viernes, 15 de junio de 2012

El arte después del arte cuando no hay necesidad del arte

En un artículo encargado a Milan Kundera en 1995 por la revista alemana Frankfurter Rundschau para conmemorar el centenario del cine, el autor checo divaga brillantemente sobre como "la imagen en movimiento se convirtió primero en agente de estupidización y luego de indiscreción planetaria". Siempre leí con ironía esas salvajes afirmaciones de un novelista maravilloso, exestudiante de cine, guionísta y analista de imágenes, dañinas a los ojos de un amante del cine.
El artículo, narra como cenando en Paris, "un joven simpático e inteligente", muestra su rechazo al cine de Fellini que Kundera idolatra "con un ligero desprecio en un tono burlón". "Frente a ese joven brillante, en la Francia de principios de los ochenta, -escribe Kundera en traducción de Beatriz de Moura- fue cuando sentí por primera vez una sensación que nunca había conocido en Checoslovaquia ni siquiera durante los peores años del estalinismo: la sensación de encontrarme en una época del arte después del arte, en un mundo en el que el arte desaparecía porque desaparecían la necesidad del arte, la sensibilidad, el amor por el arte".
Leyendo ese artículo, primero pensé que Kundera estaba planteando un problema ideológico sobre la finalidad del cine. Luego, que hablaba sobre un conflicto generacional sobre los gustos, maneras y ambiciones de artistas nuevos y viejos y de público nuevo y viejo, sobre la intolerancia de unos lenguajes artísticos con otros. Ahora creo que, más allá de lo que de verdad planteara Kundera, me interesó tanto ese párrafo por cómo refleja una sensación que tengo (tenemos) habitualmente respecto al interés que despierta la cultura entre la población, en la tele, en los medios en general que sufren una terrible debacle ideológica y de contenidos, en el poder político, etc... Que imagino que es la de siempre, útil solo para el control y la cuenta de resultados desde el punto de vista del poder, como mero ocio, desde el punto de vista de buena parte de la población. Eso no me importa nada. Lo que me aterra es que con escuela universal gratuita (hasta ayer) un sistema cultural más o menos amplio (en franca destrucción por su inestabilidad), soportes nuevos y asequibles para la creación y difusión, y gloriosas propuestas artísticas, la cultura, el hecho cultural, el arte no está en la agenda mental de la inmensa mayoría de la gente.
Kundera estaba experimentando cómo los iconos culturales, las referencias básicas, la sensibilidad y provocación del arte, más allá de lo que se piense del cine de Federico Fellini, habían dejado de importar. Y ese desprecio podría ser ya motivo para presumir abiertamente: no se, no quiero, no me gusta, paso... de pensar y saber, ¿y qué? puede decir cualquiera ante una mayoría que a pesar de estar escolarizada y letrada, ha destruido el reconocimiento social a sus creadores e intelectuales (que no son todos los que trabajan en la cultura). Ganan los listos, no los sabios. Pueden los espabilaos, no los reflexivos.
Y de esto España sabe mucho. Mucho. Y todavía la tele, que podría ser el mejor vehículo cultural del mundo, no había llegado a niveles que hoy conocemos.
A veces parece que nunca hubo tantos lectores, espectadores, oyentes, nunca tanta gente escribiendo, haciendo canciones, actuando, pintando, agitando... Lo parece pero no sé si es verdad. Porque de las estadísticas de consumo cultural no se colige que pueda haber un cambio social, un cambio mental, una sociedad más pensante. Sea lo que sea que piense, que no confundo ser pensante con pensar lo mismo que yo.
Y ese parece ser el único camino real de cambio real. Hacer de verdad accesible la cultura universalmente, real el desarrollo de la capacidad crítica de creación y el valor público de la cultura. No es más centros culturales, es más cultura real universal.
Kundera se aterró en el París de los 80 del siglo XX. ¿Como es la cosa en la España de los 10 del XXI?