miércoles, 9 de septiembre de 2009

Tentación, de János Szekély (DeBolsillo)

Lo llama el efecto del ciclista: "Pisoteas con fuerza al que queda debajo de ti e inclinas la cabeza ante el que queda encima de ti". Una actitud cotidiana que Béla utiliza para definir el comportamiento de sus compatriotas húngaros en las primeras décadas del siglo XX pero que sirve igual para el comportamiento de millones de personas en todas las épocas y todas las latitudes, incluso antes de inventarse la bici y ponerle nombre al afecto.
Béla nace en 1913, sin padre, sin casa, sin comida, sin derechos, sólo con un cuerpo para ser golpeado y unas orejas para recibir todo tipo de insultos y lecciones morales, dogmas estúpidos y leyendas que no dan de comer sobre un tal Jesucristo y algo indefinido llamado Dios. El mundo se divide en dos tipos de personas: los señores y todos los demás. Los señores son los señores y los demás se arrastran descalzos en la nieve, se conformarían con un pedazo de pan duro y una sopa aguada de coles al día, si la hubiera, y agachan la cabeza.
No es una novela con atmósfera Dickens en el sórdido Londres proletario, aunque lo parezca al principio, ni un texto tolstoiano o de Gorki sobre proletarios y explotadores. Es más que eso, es una novela de iniciación y comprensión del mundo, un texto clásico europeo imprescindible, una novela de aventuras con más emoción en cada página que renglones, una lección sobre la supervivencia y la honestidad, un salvaje fresco sobre la Hungría (y la Europa) del siglo XX que cualquiera puede reconocer y hasta recordar en su memoria genética y una trayectoria vital de perdedores obligados a perder según la desconcertante mítica estadounidense, convertida en biografía moral, sentimental y personal de varias generaciones de proletarios.
En Tentación (776 pág., 10€) János Székely, Oscar en Hollywood como guionísta del genial Lubitsch, poeta y dramaturgo, y víctima de la caza de brujas macarthista, huye de los alegatos directos y prefiere mostrar una imagen real y creíble (hasta se huele la col cocida de los pobres cuando la tienen y se sienten bajo los pies las escaleras de las casas de vecinos de los barrios obreros de Budapest) en la que los hechos hablan por sí mismos con sutil ironía y ácido humor, en dosis justas para tragar la hiel y el dolor, y entretejidos al despertar a la vida, el amor, el sexo y la realidad del joven Béla nadando entre la revolución, la supervivencia, la tierna emoción que le embarga y el deseo de emigrar a América. Aunque se sabe que en América los señores también son señores él cree que no tendrá a un sabueso depredador mordiéndole los talones.
Szekély es un maestro creando personajes en dos trazos y tres palabras (recuerda que fue guionista), algunos sublimes como la excelentísima señora, el sabueso, la tía Rozika, la estadounidense Patsy que prefigura el futuro de Béla, su padre que va y viene y el portero, paradigma del ciclista en un mundo en el que "sólo tienes dos opciones: hacerte revolucionario o sinvergüenza, y no va en mi carácter ninguna de las dos cosas" como dice el padre de Béla, maravilloso superviviente.
Al final, la actitud de los ciclistas parece invencible ("pisoteas con fuerza al que queda debajo de ti e inclinas la cabeza ante el que queda encima de ti"), pero Bérla y su orgullo también y, entonces, comienza otra historia. ¿Mejor? Está por escribir. Béla no lo sabe, pero los demás sabemos que la injusticia y la depredación tienen muchas caras.