domingo, 4 de octubre de 2009

La esencia de Concha Salanova

Tenía que interpretar un papel con vestuario cambiante en un acto en Madrid y necesitaba zapatos de mujer. Me embutí en unos azules de Concha que jamás pudo volver a utilizar después de que mi 43 los deformara y sentí toda la noche que caminaba sobre los tacones de una gran mujer. No sé cómo me quedó el personaje, pero al imitar su paso (un intérprete siempre busca referencias) sentí en la lejanía el valor de una mujer que se ha reinventado a sí misma cuantas veces ha sido necesario para seguir adelante siendo ella misma tirando de sus hijos, su hija y su propia identidad.
Su voz nunca sonó en las ondas hasta que el mismo día de su jubilación la obligaron a hablar en los micrófonos de la SER, pero desde su llegada fue una viga fundamental en el armazón de su Radio Zaragoza. Sujetó los cables y voluntades necesarias para que, lo que luego se llamó producción, funcionara bien. Si la producción previa no es firme, no hay voz ni discurso que después se sustente. Eso fue Concha Salanova, la viga maestra que organizaba, solucionaba, conseguía y posibilitaba cualquier cosa que se le ocurriera a un redactor o un locutor. Y lo que no, también. Fue sustancial en la vida y en la carrera de muchos, la argamasa que juntaba aciertos y la herramienta que limaba desencuentros. Y siempre, debajo de su uniforme de perfecta productora, estaba la mujer, un ser humano excepcional, algo tan fácil de decir cuando alguien ha muerto y tan difícil de mantener cuando alguien vive y compartes alegrías y dramas, éxitos y fracasos y nubarrones mentales en el cielo que hacen difícil la convivencia y la misma vida.
Concha (para mi era Con) olía siempre bien y jamás lució unos labios que no estuvieran perfectamente brillantes y rojos como su corazón y su conciencia. Tenía alma musical, manos de fotógrafa y mirada cinematográfica, tres de sus obsesiones, siempre por debajo de hacer una radio digna y sincera que no siempre vio. Pero todo dejaba de tener importancia e incluso sentido para ella si la reclamaba un amigo (conmigo siempre fue así) o uno de sus hijos.
Alumna de la experiencia en la Universidad de Zaragoza, se enfrentó a sus trabajos de estudiante con la entrega de una atleta olímpica. Jamás dejó de aprender y, sin pretenderlo, de enseñar, entre otras cosas, una dignidad y una elegancia modélicas.
Para algunos era Con, para otros era Conchi, para otros Conchita, para el mundo la Salanova, una mujer de fortaleza evidente, fe silenciosa y discreta resistencia cuyo álbum de fotos podría contar la historia reciente de Zaragoza en el rostro de los personajes que la hicieron con la sombra de Concha detrás. Siempre estuvo en la sombra: en el trabajo, en la vida, en el sindicato que no logramos de acabar arrancar, en la música, en las fiestas y hasta en las historias de los demás. Una sombra de viento feroz que no te refleja sino que te empuja hacia adelante y hasta te rebasa para quitar de en medio los obstáculos que te impiden avanzar. Y lo hizo eternamente en silencio y porque sí.
Su último año fue demoledor, pero hasta en eso fue discreta y animosa. Y cuando decidió parar, paró. Siempre supo qué necesitaban hacer sus amigos antes que ellos mismos. Lo sé, porque fui uno de los agraciados con su sabiduría, su consejo y su amor durante muchos años y hasta el último día. Y lo seguiré siendo a partir de hoy que no está en ningún sitio excepto en los libros de la historia de la radio donde escribió capítulos silenciosos y vitales y en el corazón de quienes la quisimos de verdad.
Publicado en Heraldo de Aragón el 03.10.09