jueves, 13 de octubre de 2011

La cultura da dinero (y más cosas)



Se calcula que la cultura en su término más amplio representa casi el 3´9% de PIB de España y en Aragón. Las industrias culturales son los artistas y los creadores, quienes se suben a un escenario y quienes los programan, pero también y, económicamente esto es aún más importante, sectores como editores, imprenta, diseñadores gráficos, madera, seguridad, transportes o textil. Según la Cuenta Satélite del Ministerio de Cultura, cuya finalidad es proporcionar un sistema de información económica, diseñado como satélite del sistema principal de Cuentas Nacionales de España para estimar el impacto de la cultura en la economía española, la cultura aportó el 3% de los empleos entre 2000 y 2008 sin contar los que ocurren en el ámbito del Patrimonio o el educativo. Y sin considerar los que se ven directamente afectados en el transporte la hostelería o el turismo y la construcción. Sólo respecto a las personas que “crean, producen y difunden”, esto es, trabajadores de museos o documentalistas, por ejemplo. En Aragón los datos porcentuales son similares. Y, pese al mito, con escasas subvenciones y menores que a cualquier otro sector económico como la agricultura, por ejemplo, como se apresuran a apostillar las asociaciones de artistas y empresas culturales. Una manera fácil de comprender que en la cultura siempre se extrae más de lo que se invierte.
En palabras de Eduard Miralles, uno de los grandes pensadores en este asunto y actual presidente de la Fundación Interarts y asesor de relaciones internacionales de la Diputación de Barcelona “en pocos años la relación desarrollo / cultura ha pasado de ser irrelevante a fundamental, un recurso de desarrollo económico que se ha integrado en el aparato productivo”. “Los gobiernos y administraciones – continua Miralles- deben afrontar la articulación de las políticas de visibilidad de las ciudades (citymarketing) y las políticas comunitarias y de proximidad a la ciudadanía”. Es decir una manera de impulsar el desarrollo y de definir a una ciudad y su bienestar y su papel en el mundo. Para Chus cantero, director de Oikos, influyente teórico y Coordinador general del Observatorio Andaluz para la Economía de la Cultura, existe un reto fundamental: “descubrir la cultura como yacimiento de empleo.
Ambos pronunciaron estas palabras en Zaragoza, en una jornada sobre estrategias culturas organizadas por Ebrópolis, la Asociación para el desarrollo estratégico de Zaragoza. El propio Miralles recuerda que “la cultura es el cuarto pilar del desarrollo sostenible. El concepto de desarrollo se ha venido ampliando a lo largo de la historia. Así, se sostiene en cuatro pilares fundamentales: sostenibilidad económica de fines del siglo XIX, la dimensión social que se agrega en la primera mitad del siglo XX, la segunda mitad de este siglo se caracteriza por aportar el desarrollo medioambiental, y en el XXI se introduce la cultura”.
Pero ¿y si en vez del Producto Interior Bruto (PIB) como índice de medición de la importancia de la cultura en la economía y el desarrollo material de un territorio, consideramos el IDH, Índice de Desarrollo Humano, como propugnan algunos observadores y se sugiere desde algunas nuevas políticas culturales? Entonces, aún es mayor su importancia para una ciudad en desarrollo y que aspira a ocupar su lugar en Europa. El Desarrollo Humano “va mucho más allá del aumento o la disminución de los ingresos de un país. Comprende la creación de un entorno en el que las per­sonas puedan desarrollar su máximo potencial y llevar una vida productiva y creativa acorde con sus necesidades e intereses”. Un valor democrático que entonces hace de la cultura un motor esencial para definir modelos urbanísticos, propugnar relaciones sociales de convivencia en las cambiantes urbes europeas, establecer prácticas medioambientales o la ocupación institucional o popular del espacio público. Las industrias culturales para ser industrias “tienen que ser sostenibles, no comercios con el lucro como objetivo” dicen desde la Red de Teatros Alternativos.
Carácter social de la cultura. Según José Ramón Insa, verdadero experto en cooperación internacional y desarrollo cultural del Ayuntamiento de Zaragoza, “¿Cuál es la estrategia para devolverle a la cultura su carácter social? Recuperar la cultura como un proyec­to colectivo. Creo firmemente que en primer lugar es absolutamente necesario abandonar esa premisa reduccionista de la cultura aconteci­miento”.
“En realidad no existe ningún problema en que la cultura se relacione con la economía, -continua Insa- el problema es que la con­fianza ciega en el mercado como único regulador de la sociedad nos condena a colocar el beneficio en el eje del ordenamiento de la cultura. La cultura con calculadora es un peligro”. “Una ciudad culta no es una ciudad espectáculo sino aque­lla que alberga una ciudadanía responsable y comprometida. La cultura cambia la ciudad no solo a partir de los productos culturales sino a través de los comportamientos. Sobre todo por­que quien provoca el desarrollo no es otro que el ciudadano” explica.
Este es uno de los argumentos básicos que desde los años 70 imperan en las ciudades francesas o alemanas, donde las aportaciones púbicas para las empresas culturales pueden llegar al 50% de los gastos o inversiones que éstas presenten, “justamente -dicen en la red de teatros alternativos. Porque el valor de la cultura se mide en euros, desarrollo, convivencia, promoción y hasta urbanismo”.

En palabras de la devaluada y nunca bien comprendida Ofelia en el Hamlet de Shakespeare (industria que renta infinito a la economía británica): “Sabemos lo que somos pero no (aún) lo que podemos ser”.


Públicado el 12/10/11 en El Periódico de Aragón.