viernes, 9 de octubre de 2009

Internacionales

La celebración de eventos internacionales está lejos de ofrecer lo que ofrecía. Ya no ponen una ciudad en el mundo global y comunicado. Ya no sirven para eso. Pero sí para revisar profundamente nuestra realidad urbana, cultural, sociológica y económica y darle la vuelta con esfuerzos y economías añadidas y un revolcón al espíritu ciudadáno, a veces adocenado y tristón. Y para configurar nuevos modelos de desarrollo. Son una oportunidad única para darnos la vuelta, dársela al territorio y expurgarnos por dentro, como ciudadanía con cierta identidad colectiva. Lo son intenciones como la sede del olimpismo de invierno para Zaragoza, Huesca y Jaca en 2022, la capitalidad europea de la cultura para Zaragoza en 2016 o la concedida expopaisajes también en Zaragoza para 2014. Oportunidades para investigarnos y diseñar estrategias globales y largas en el tiempo para diseñar el territorio en el que queremos vivir y aprender que la calidad de vida de las personas ya no se mide con los viejos parámetros de cuantas camas hospitalarias, cuantas televisiones, coches y km de carretera tiene un país, sino por la calidad de su aire, el número de árboles, el flujo laboral y formativo de sus habitantes, el tiempo de ocio, la movilidad sostenible, la salud física y los hábitos culturales, el esfuerzo y la economía dedicados al cuidado, el número de creadores, la calidad ambiental y las oportunidades laborales.
¿Que podríamos hacer eso sin enredarnos en eventos mundiales? Faltaría más. Pero la energía movilizada, las emociones removidas, su carácter simbólico, la rapidez en el tiempo, su enorme valor publicitario de marca comercial de un territorio son otra cosa. Ya no son intangibles, son realidades que cambian la fisonomía de un lugar que deberíamos aprovechar. Por no hablar de las economías y recursos movilizados añadidos para llevarlo a cabo que se suman a los propios.
Pero hay un pero. Y esa es la cuestión, que en el proceso y el diseño de esos eventos está la clave que convierte la oportunidad en un salto adelante, en un desbarajuste o en un desperdicio. ¿Que podemos hundir el Pirineo para siempre con el 2022? Muy facilmente. Y eso que es muy difícil de lograr sin gana Madrid 2020. ¿Que jugamos a especuladores depredadores en plan Monopoly cutre con Expopaisajes? No es difícil. ¿Que podemos irnos de madre con la capitalidad cultural? Un poco más difícil, pero posible. ¿Cual es el secreto entonces? Que los diseños no los hagan los popes por arriba ni se les abran las puertas a los mantas de la especulación y a los políticos sin imaginación, que no se limite la cosa a edificios o infraestructuras, ni se copien los viejos modelos de urgencia que tanto parecen gustarles a algunos jefes con el culo siliconado al asiento. Sobre todo, a uno que parece mandar en todo.
Sino que esas oportunidades, si se acepta jugar, sean, lejos de la imposición, producto de un proceso participativo asentado en fundamentos atrevidos como los citados antes y que constituyen los cimientos en que las sociedades modernas (que no son hace tiempo las que más lucetas y glamur exhiben, sino mejor y mayor calidad de vida) se sustentan: nivel cultural, ocio, nivel ambiental, servicios y oportunidades y una radical vocación de sostenibilidad que deje réditos de desarrollo y progreso bien entendido. También el coche es un invento que nos acerca al mundo y la primera causa de muerte en España y culpable de buena parte de las emisiones de CO2. Todo depende del conductor.
Tanto confío en ello que propongo uno más. Tras la Expo del Agua, ¿por qué no convertimos a Zaragoza en la referencia mundial o europea del compromiso cívico que haga suyas las demandas de El Faro de la mano de las organizaciones ciudadanas? También ésta es una idea colectiva.
Publicado en El Periódico de Aragón el 09.10.09