sábado, 7 de mayo de 2011

Responsabilidad Social Empresarial en la Cultura

La responsabilidad social es exigible, radical y democráticamente exigible, a todo sector productivo y toda actividad humana, mucho más en cualquier actividad económica puesto que para crear algo nuevo, usa de la fuerza del trabajo y de recursos naturales que, en principio, son de todos (agua, energía, oxigeno, incluso tiempo) y provoca consecuencias colectivas incluso en aquellos que no van a consumir o beneficiarse directamente de estos productos: residuos, emisiones e incluso ruidos.
Es verdad que en la cultura esto adquiere un tinte especial. Y que es una actividad en la que histórica y naturalmente es más fácil de asumir y consumir, y también más proclive a responsabilizarse porque sus profesionales trabajan a la vez con el cerebro, las emociones, la razón y el espíritu.
La propuesta que represento en esta mesa, Zaragoza 2016, como trabajador de la comunicación, responsable de su imagen pública, y en la que fervientemente creo de modo personal, significa una cultura que ejerce un inmediato efecto positivo transformador en: el territorio, las personas y su interrelación, incluyendo su efecto en otros sectores económicos.

Me gusta recordar que el PIB cultural aragonés y el español rozan el 4% y que cuando hablamos de industrias culturales y creativas debemos incluir además de lo obvio, a la seguridad, el textil, la madera, la hostelería, el turismo, la tv, las empresas gráficas, etc.…. puntales todas de la cultura que luego consumiremos).
La cultura puede transformar el territorio al invertir una dinámica humana y urbana. Es un elemento de desarrollo social y urbano, por lo tanto, y debe favorecer el conocimiento, la comunicación y la convivencia.
En nuestro caso, Zaragoza 2016 y el espíritu europeísta que le anima, es un factor de construcción de la vieja utopía de una Europa Unida y diferente, una vez clamorosamente fracasado la vía económica y la imposición política que a las personas europeístas entre las me encuentro nos devuelve la fe en el suelo de la Unión.
Y además, creo que toda acción cultural puede dejar un legado que ayude a construir otro futuro común, no ya en el ámbito de Europa, sino en el de las personas como individuos.
Uso el verbo poder y no el deber, y no doy por hecho que así sea, porque no siempre ocurre en el presente.
Para que este concepto y proyecto cultural sea posible han de pasar varias cosas, supongo. Entre otras que:
· sea reconocido por la mayoría como un ámbito económico y social básico, que incluye el reconocimiento de artistas y creadores como parte del patrimonio común de una ciudad. Una ciudad es su aeropuerto, plazas, calles, mercados, rascacielos, parques…. Pero es también sus poetas, cantores, músicos, cineastas, pintores, ilustradores, y su memoria que dan sentido a su alma y que colaboran, lenta pero radicalmente, en la conformación de una polis de convivencia que puede mostrar a través de su vida creativa, su riqueza y su modelo y modo de vida.
· Otra, que sea asumido por la mayoría, por la gente que algunos llaman publico. Para que sea así, es imprescindible que sea construya horizontalmente por todos de un modo participado incluyendo este concepto, tanto y tan mal usado, tres patas básicas: Análisis y diagnostico /propuestas / y gestión. Sin esta última parte, todo proceso de participación será un simulacro que, como mucho, se parecerá a una consulta, y que, como todo el mundo sabe, es prerrogativa de quien consulta tener o no en cuenta lo opinado.
· Algo muy importante en mi opinión, en este sentido, es conocer, poder asistir al proceso creativo del arte lo que facilitaría su comprensión y valoración final, y las sinergias entre creadores y públicos y su implicación en el desarrollo de un territorio.

Otro concepto fundamental que yo reclamo de la cultura y de todo proceso económico, volviendo al origen de mis palabras, es la sostenibilidad. Si el concepto participación está mal usado, este está directamente prostituido.
1. Sostenibilidad económica porque pervive más allá de la subvención coyuntural rompiendo el monopolio de lo público, para ser cogestionado por los propios artistas, la ciudad y ese magma complejo que llamamos ciudad y que pone los recursos de la ciudad a disposición y en manos de la ciudad, más allá de la exclusividad de la institución que lo gestiona por democrática que esta sea.
2. Sostenibilidad temporal para que los proyectos y las ideas crezcan, maduren y se sostengan y no mueran nada más empezar.
3. Y sostenibilidad ambiental en el uso de los recursos, la generación de residuos, el coste energético, su relación con el paisaje y el modelo urbano que genera. Esto es muy, muy, muy radical. Porque significa al menos replantearse modelos hoy en boga y considerados progresistas como las aglomeraciones, el uso de playas o ríos y el propio mercado de las artes plásticas o el modelo del museo almacén de los siglos XIX y XX para pasar a un modelo aún no del todo definido basado en la creación, la experimentación, la tecnología y la experiencia.

Mi querido Federico (García Lorca) afirmó que no se puede esperar que las masas sean poéticas y llenas de verdad literaria si andan pensando en el ruido que hacen siempre sus estómagos vacíos. “Para mirar los lirios no hay que tener hambre” escribió el poeta. Suscribo por supuesto, pero matizo: ambas necesidades deben ser cubiertas a la vez porque la cultura hace más justas y sabias y sensibles a las personas, una cultura sostenible, claro, no otra, y ayudan en el proceso de desarrollo económico y social de un territorio.
Y pueden hacer a la gente más feliz, que, al fin y al cabo, es el más importante objetivo posible.
Quizá suene antiguo pero, en una época de crisis global, no solo económica sino de cambio de modelo y espero que de paradigmas, es imperioso que así sea.
Abandonar la responsabilidad social que toda actividad deber tener es negar la vida en comunidad, incluso para quien piense que crea a solas porque trabaja en soledad, porque incluso esos se nutren de las experiencias ajenas, de la interacción con otros seres y se benefician de los recursos comunes de un territorio.
Incluso en la asunción de las deudas de plusvalía de riqueza que se debe siempre a la comunidad. O en la plusvalía afectiva que se debe a quien sostiene nuestra vida común mientras nosotros creamos.
Decía el hermético y fascinante José Lezama Lima que “trabajar con lo posible sobre lo imposible abre muchos posibles posibles”. La utopía no es un sueño, es un instrumento hacia el futuro.

Notas para la intervención presentada en la mesa redonda sobre RSE y Cultura el 4 de mayo de 2011, previa al II Congreso Nacional sobre Responsabilidad Social Empresarial en Zaragoza los días 14, 15 y 16 de Junio de 2011.