jueves, 20 de septiembre de 2012

De la Cultura


Si dejamos de apoyar, impulsar, enseñar y financiar (no se olviden de este verbo, presente en la esencia de casi cada cosa del mundo), además de fortalecer eso que se aún se llama cultura, estamos muriendo. No es metafórico, es real. Nos quedará la carne consumidora pero ya no tendremos espíritu crítico ni anhelo de mejora. Estamos subestimando los efectos del abandono de la cultura y de los creadores a su suerte y de poner barreras económicas y de comprensión para la gente, que es la primera consecuencia de los recortes y el salvaje IVA. Someter la cultura al mercado es “la derrota del pensamiento” (Michel Onfray). Es decir, la imposición suave de un “catecismo de masas” simple, simplista y simplificador, apto para la mente más vaga y el humano más desinformado, eso que con error se llama gran público. Y entonces, habremos generado la excusa perfecta para llamar a lo otro, difícil, elitista y minoritario. 
O quizá no. Quizá no lo estamos subestimando. Quizá sea eso lo que se pretende y estamos aquí pensando que es un problema de percepción en lugar de darnos cuenta de que es la declarada voluntad del poder: hacer circular ese catecismo de masas por los mismos circuitos y con los mismos criterios que la ropa de moda, las lavadoras y los objetos de consumo. Se vende, guay/ no se vende, fuera. Habremos entronizado en la cultura las leyes del mercado porque antes nos hicieron creer que era un bien industrial más y que los “artistas” eran todos una panda de subvencionados y lo que no gusta a la masa no sirve.
Así que hagamos una lista de seis convicciones generalizadas que atentan directamente contra el corazón de la cultura y contra el derecho a su acceso universal:
  1. No es verdad que la cultura sea un sector hipersubvencionado. De hecho, no siquiera bastante subvencionado. Está a la cola después de la agricultura, la fabricación y venta de armas o TVE.
  2. Valor no es igual que precio. Los artistas favorecidos por el mercado (de lo cual me alegro por ellos) pueden ofrecer calidad y creatividad (que los hay) o no (que los hay) y su interés es independiente de la selección del mercado. 
  3. No todo es igual. Por mucho que uno pueda descontrolar bailando pop fácil, no se pueden olvidar las manifestaciones clásicas de las identidades del mundo ni las manifestaciones incipientes de la nueva realidad. Europa no es Europa sin Wagner ni Velázquez, y el mundo real no es el mundo real sin el arte urbano en los muros de las ciudades; Y no olviden que el jazz fue la música de negros despreciada por las gentes “de orden” hasta que se lo apropiaron, como el rock fue un invento demoníaco de negros hasta que el mercado avistó el negocio y se inventó sus propios pioneros (blancos, obviously) .
  4. La cultura no morirá. Nunca. Resistirá en la  UCI de modo miserable y autosuficiente, pero resistirá porque es propio del ser humano en todo contexto: las cavernas, los campos de exterminio y las universidades. Pero no la queremos en la UCI, la queremos en la calle y en la TV.
  5. La cultura debe ser libre pero eso no significa no intervenir. Al contrario. No en su censura y predefinición, claro está, sino en poner a su servicio los recursos, espacios y tiempos públicos que aseguren que crece libre y accesible para todos. Desde la escuela a la Tele.
  6. El IVA del 21% no mata primero a los artistas. Estos intentarán subsistir de noche pasando hambre o trabajando de seguratas.  Lo que mata primero es la posibilidad de la gente de acceder a ella en igualdad de condiciones porque el poder ha decidido someterla al mercado.
Una ciudad, un país o un territorio son más que sus calles, sus edificios, sus paisajes y sus transportes. Es también sus músicos, sus poetas, sus escritores, sus artistas, sus teatros, su atmosfera cultural. Su memoria. Quienes hacen cultura son el reflejo de los anhelos de una sociedad, sus historiadores de guardia, sus analistas inmediatos, los voceros de un bienestar o un malestar y sus sociólogos de urgencia. Si ellos no importan, somos un mapa, no somos un país.