viernes, 30 de marzo de 2012

Las matemáticas, el miedo y la democracia

Siendo importantísima la cantidad exacta de personas que ayer hicimos huelga, lo es aún más la cantidad de personas que participaron en alguna de las 111 manifestaciones de la tarde. Y lo es más aún la de quienes podrían estar a favor de la movilización y en contra de la reforma laboral y, de paso, de la deriva de las destructivas reformas del estado que está llevando a cabo el gobierno de Rajoy, y no pudieron parar. Quizá eso nos diera un visión más certera de la realidad y sacara de nosotros nuestro espíritu más democrático.

¿Por qué? Por tres razones:

1. Un político democrático necesita tener y mostrar suficiente sensibilidad para navegar en aguas turbulentas, captar mensajes obvios de la sociedad y entender que, precisamente, por estar en una muy complicada situación como país, es el país quien debe decidir qué hacer. Los tiempos de los líderes históricos (y desde luego Rajoy será un presidente de paso más, como todos por ahora a excepción de Felipe González) han pasado. La gobernanza exige discusiones, debates, acuerdos y compromisos globales para hacer las cosas bien. Y hacerlas bien, lejos de la retorica capitalista, de los mercados, de la verdad revelada y las supuestas mayorías publicadas, es hacerlas de consenso. Al menos, con el máximo acuerdo posible. Los ciudadanos no somos niños pequeños cuyos padres, supuestamente, saben lo que nos conviene. Escuchar las declaraciones de la mayoría del congreso (también de algún progresista) me resulta vergonzosa. Hablan de la ciudadanía como si no existiera o no tuviera voluntad, del país como si fuera un objeto, y de la economía como si no tuviera ya suficientes efectos devastadores en la población. Lo que pasó ayer en la huelga general, que fue un éxito acorde con la situación personal de millones de personas debería bastar para retomar el dialogo que nunca se inició y para hablar de qué hacemos. Y digo hacemos, no hacen.

2. Lo cual me lleva a la segunda razón de por qué cualquier analista serio, político, observador o aficionado, ve que ayer sí triunfo la huelga. Los mismos que para negar el paro masivo en muchos sectores parecen haber olvidado los rudimentos de las matemáticas de la escuela, olvidan también el miedo y la presión ejercida contra miles de personas para no parar: trabajadores de pymes y comercios, de negocios pequeños, precarios que se la jugaban una vez más, situaciones económicas perversas en las que el descuento de la huelga era una falla inasumible en la economía doméstica familiar, el miedo a ser despedido, tener un trabajo de mierda tras dos o tres años de desempleo... cualquier situación en la que la mayoría no secunda la huelga sin que nadie le diga que no lo haga. No somos tan tontos, ni jugamos a ser héroes. Y no puede afirmarse que por falta de convicción. De hecho, las cifras se reventaron conforme a la asistencia a las manifestaciones de la tarde.

3: La última razón que improviso es la violada exigencia democrática de gobernar para todos y no contra la mitad del país. Con una huelga en la calle y un evidente descontento social no estás ejerciendo tu obligación democrática de atender todas las sensibilidades y necesidades sociales. Aducir obligaciones exteriores, necesidades imperiosas, saber lo que se necesita y toda esa serie de estupideces tecnocráticas es revivir la versión moderna, no por ello mejor, del despotismo o el paternalismo. Una tendencia muy española a imponer lo que yo se y tú no, que tú no sabes nada, y que nos libera del dialogo y el acuerdo. En Lehman Brothers, símbolo de los jodedores mundiales de la economía, de donde viene el ministro De Guindos, puede que sí. En la democracia política, no.

¿Tenemos que volver a aprender matemáticas y a definir miedo, y a aprender por fin a gobernar democráticamente?