lunes, 21 de mayo de 2012

La Huella del Ángel. (Nancy Huston, Salamandra,09)

Saffie, emigrada a París en 1957 con juventud, belleza, secretos, dolor y silencio, enamora en dos minutos a Raphael Lepage, un brillante flautista, hijo de una mujer acomodada, que tiene por delante una fulgurante carrera. Saffie no ama a Raphael pero eso no importa y él no lo sabe. No ama París, no ama la vida, no ama su pasado y ya no sabe qué es la felicidad. András sí, si ama París, la vida y su pasado aunque duela. Y ama su presente y su futuro y la música, es luthier de mágicas manos y está comprometido con la rebelión húngara frente a los soviéticos y con algo más que no se intuye en su pobre taller donde el té, la música y la entrada continua de personas de todo origen enseñan a Saffie un mundo nuevo.
Esta es la historia de amor. Pero en medio, en el contexto, en el escenario que dibuja todas las acciones de la vida, hay un niño, hijo de Saffie y Raphael, dos vidas paralelas e incompatibles, la pasión de András, su amor, y la realidad de un hermoso París lleno de miserias y la guerra imperialista de Francia en Argelia y los argelinos que luchan por su independencia.
La historia hecha por los hombres (pues son ellos los que se empeñan en definirla), la música que no acalla el dolor de las bombas y las fronteras, las heridas del pasado que no siempre cicatrizan, la memoria, el olvido, los secretos y la fatalidad que pondrá fin a casi todo, marcan sus propias reglas. También sobre el amor, que no siempre consigue lo que se plantea y que, a veces, es sólo una pantalla que resguarda nuestra felicidad pero que también esconde la verdad.
Sin juicios morales pero con valor y análisis critico y compromiso, esta magnífica novela de Nancy Huston (canadiense de origen y vecina de París) relata una Europa que se quiere superior pero se muestra cruel y con demasiado basura rodeando la belleza. Como en los humanos, poliédricos, víctimas y responsables, vivos en varias dimensiones, que no siempre controlan una vida que no tiene principio y fin sino que es un continuo que empezó hace mucho y al que le queda mucho más por delante.
Depurada, lúcida e intensa, ironiza: "Ah, si. Todos somos todavía inocentes".