domingo, 30 de septiembre de 2012

Mundomiseria


Empezaron a ser grupos ocasionales. Luego colas y ahora colas más largas. Primero ordenadas y autocomprensivas entre sí  y, ahora, enfrentadas por el botín. El botín son restos de comida en las salidas de los supermercados que será lo único que lleven a casa. Lo veo muchas tardes en Delicias y en San José. He conocido a Carmen –nombre real, le queda orgullo- que lleva a sus hijos de lunes a viernes a un comedor social cuando antes iban al comedor escolar, y que almacena céntimos para comprar leche de oferta y pan para el fin de semana de sus hijos. Ella come un bocadillo diario. Pero no sabe si podrá seguir así. Está en la lista de morosos que serán desahuciados.  He conocido a Víctor –nombre ficticio- que ha colocado a sus hijos con la abuela que tira de una pensión de 700 euros. El come en El Carmen y pide el resto del día. He visto a Luis –nombre real- que ha decidido vender costo y maría a incautos con dinero. Nunca ha llegado a trabajar y lo de estudiar ya se acabó. Se llama mundomiseria y no es lo peor.
Lo peor es que este articulíto ni siquiera es original ni puntual. Lo peor es que hubiera servido la semana pasada y servirá durante muchos meses más. Cambiarán los datos para hacerse más crueles, mas generales y antiguos. Y los padres y madres que ven hoy mesas vacías ante sus hijos incorporarán esa maldición como algo cotidiano. Nos acostumbraremos a ver niños apartados en el cole a la hora de comer sin tartera o con la tartera demasiado poco llena. O que simplemente dejen de ir al cole bajo el cuento del sacrificio y el esfuerzo que tanto les gusta al presidente y la presidenta.  Nos acostumbraremos a las colas en las salidas de los supermercados de gente revolviendo contenedores. Las personas en la cincuentena nunca jamás volverán al mercado laboral regulado, deberán sostenerse en el mundomiseria recién descubierto en carne propia, mantenerse en la cuerda floja de la subsistencia con trabajos negros, puntuales, la vida en la calle. Y si alguno de ellos volviera a saber lo que es un empleo o un ingreso más o menos estable y suficiente, nunca volverá a tener una vivienda como la que se quedó el banco y que volverá a vender logrando dos veces su rentabilidad, porque a su edad, las entidades no considerarán seguro conceder un préstamo, la edad será un problema bancario para sus atemorizadas cuentas rescatadas por todos y sus sitiados privilegios de dueños de la macroeconomía.
O quizá no. Quizá la respuesta masiva, social o política esté por llegar. Y todos esos agobiados en mundomiseria se revuelvan y se instalen en la conciencia -su resto de conciencia- de los responsables hasta su disolución como un azucarillo.
Hay iniciativas sociales. Pero no planes reales contra la pobreza desde el gobierno de Aragón ni del de España. Y entonces, son gobiernos que no nos sirven. Sirven a otros.
¿Excesivo? ¿Quizá radical? Esto último es posible. Pero también es bueno. Significa ir a la raíz. Y si un país vuelve a tener que contar los miserables como ya no recordábamos, es que todo ha fallado. Porque no somos una novela de Víctor Hugo, Quevedo o Dickens.  Somos, a lo sumo, un malo y desagradable cuento que nos siguen contando antes de dormir. A algunos con el estomago vacío.
Publicada en El Periódico de Aragón el 30.09.12