sábado, 14 de noviembre de 2009

Corruptos somos todos

Los escándalos de corrupción que ya no nos escandalizan son parte de nuestra cultura. No de la cultura española (bueno si, un poco también, que los picaros y los aprovechados siempre nos han vuelto locos) ni de la cultura contemporánea (aunque un poco también, porque solo se puede ser un héroe forrado de pasta que no has ganado trabajando y saliendo en la tele, porque nadie se hace rico trabajando, rico de verdad y trabajando honradamente). Forma parte de nuestra cultura que siempre ha confundido derechos con favores, obligaciones con injusticias, inteligencia con morro y habilidad con escaqueo.
Si claro, todo el mundo no es así, pero hagamos cuentas: El habilidoso joven que se monta su pequeño imperio con contactos y dinero público en cuatro días; Los apaños entre servidor y servido, profesional o cliente, para quitarse los IVAS; La década vergonzante del Fleta derribado y que sin suelo, ni techo, ni interiores, ni vergüenza ha costado 14 millones y presupuesta otros 20 y ha pasado ya por tres proyectos teóricos. Y todos sus responsables siguen en el gobierno; Los 20 millones de más que ha costado el sueño motorizado de Biel llamado Motorland en cuyo consejo de administración, la alcaldesa de la localidad tiene presencia sin voto y clama por el hospital comarcal nuevo para el que no encuentran dinero en el Pignatelli por que los suelos “son cosa del Ayuntamiento”; El mediano empresario que presume de pagar publicidad en la revista de un servicio armado español de uniforme más o menos verde y enseña una fotocopia del dni del señor que le llamo como comercial de la revista cada vez que comete una infracción y la multa ni siquiera es puesta; Los regalitos de los clientes que optan a un encargo o contrato que aceptas por cumplir con tu obligación en un cargo público o en una junta de vecinos; Llamar al amigo de mi amigo que conoce a un tío que te lo hace por menos dinero sin preguntar por su solvencia profesional y asumiendo que ni cobra IVA, ni paga impuestos, ni cotiza en la seguridad social y lo hace en sus ratos libres o en lugar de un trabajo regulado; Las llamaditas personales que se hacen desde el teléfono de la empresa o la institución en la que se trabaja; Llegar tarde, salir pronto y almorzar durante hora y media en la administración; Colar a tus conocidos en los servicios en los que los demás esperan horas, días o meses; Y así hasta el infinito.
Pero una vez hemos asumido esto, se trata de volverse unos radicales absolutos y combatirlo en todos los órdenes de la vida porque si no, estamos negando la existencia de otra ingente masa de ciudadanos y ciudadanas que practican la honestidad, no como un mérito, que no lo es, sino como la normal obligación vital que todos y todas deberíamos asumir como parte de la esencia cívica de una sociedad democrática o que está en camino de serlo. Ser honrados en cada segundo para no dar pábulo a los impresentables que se escudan en la creencia de que la mayoría también lo hace, pábulo a los ocupantes de cargo público sin vergüenza pensando que para que lo hagan otros lo hago yo, y pábulo a los beneficiarios indirectos de la corrupción cuyo silencio y apoyo resulta fundamental para que el corrupto público lo siga siendo. Si no sería, es, dejar en la cuneta a los cargos públicos honrados, a los profesionales normales, al funcionario decente, a la ciudadanía consciente y a quien si trabaja para vivir.
Si no, corruptos somos todos. Y todas.
Publicado en El Periódico de Aragón el 13.11.09