
Servet fue médico, teólogo y filósofo, un término que en la historia ha servido para definir a cualquier persona que intentara dilucidar la verdad y avanzar en su pensamiento entre marañas de contaminados dogmas y prejuicios emanados del poder y las iglesias, y hervidos en el generalizado analfabetismo del pueblo. Desde finales del siglo XIX es un símbolo, mártir de los librepensadores e icono de la libertad de expresión y de quienes creen en la libertad de conciencia. Lo mandó quemar Calvino, lo condenó y persiguió el papa de Roma pero alumbró caminos nuevos en la ciencia y la medicina y arrojó luz sobre la circulación sanguínea y el sistema pulmonar humano.
¿Y su pecado? Entonces homologado a delito y condenado con la muerte, negar la santísima trinidad, dogma inviolable católico y oponerse al bautismo infantil por ser los niños inconscientes de sus actos. Esa idea, desarrollada en De Trinitatis Erroribus en 1531 y ampliada un año después en Dialogorum de Trinitate, oscureció todo su valor científico y sus conocimientos matemáticos, astronómicos y de derecho.
Pero el fuego no quema las ideas. Según palabras del historiador polaco Marian Hillar, Servet “fue el punto de inflexión en la ideología y mentalidad dominantes desde el siglo IV. Históricamente hablando, murió para que la libertad de conciencia se convirtiera en un derecho civil en la sociedad moderna». Fue también un convencido de la necesidad de crear un sistema de justicia universal y racional amplificando los primeros brotes de la justicia igualitaria, que posteriores corrientes políticas y filosóficas laicas impulsarían después. En una carta que Servet escribe al Consejo de Ginebra el 22 de septiembre de 1553, treinta y cinco días antes de su muerte en la hoguera, pide que Calvino sea interrogado junto a él invocando igualdad de trato y afirma: “Os pido Justicia, Señores, Justicia, Justicia, Justicia”.
Había viajado por Europa como su casa: Paris, Viena, tierras alemanas e italianas, buscó apoyo de los reformistas de los que luego se alejó, fanáticos también, y se sirvió de su conocimiento de los idiomas para hacer de la palabra la vía de discusión única de las ideas. Pero las ideas estaban proscritas. Hoy, Miguel Serveto de Villanueva, formado en el Castillo de Montearagón y en las cortes europeas antes de que hiciera de la libertad de expresión su vida y pagara por ello con la misma quemado a los 41 años, es un ejemplo de actitud cívica.[
Había viajado por Europa como su casa: Paris, Viena, tierras alemanas e italianas, buscó apoyo de los reformistas de los que luego se alejó, fanáticos también, y se sirvió de su conocimiento de los idiomas para hacer de la palabra la vía de discusión única de las ideas. Pero las ideas estaban proscritas. Hoy, Miguel Serveto de Villanueva, formado en el Castillo de Montearagón y en las cortes europeas antes de que hiciera de la libertad de expresión su vida y pagara por ello con la misma quemado a los 41 años, es un ejemplo de actitud cívica.[