viernes, 20 de noviembre de 2009

Infancia

En un mundo occidental que se cree de clase media globalizada, los niños y niñas suelen contar con buena parte de su desarrollo físico, emocional, intelectual y material asegurado. Suelen, porque un repaso por los pendientes en los juzgados de lo social y de infancia o los servicios sociales, nos cambiarían esa complaciente perspectiva que tenemos de nuestros niños y niñas, y de sus deseos y sus derechos. Pero no todo el mundo es así, ni siquiera visto a través del tamiz del primer mundo.
Hay niveles distintos de aplicación y disfrute de derechos. Unicef, por ejemplo, promueve un protocolo o programa para convertir a las ciudades en Amigas de la Infancia, una lista de pilares básicos como los llaman, que marcan pautas en criterios urbanísticos, educativos, recreativos, ambientales y de algo afortunadamente muy en boga pero que casi nadie se cree en la práctica cotidiana, que es la participación. Para empezar, un Plan de Infancia especifico y adecuado a las necesidades propias y una estrategia de derechos de la infancia que van más allá del bienestar burgués que cualquiera (o quizá la mayoría) quiere para un niño o una niña, con cosas como el desarrollo emocional equilibrado y el bienestar ambiental, con las opciones de juego, la igualdad real y derechos políticos. Educar a los niños y niñas (y esto no es una redundancia léxica sino la constatación de la existencia de ambos que aún deben educarse en igualdad) en la participación y responsabilidad colectiva como sujetos de opiniones, deseos y exigencias más allá de consumo, es sentar las bases para otro futuro un poco mejor que éste presente.
Las ciudades Amigas de la Infancia deben hacer y presentar un análisis de cómo cualquier proyecto político o urbano en la ciudad puede afectarles especialmente y cómo puede mejorarse con esa perspectiva: una perspectiva infantil. Tienen incluso que asegurar su colaboración con las organizaciones independientes de derechos humanos que trabajan en el campo de la infancia y llevar a la práctica política la denuncia y el combate de la explotación y violación de derechos de los niños.
Pero no sé, por ejemplo, si además deberían prohibir en sus municipios el consumo de productos manufacturados, preparados, pescados, cultivados, fabricados o envasados por menores a los que les han proscrito el juego, la diversión y la escuela y les han obligado a jornadas laborales de adultos o esclavos, sean estos balones de futbol, móviles baratos o ropa. O si quizá, deberían prohibir o al menos combatir, que sus países y gobiernos, España por ejemplo, comerciara con armas con los estados y grupos que usan a niños soldados, niñas prostitutas y niños y niñas como arma arrojadiza en sus luchas. O si debiera perseguir o plantearse la incompatibilidad de derechos de los niños de países empobrecidos con los derechos de turista de sus adultos, ciudadanos preclaros, que luego gozan con esos niños en la cama a precio de caramelo o les sonríen mientras se buscan la vida como camareros, guías de ocasión o resolvedores de casi todo.

Quizá no sean las ciudades Amigas de la Infancia, sino la ciudadanía que las habita, quienes deberían hacer público todo ese negocio y reconocer cómo se hace la vista gorda y la cartera feliz con todas esas cosas. O como los horarios y exigencias del mercado aquí mismo hacen tan difícil ser a la vez madre y trabajadora o padre y trabajador (que no es lo mismo).
Hoy se cumplen 20 años de la Declaración de los Derechos de la Infancia. Propongo sumar a la celebración una reflexión sobre muchos modos de vida primermundista que no solo avalan, sino que requieren en otras partes del mundo que lo que aquí exigimos como derechos, allá no llegue ni a la altura de los sueños.
Pinchen y vean
www.unicef.org y repasemos nuestra propia vida.
Publicado en El Periodico de Aragón el 20.11.09