
Lo peor es que
este articulíto ni siquiera es original
ni puntual. Lo peor es que hubiera servido la semana pasada y servirá durante
muchos meses más. Cambiarán los datos para hacerse más crueles, mas generales y
antiguos. Y los padres y madres que ven hoy mesas vacías ante sus hijos incorporarán
esa maldición como algo cotidiano. Nos acostumbraremos a ver niños apartados en
el cole a la hora de comer sin tartera o con la tartera demasiado poco llena. O
que simplemente dejen de ir al cole bajo el cuento del sacrificio y el esfuerzo
que tanto les gusta al presidente y la presidenta. Nos acostumbraremos a las colas en las
salidas de los supermercados de gente revolviendo contenedores. Las personas en
la cincuentena nunca jamás volverán al mercado laboral regulado, deberán sostenerse
en el mundomiseria recién descubierto en carne propia, mantenerse en la cuerda
floja de la subsistencia con trabajos negros, puntuales, la vida en la calle. Y
si alguno de ellos volviera a saber lo que es un empleo o un ingreso más o
menos estable y suficiente, nunca volverá a tener una vivienda como la que se
quedó el banco y que volverá a vender logrando dos veces su rentabilidad,
porque a su edad, las entidades no considerarán seguro conceder un préstamo, la
edad será un problema bancario para sus atemorizadas cuentas rescatadas por
todos y sus sitiados privilegios de dueños de la macroeconomía.
O quizá no.
Quizá la respuesta masiva, social o política esté por llegar. Y todos esos
agobiados en mundomiseria se revuelvan y se instalen en la conciencia -su resto
de conciencia- de los responsables hasta su disolución como un azucarillo.
Hay iniciativas
sociales. Pero no planes reales contra la pobreza desde el gobierno de Aragón
ni del de España. Y entonces, son gobiernos que no nos sirven. Sirven a otros.
¿Excesivo?
¿Quizá radical? Esto último es posible. Pero también es bueno. Significa ir a
la raíz. Y si un país vuelve a tener que contar los miserables como ya no
recordábamos, es que todo ha fallado. Porque no somos una novela de Víctor Hugo,
Quevedo o Dickens. Somos, a lo sumo, un malo
y desagradable cuento que nos siguen contando antes de dormir. A algunos con el
estomago vacío.
Publicada en El Periódico de Aragón el 30.09.12