viernes, 30 de octubre de 2009

Fantasmas en la bruma

Dentro de dos días y una noche, los fantasmas de la conciencia abrumarán al pobre Tenorio, víctima de sus ardores y sus arrebatos de hidalgo rico, misógino y malcriado. En medio del cementerio, adonde sin querer, sus pasos le han llevado, las almas de Don Gonzalo y Doña Inés aprovecharan la noche de las ánimas, que aquí llamamos “Todosantos”, para reprocharle su violencia y su desatino e iniciaran un desfile de arrepentimiento e insolencia inútil y tardía que Tenorio, desesperado, querrá quitarse de encima. Don Juan, apurado, dirá: “Culpa mía no fue; delirio insano me enajenó la mente acalorada….Jamás mi orgullo concibió que hubiera nada más que el valor”. Antes fue un chulico: “Cuan gritan esos malditos. Pero, ¡mal rayo me parta, si en concluyendo esta carta, no pagan caros sus gritos!”; quiso esparcir la mierda como un ventilador antes de que se inventaran y echar la culpa al primero que pudiera: “Llamé al cielo y no me oyó, y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra responda el cielo, y no yo”; y a última hora pedirá leve clemencia y el perdón con lagrimitas en los ojos: “Mañana a los sevillanos aterrará el creer que a manos de mis víctimas caí…pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el dios de la clemencia..”.
Se me antoja que hoy, escuchar a tantos gestores públicos vomitar inmundicia y callar o presumir de su mierda, exhibir su incapacidad, disimular su cobardía y su terrible falta de imaginación, e intentar hacernos creer que no saber enfrentar problemas reales es sólo un punto de vista del que mira y un error de percepción del que juzga, tiene mucho del Tenorio presuntuoso y luego caído, pero sin la gracia del personaje y la poética de sus palabras. Primero dijeron: “Yo te lo hago con discreción, te saldrá barato”; luego: “No sabía nada, pensé que lo hacían todos. Tu más, esto es una conspiración y una campaña del enemigo”; luego: “En el partido no me avisaron”.
Ahora, todos esos personajes salpicados por la corrupción que pueblan los deprimentes informativos matinales, y los gestores incapaces de afrontar problemas serios, están en la escena primera del acto tercero de Don Juan. Echan la culpa a otros y cantan, como una Janet desangelada en los sesenta: soy corrupto (o inútil) porque el mundo me ha hecho así.
No sabemos si llegará la escena segunda en la que las victimas ajustamos cuentas o la cuarta y última en que pagan sus delitos. En el Tenorio de Zorrilla, son sus víctimas las que vengan y el pueblo sevillano horrorizado el que se despierta con la muerte de Don Juan acongojado por su conciencia. En la vida real, la desmemoria apacigua el enfado y los que se las llevaron, reposan al calor de su dinero sucio. En el teatro, las brumas de noviembre ajustan cuentas con los despropósitos de Don Juan. En el mundo del cambio climático, acelerado como en una carrera de Motorland, el olvido sigue a la polvareda y los corruptos no pagan ni consecuencias electorales ni de desprestigio. El Gran Teatro del Mundo, que describieron Shakespeare y Calderón.
Las calabazas y los disfraces de Halloween, que los yanquis y el mundo creen una tradición del imperio aunque sea otra exportación europea que la generación de mi padre ya celebraba hace setenta años, acabaran siendo la única metáfora teatral de estos días; un susto y luego una sonrisa.
Zorrilla, que era listísimo, y hoy hubiera bordado su radiografía de la mente y los instintos humanos en algún blog irreverente.

Publicado en El Periódico de Aragón el 30.10.09