domingo, 22 de agosto de 2010

Beach House, el espiritu de la "zebra"


He descubierto una nueva banda. Se llama Beach House y el encuentro ha sido en un sobrio y precioso bar de la ciudad de Copenhague llamado Mandela en el viejo barrio obrero y depauperado de Vesterbro. Me encontré de sopetón una canción frágil y reiterativa y una voz que le debía mucho a la vieja Nico y una forma de hacer música sobria y potente a, salvando las distancias, Neil Young. La canción era Zebra, del tercer disco de Beach House llamado Teen Dream. Luego supe que antes habían granado Devotion y antes Beach House.
Tiernos, de sonidos indie, levemente sucios y con apariencia de ser sinceros y transparentes, el dúo formado en 2004 en la fea Baltimore (EEUU), la misma ciudad que retrataba con acidez el cineasta Jhon Waters en los delirantes años ochenta, está compuesto por Alex Scally (guitarra y bajos) y Victoria Legrand (voz y órgano). Victoria es hija de músicos y nació en Francia (no sé, yo les noto un cierto regusto europeo) y ambos me recuerdan a veces a un viejo dúo idolatrado por mí, del que también descienden otras bandas europeas y españolas llamado Everything but the girl.
He comprado su segundo y tercer disco (si, a veces compro cds, no sólo los descargo públicamente de la red). Maravillosos, inteligentes, efectistas, fáciles, sobrios, distorsionados pero melódicos. Sobre todo Teen Dream, que por cierto suena inocente y hasta ingenuo, pero no adolescente.
Beach House es una banda (en directo suelen ser cuatro músicos) con blog oficial:



y devoción por expresarse en la red. Este es su sitio en myspace:

Subir los impuestos

Sí, hay que subir los impuestos para asegurar un estado fuerte, servicios de calidad y un estado de bienestar. Pero no todos ni por igual, porque primero habrá que deshacer las estupideces que se hicieron y ordenar una nueva política fiscal. Si, subamos los impuestos después de recuperar el impuesto sobre el patrimonio que tan tontamente suprimimos. Si, gravemos más al tabaco y alcohol para reforzar la caja común y favorecer la reducción de su consumo. Si, subamos los impuestos después de elaborar políticas de precios diferenciadas al uso del combustible fósil (gasóleo de producción o de ocio). Si, presionemos la renta del capital. Porque los impuestos son la seguridad única del mantenimiento de servicios públicos de calidad. Aunque aún permanezca la peligrosa creencia de que lo que es de todos no es de nadie, o de que el estado o el ayuntamiento son entes abstractos que no tienen que ver con nosotros. Claro que, que el estado somos todos lo enseñan algunos libros de la Educación para la Ciudadanía y la derecha la ha llevado al Tribunal Constitucional.
Algunos países todavía modélicos en su política social, sus niveles de bienestar y su comportamiento cívico individual, para el que aquí parecen faltarnos todavía algunas largas décadas de cambio, tienen esto muy claro. No lo dudan ni liberales ni conservadores (que aquí no existen porque los partidos de derechas está anclados en postulados religiosos y anti estado o perdidos en discursos regionalistas-nacionalistas), ni socialdemócratas ni verdes ni izquierda socialista. Los impuestos del 25 % como iva común y del 45% en las nóminas son para pagar los servicios y vivir en comunidad. Defraudar o escaquearse –deporte nacional español que recibe aplausos en vez de críticas- no se le ocurre a nadie. Sus impuestos son progresivos y los servicios públicos globales, y en épocas de crisis han sido reforzados, junto a la obra pública, y no baqueteados por discursos reaccionarios que ponen en cuestión la existencia de un estado fuerte capaz de proteger a su ciudadanía y de capear el vendaval liberal y la crisis financiera que han creado la banca y sus tiburones.
Los impuestos forman parte de la cultura democrática del norte de Europa que ha permitido equilibrar pobreza y riqueza, prestar servicios igualitarios de calidad y mantener a raya la especulación que en otros países (no miren lejos que basta con vernos en un espejo), es el pan de cada día. Los mismos en los que amenazan con fugas de capital, que se producen de igual modo, cuando se anuncia más presión fiscal.
Pero aquí los impuestos son el diablo. Y aunque ni el diablo ni dios existan demostradamente, montamos carajeras que da gusto, las mismas que no les montamos a la banca por engañarnos-engatusarnos-abusarnos-sobornarnos y generar una crisis después de hacernos creer que todos éramos ricos. Casi todos los partidos se han opuesto pensando que así sintonizaban con el sentir popular que le tiene más tirria a los impuestos que devoción al santo de su pueblo. Y luego la escuela, la salud y el civismo que los paguen otros.
O si no, ya nos los bajaremos de internet o se los pediremos a la virgen.

Publicada el 22.08.10 en El Periódico de Aragón