Lo que mola es ser agresivo, un chulico. Al menos entre los y las adolescentes, según un estudio del Ministerio de la Igualdad que revela que el 17% de los y las jóvenes consideran que ser agresivo es más atractivo, y los chicos y chicas que pueden identificarse con valores como la bondad, molan menos. Imagino que en respuestas de este tipo hay mucho de testosterona y hormonas alteradas propias de la edad. Pero también una pista inmensa sobre los valores que luego pueden desembocar en actitudes machistas y agresivas, en desigualdad de género y en opciones depredadoras. Lo ha dicho esta semana la profesora Carmen Elboj: “el chico chulo es el modelo de atracción socializado”. Y es también, apunto yo, un modelo social extendido a todos los órdenes de la vida que persevera desde la escuela o que refleja en ella, los modelos adultos que, al fin y al cabo, son quienes educan o deseducan aunque se olviden tan habitualmente los aficionados a poner a caldo a la gente joven por norma.
Es el habitual recurso al tribalismo, que se confunde con identidad, como muy bien me explicó el otro día, a colación de otro asunto, el músico y educador Ángel Vergara. Una posición que antes que nada revela el deseo de definirse por oposición a otros (que creemos peores o diferentes que uno) en lugar de hacerlo como afirmación positiva de nuestras características. Revela también la incapacidad de afirmar un mínimo conjunto de actitudes y aptitudes positivas propias por lo que hemos de recurrir a la inútil diferenciación por imposición, porque no nos conformamos con la diferencia sino que pretendemos la superioridad.
Así que urge revisar lo que el profesor Bonino llama nuestros micromachismos y que conforman nuestros ejes de estructura patriarcal: el poder, el dominio de los espacios públicos económicos y, en muchas ocasiones, nuestra sexualidad.
No es una teoría banal. Un indócil estudio de la Universidad de Florida, publicado en el Journal of Applied Psychology, revela que algunos hombres cobran significativamente menos que otros en puestos de trabajo y con cualificaciones similares. Son los pocos que no creen en la separación de roles por géneros y que tienen actitudes igualitarias activas con las mujeres. Según ese estudio, cobran más los que mantienen actitudes tradicionales. La práctica y la defensa del patriarcado se premia y la práctica del igualitarismo se castiga con algo que a la mayoría hiere profundamente: el poder adquisitivo. Y si estás entregado a la empresa, no cumples en tu casa y con los tuyos.
Y ¿qué hacemos para cambiar este desmán? LO que el sociólogo Erick Pescador llama la Ética del Cuidado. Crear nuevos vínculos sentimentales y de responsabilidad mutua rompe los miedos al rechazo y la necesidad básica y animal de grupo, y la sustituye por la necesidad del afecto voluntariamente creado o asumido. Dicho en palabras más cotidianas: enseñar y practicar que cuidar unos de otros en términos de igualdad, cuidar de cualquier ser vivo, enseñar el afecto y la comprensión como clave sustancial de las relaciones, lleva a nuevas relaciones humanas y destruye algunas maldades impuestas por un sistema basado en la competencia y el beneficio material directo.
En esa línea van intenciones como la conciliación familiar que boicotean tantas empresas y que sigue revelando que los viejos parámetros del triunfo personal público, y el dinero y el poder como meta, son incompatibles muchas veces con el triunfo colectivo o el afectivo y privado. Un gran hombre público suele ser un mal hombre domestico.
Pero eso no es cosa de los chavales sino de todos, una vez más. Las actitudes premiadas en el trabajo o en la política son actitudes de persecución y negación de los sentimientos y los afectos. Y una de dos: o el chulico se acaba o se acaba el sueño de una sociedad igualitaria y humana donde trabajemos para vivir y no vivamos para producirle a otros.
Publicado en El Periódico de Aragón el 27.11.09