jueves, 12 de julio de 2012

La vida ultra-dependiente (Paisajes de realidad desde abajo 4)

L. está haciendo cuentas. El resultado, coma arriba coma abajo, es fácil de averiguar. Será un desastre. Emocional y físico sobre todo. Los números serán un desastre, su nevera será un desastre y su vida será un desastre. La aplicación de la reducción en los pagos a cuidadores y los recortes en la Ley de la Dependencia expulsarán a su marido, 79 años y 118 kilos de peso, de la residencia concertada para mayores no validos donde vive. Le cuesta 1.400 euros al mes. La pensión de jubilación de su marido es de 1.o50 €. Ella cobra 350€. Total: 1400 €. Recibe 500 en virtud del grado de dependencia que le adjudicado. Suman 1900 €. Le quedan 300 € para su vida cotidiana con los que se apaña. Tiene un piso pagado, eso sí. L. por fin respiraba 75 años después. Hasta hoy.
Hoy le han contado en la radio los recortes en dependencia y a cuidadores que le van a ofrecer dos opciones. Encamar a su marido en su casa o vivir con 0 euros. Ninguna parece muy aceptable. Y antes que eso, ni siquiera son posibles. A sus 75 años tiene artrosis y vista limitada y subir la compra del súper, un trabajo que hacer por partes. Y la silla de ruedas no cabe en su ascensor, por la escalera ni por las puertas de su piso.
No contributivas. Las pensiones no contributivas creadas en los años 80 por los gobiernos de Felípe Gonzalez fueron un regalo no esperado. Décadas de sumisión social, laboral y matrimonial le habían hecho asumir que siempre dependería de su marido: para pensar, para comer, para comprar y para la viudedad. Fiscalmente no había contribuido pero social y económicamente (la economía real) era uno de los 19 millones de mujeres españolas que habían sostenido al país. Cuando le llegó la jubilación le adjudicaron 350 euros mensuales y 14 pagas. No había trabajado nunca fuera de casa con contrato aunque ella sola -como todas- había criado dos hijos, mantenido una casa, limpiado, administrado, cocinado, educado y nunca, nunca viajado o ido de vacaciones, porque ir de vacaciones significaba seguir haciendo lo mismo pero en peores condiciones.
Se llama L. Aunque el nombre da igual. Hay muchas L. y B. y M. jamas computadas en el INEM ni en la economía productiva. Porque su trabajo nunca fue asumido en el sistema productivo, ni repartido, ni valorado, ni reconocido ni respetado. Sólo era su obligación y era una afortunada por no tener que trabajar y por ser mantenida. Lo suyo no era trabajo. Esta verdad se mantiene, sólo que ahora la verdad oficial, aún más retorcida, dice que eso ya no es así y que citarlo no es de buen gusto, ni moderno ni importante.
L. también tiene un hijo y una hija adultos. Él con tres hijos y aún con empleo echando firme en la pocas carreteras que se van construyendo o reparando. Así que su casa de su trabajo suele distar entre 30 y 150 km que sólo puede cubrir en coche.
Su hija tiene un hijo (echó cuentas antes de tiempo) y un empleo en la limpieza por 700 € al mes. La pareja de él no ingresa nada, reproduce los esquemas de sus antepasadas. La pareja de ella ya no existe. Les dicen que son muy afortunados por tener trabajo. Así que están incapacitados para dedicar 24 horas al cuidado de otra persona más. A ella, el proceso de divorcio pactado sólo le asegura 200 € mensuales por su hijo de quien tiene la custodia. Sabe que comer, pagar alquiler, vivir... son acepciones que por fuerza riman con imaginación.
Las mujeres y el cuidado. Hoy las circunstancias del cuidado domestico tiene un menor sesgo de género. Menos no significa pequeño, sino menos absoluto que antes. Pero sigue siendo un mal femenino agravado por las circunstancias sociales y laborales, los tamaños de las viviendas y las distancias que han de cubrirse para trabajar o encontrar vivienda asequible. 5 personas en 70 metros y dos personas en 40 metros. ¿Donde dormiré yo? pregunte retóricamente.
L. me cuenta que tiene fatiga y mucho dolor en el pecho y que le duele a menudo la cabeza. Aún no sabe que, con seguridad, le van a diagnosticar ansiedad, que le recetaran trankimazín y paciencia.
- ¿Y lo otro? pregunta en los servicios sociales como si no supiera que calificativo escoger para su verdadero gran problema.
La trabajadora social ha aprendido a mirar fríamente, como si no le importara o asumiera la inutilidad de su esfuerzo dadas las circunstancias.
- Pruebe aquí.
Le tiende un papel con un número de teléfono. Es una asociación (en realidad una empresa privada) de asistencia domiciliaria a 11 euros la hora. Decididamente, no le importa mucho.
- ¿Votas? Pregunto yo ahora a L.
- No, me dice, casi nunca he votado.
El PP (AP todavía) votó en contra de las pensiones no contributivas.
El PP votó en contra la Ley del Divorcio.
El PP votó en contra de la Ley de la Igualdad.
El PP votó en contra la Ley de la Dependencia.
L. dice que apenas duerme. Es la sensación de los ansiosos que se despiertan muchas veces en la noche y mal duermen por rachas. Amanecerá enseguida. Pero como en el bolero de su juventud, ojala nunca amanezca. "O me muera ahora mismo". Esto último no es un bolero, pero es verdad.