lunes, 4 de junio de 2012

Ahora, nada (Paisajes de Realidad desde Abajo 2)

Mi amigo, el de los 420 euros mensuales por 8 horas diarias nocturnas entre las 11 de la noche y las 7 de la mañana en una empresa de transportes, ha sido despedido. Naturalmente sin aviso previo. Una madrugada, un poco antes de salir, recibió un "mañana ya no hace falta que vengas" en forma de elegante carta de despido. Terminó su turno y se marchó sin siquiera una mueca de dolor, una especie de sistema zen propio para soportar el maltrato vital. Aunque me temo que ese sistema sólo funciona en apariencia. Enseguida se diluyen sus teóricos efectos. Se marchó, también naturalmente, sin derecho a prestación por desempleo, indemnización ni nada parecido, que para eso trabajaba a través de una ETT -Empresa de Trabajo temporal, un maligno invento con sigla de enfermedad de trasmisión sexual - y cobraba por horas y estaba sujeto a "necesidades diarias de producción".
Así que ahora vivirá de la pensión de jubilación de su madre: 700 euros.
En su escalera hay varios niños y niñas. No tienen nada que ver con él, excepto porque ya están creciendo como protagonistas del hambre y la crisis financiera que pagamos quienes nunca tuvimos finanzas: hacen una vez al día una comida (más o menos) equilibrada en la escuela porque tienen una beca de comedor que ahora podría ser "recortada". Si la pierden, dejarán de comer porque en su casa no entra dinero hace ya meses.
Andrés, por ejemplo, conoció tiempos mejores, llegó a conseguir de su abuelo la play station 2 en sus días de gloria. No va echar de menos el teatro al que nunca le llevaron, o el cine, que lo pirateaban en la red. La cultura y el desarrollo intelectual nunca fueron considerados de primera necesidad en su casa excepto como fuente relativa de placer. Un libro, por ejemplo, no es divertido así que no vale como regalo. Pero hoy, lo que además está en juego en esa escalera que a duras penas mantiene la idea ficticia de la normalidad cuando dos vecinos se encuentran en el ascensor, desaparecida la vieja confianza y solidaridad vecinal de la falsa clase media, es comer. El drama que sus abuelos conocieron de pleno pero que había sido eliminado de este país. Las cenas las consigue su madre con cierto ineficaz disimulo en los cierres del Súper y los mercadillos del barrio cuando las sobras del día son amontonadas al lado de los contenedores y competidas en silencio por otros vecinos en situación semejante.
Hay miles de niños y niñas así en España, pobres de nosotros que creímos que éramos un país normal y moderno. Y ahora UNICEF ya nos incluye en sus dramáticos informes anuales.
Mientras, el gobierno recuerda que "todos tenemos que hacer un poco más de sacrificio". Todos es un concepto que no llega a todas las escaleras, por supuesto, que siempre ha habido clases.
La radio sigue hablando con drama del paro. Pero cuando hoy recordada que el verano crea nuevos empleos "estacionales", olvida un pequeño detalle: con los salarios de esos empleos, reflejo de los que veremos de aquí a nada para casi todos, tampoco se come (ya no digo pagar el alquiler o la hipoteca para el banco que será rescatado mientras a los demás los dejan hundirse en el pozo).
Mi amigo no tiene pareja ni hijos, aún no ha decidido si era mejor tragar con los 420 mensuales, reducidos en los meses en que los festivos caen entre semana, o tragar con la nada.
Son dos tragedias que se parecen.
La dignidad no cabe en ninguna de las dos.