viernes, 16 de octubre de 2009

Cocinando

Las cocinas (en las que se cocina) son un entorno de alta presión, se fraguan los platos, las recetas y las conversaciones que definen la vida a la perfección, sus dramas y tragedias, sus grandes vergüenzas y los pequeños actos de los que, después, emanarán las grandes consecuencias como los efluvios de un prometedor banquete o los olores infectos de la putrefacción de la comida olvidada.
Hay ahora unos cocineros de campaña que calientan en hornillos de butano el futuro laboral de miles de obreros en una operación de urgencia, acampados en mitad de un desierto frío y amenazado por un vendaval. Son bastante torpes y tienen los ánimos por el suelo desde que han visto que en la cocina de su contrincante, una mujer fría y despiadada, hay vitrocerámica y su olla está esperando los ingredientes que de noche les robara a los incautos del hornillo. Tiene invitados, varios forajidos emocionales, con menos piedad aún que su cocinera, que sólo aceptarán en el plato las viandas solicitadas antes de sentarse a la mesa, aún sabiendo que los del hornillo y los obreros que esperan el arroz soso y casi frío serán los paganos de su opíparo y depredador festín. En el sur siempre hemos comido más felices que en Alemania pero nos hemos quedado con hambre demasiadas veces. Servirán un menú repulsivo que sólo contentará a quienes se consuelen pensando que peor es el pan duro. Alemania servirá la salchicha de la traición. Con pintas de que se les indigestará.
Hay un cocinero en Zaragoza amante de las florituras, los postres de colores y la repostería fina, entregado a la causa de un recetario internacional que quieren ver ya en su mesa. va por cuenta propia y más le vale. Cocina con el color de la nieve blanca, la multicromía de los jardines floridos, los destellos del ordenador y las luces del teatro. Quiere un menú internacional y renovado que ya le ha permitido exhibir nuevos platos con mucha agua de río y aspira a repetir el éxito de la temporada. Cocina de eventos los llama. Y logra darle la vuelta al viejo menú de siempre.
En la zona de hornos de las cocinas centrales, hay una señora resabiada y taurina que quiere volver a mandar y que está apañando como puede una nueva carta que da miedo. Hay otra, todo sonrisas, que prepara su vuelta de pinche de las cocinas educativas del reino para ocupar el puesto de gran dama de los fogones propios y que, por ahora, se dedica a observar cómo marcha el granero. Y hay un degustador de esfuerzos ajenos que siempre querrá colarse en las despensas de los demás y controlar lo que se come mientras impone su limitado y arcaico gusto gastronómico. Este manda un huevo (como símil alimenticio).
Hay también, muy cerca del mar que no tenemos, una olla a presión que no acaba de dejar salir el vapor de buena manera y que está a punto de estallar. Lo que hay dentro no está claro, pero parece, porque huele mal, que hierven hasta la destrucción algunos cuellos podridos de gallina, marisco valenciano mal descongelado que ya había empezado a ponerse verde y un fermento de envidias, amor al lujo y traiciones coronadas con lágrimas que envidiarían los guionístas de la seria Mujeres Desesperadas. Su menú será el escándalo y la desolación y nos querrán convencer de que es cocina de alto nivel aunque nos den gato por conejo y transgenia por vitamina C.
Aragón y alrededores es hoy una cocina fascinante donde se improvisa demasiado. Pero, quien sabe, el arte culinario está lleno de hallazgos inesperados y, a lo mejor, de entre tanto pinche, descubrimos un gran cheff. O es que, quizá, a la clientela de nuestro comedor le gusta la comida envasada y de microondas y pasan de las exquisiteces y del tomillo de monte.
Publicado en El Periódico de Aragón el 16.10.09