendimiento. Pero a la vista está que hemos creído mal.
A los niños y a los adolescentes les instigamos casi enfermizamente a que lean, anunciándoles las siete plagas si no lo hacen. Pero habría que preguntarse si esa obsesión está justificada por tantas plagas como decimos. ¿Son menos corruptos los que leen? ¿Son menos despóticos en sus trabajos o en sus casas? ¿Respetan más las señales de tráfico? ¿Sienten menos cólera, saben dominarla mejor? ¿Tienen mayor clarividencia política? ¿Son menos violentos? Hace años leí un artículo -seguramente de algún norteamericano extravagante- en el que se sostenía que entre los individuos de mayor nivel cultural estaban más extendidas las prácticas sadomasoquistas. No quiero poner de ejemplo a Hannibal Lecter, pero creo que la duda es razonable.
Son no obstante los razonamientos desvariados de este texto, sin duda, la mejor prueba de que leer -lo hago mucho- no siempre trae provecho. -
Luisgé Martín (Madrid, 1962) es autor, entre otros libros, de Los amores confiados y El alma del erizo (Alfaguara).

Publicado el 30/08/09 en el diario El País