sábado, 31 de julio de 2010

Muerte por carbón

Se puede alargar ficticiamente la vida de un cuerpo enfermo, sabiendo que la curación es imposible, multiplicando a la vez su sufrimiento en una legítima pero irracional operación de ceguera autoimpuesta. Pero al final, la muerte es segura. No estoy hablando de la eutanasia de uno mismo, para mí un derecho esencial, que eso se lo dejo a los curas que parecen saberlo todo de la vida, la muerte y el amor, aunque sea de oídas. Hablo del drama minero de las cuencas turolenses y de la situación de la Central Térmica de Andorra y de la tila que suministran a un agonizante.
En 2009, según datos del propio gobierno, la actividad de la central andorrana sólo fue del 38 % de la que había tenido dos años antes. Y bajando, porque en 2010, apenas ha trabajado. La propia autorización del Ministerio de Industria para construir un nuevo almacén para acumular el excedente de carbón ya extraído y sin salida en el mercado, es una demostración de que el futuro de las minas de carbón en España, incluidas las andorranas, tiene un color más negro que las tripas de las propias minas. No es una metáfora fácil y de mal gusto. Es una realidad confirmada por la propia acumulación de carbón sin salida y por la posición de la propia Unión Europea que ya ha dicho que las minas europeas deficitarias, y Andorra lo es en grado sumo, deben ser cerradas antes del 15 de octubre de 2014. Y eso no lo va a parar nadie. Solo tendrán ayudas públicas si hay un plan de cierre.
Urge un plan alternativo de empleo, más allá del lento y confuso Plan Miner, que tenga en cuenta la formación de los hombres y mujeres que hoy trabajan para la central y de quienes aún no trabajan en nada, y un plan real de futuro para la comarca. Y solo se me ocurre, perdonad la temeridad, uno que se centre en el medioambiente como yacimiento de empleo y fuente de riqueza.
Porque esa es la razón verdadera del fin de la actividad minera: “La central térmica de Andorra, que ha emitido a lo largo de su historia enormes cantidades de óxidos de nitrógeno y de azufre, causantes de la lluvia ácida, emite casi tres veces más CO2 , por unidad de energía eléctrica producida, que otros sistemas energéticos no renovables. En solo un año de pleno funcionamiento, como en el 2007, la central andorrana emitió cerca de 6´8 millones de toneladas de CO2, un 29´8 % de las emisiones aragonesas de ese año” como recuerda Ecologistas en Acción. La crisis de la minería es estructural. Las nuevas centrales térmicas de ciclo combinado, a gas, y la energía eólica para generar electricidad, son más competitivas. El carbón subvencionado ya no sirve. La independencia energética de un país, o de la UE, la lucha contra el cambio climático y la creación de empleo está hoy en las energías renovables.
Alargar la agonía de la central de Andorra y no elaborar un plan inmediato es engañar a los trabajadores y a los habitantes de la zona, y enmascarar un serio problema que trasciende Andorra, Aragón y España. El Gobierno de España sigue aprobando ayudas, pero estas son el último pan duro del que mañana morirá de hambre sin un proyecto de futuro realista. Andorra era la mina y la mina era Andorra, pero hace mucho que ese binomio dejó de ser real. Hoy las comarcas mineras necesitan de un plan real específico, enmarcado en un plan nacional de abandono del carbón y la apuesta por las energías renovables. El drama recuerda demasiado la improvisación y la tardanza que ya sufrió la siderurgia.
Porque la tierra gira y el mundo se mueve, aunque algunas mentes y poltronas sufren de un inmenso reúma.
Publicada en El Periódico de Aragón el 31/07/10