Empezaron a ser
grupos ocasionales. Luego colas y ahora colas más largas. Primero ordenadas y autocomprensivas
entre sí y, ahora, enfrentadas por el
botín. El botín son restos de comida en las salidas de los supermercados que
será lo único que lleven a casa. Lo veo muchas tardes en Delicias y en San
José. He conocido a Carmen –nombre real, le queda orgullo- que lleva a sus
hijos de lunes a viernes a un comedor social cuando antes iban al comedor
escolar, y que almacena céntimos para comprar leche de oferta y pan para el fin
de semana de sus hijos. Ella come un bocadillo diario. Pero no sabe si podrá
seguir así. Está en la lista de morosos que serán desahuciados. He conocido a Víctor –nombre ficticio- que ha
colocado a sus hijos con la abuela que tira de una pensión de 700 euros. El
come en El Carmen y pide el resto del día. He visto a Luis –nombre real- que ha
decidido vender costo y maría a incautos con dinero. Nunca ha llegado a
trabajar y lo de estudiar ya se acabó. Se llama mundomiseria y no es lo peor.
Lo peor es que
este articulíto ni siquiera es original
ni puntual. Lo peor es que hubiera servido la semana pasada y servirá durante
muchos meses más. Cambiarán los datos para hacerse más crueles, mas generales y
antiguos. Y los padres y madres que ven hoy mesas vacías ante sus hijos incorporarán
esa maldición como algo cotidiano. Nos acostumbraremos a ver niños apartados en
el cole a la hora de comer sin tartera o con la tartera demasiado poco llena. O
que simplemente dejen de ir al cole bajo el cuento del sacrificio y el esfuerzo
que tanto les gusta al presidente y la presidenta. Nos acostumbraremos a las colas en las
salidas de los supermercados de gente revolviendo contenedores. Las personas en
la cincuentena nunca jamás volverán al mercado laboral regulado, deberán sostenerse
en el mundomiseria recién descubierto en carne propia, mantenerse en la cuerda
floja de la subsistencia con trabajos negros, puntuales, la vida en la calle. Y
si alguno de ellos volviera a saber lo que es un empleo o un ingreso más o
menos estable y suficiente, nunca volverá a tener una vivienda como la que se
quedó el banco y que volverá a vender logrando dos veces su rentabilidad,
porque a su edad, las entidades no considerarán seguro conceder un préstamo, la
edad será un problema bancario para sus atemorizadas cuentas rescatadas por
todos y sus sitiados privilegios de dueños de la macroeconomía.
O quizá no.
Quizá la respuesta masiva, social o política esté por llegar. Y todos esos
agobiados en mundomiseria se revuelvan y se instalen en la conciencia -su resto
de conciencia- de los responsables hasta su disolución como un azucarillo.
Hay iniciativas
sociales. Pero no planes reales contra la pobreza desde el gobierno de Aragón
ni del de España. Y entonces, son gobiernos que no nos sirven. Sirven a otros.
¿Excesivo?
¿Quizá radical? Esto último es posible. Pero también es bueno. Significa ir a
la raíz. Y si un país vuelve a tener que contar los miserables como ya no
recordábamos, es que todo ha fallado. Porque no somos una novela de Víctor Hugo,
Quevedo o Dickens. Somos, a lo sumo, un malo
y desagradable cuento que nos siguen contando antes de dormir. A algunos con el
estomago vacío.
Publicada en El Periódico de Aragón el 30.09.12