
La cultura persa generó las palabras gardar y gardinam que hoy se traducen por “cercado” y por “rodeado de” de
las que probablemente viene jardín tras
múltiples adaptaciones en varias lenguas, de las que surge el garden ingles y el garten alemán. Los primeros gardar
fueron seguramente cercas para ganado rodeado de espinos que impidieran su
huida. Luego se ensayó el cultivo de vegetales comestibles aprovechando un
espacio que debía durar todo el año o, al menos, un par de estaciones, y su
“tecnificación” para su mantenimiento, riego y protección, pudo derivar en algo
más “bello” pues una de las tendencias naturales de la humanidad es buscar la
belleza a la vez que la utilidad, aún siendo capaces del peor horror. El empeño
griego en dominar la naturaleza llenó sus paisajes de bustos, estatuas y
esculturas donde antes había habido piedras de defensa y protección. Es un
esquema que tiende a la perfección formal sin violar (no hubieran sabido como)
las necesidades naturales de lo que cultivaban. En el último Canto de la Odisea,
Ulises acaba de volver de sus viajes y se reencuentra con su padre Laertes y le
dice: “no te falta pericia para cultivar un huerto, pues en este se halla todo
muy bien cultivado, y no se ve planta alguna, ni higuera, ni vid, ni olivo, ni
peral, ni un cuadro de legumbres, que no lo esté de igual manera”. Ese es su
sentido de la perfección sin salirse de lo natural. Ni una solo planta que no
esté adaptada al medio. Esa es la
herencia grecolatina que debería haber inspirado nuestros jardines y que
no lo hizo.
La cultura árabe, maestra en
paisajismo donde las haya, nos deja la palabra Almunia para designar jardines comestibles o huertas cultivadas con
belleza y que en Aragón dan nombre a localidades enteras revelando el uso
antiguo de sus tierras. Inventa la palabra Carmen (karn), los patios. Su
propuesta de jardín es lógica, pensada a veces en términos matemáticos y de
proporción, pero maestra en adaptarse al medio, aprovechar el agua, generar
sombras, mezclar belleza y alimento y usar los materiales áridos como
vegetales. Justo lo contrario de lo que después Rubio y Tudurí, estudioso del
género, afirmaba que ocurrió con otras culturas y los excesos del racionalismo
en el que “los vegetales se transforman en materiales de construcción estrictos
y secos sometidos a un trazado cartesiano”. De los árabes aprenden los huertos
medicinales de los monasterios. A los jardines árabes llama Winthuysen “el
equilibro entre lo morisco y el arte occidental sin estar reñido con la
horticultura”.
En los jardines del Renacimiento no se
diferenciaba lo bello de lo cultivado, sus jardines eran comestibles y sus
huertos estaban llenos de plantas ornamentales. Ordenado pero con cierta
tendencia a lo natural “para ver más allá de lo que existe” en palabras del
gran Miguel Ángel.
La cultura china, según los trabajos
de Julio Caro Baroja, es la que “en torno al 400 aC de nuestro calendario
cultivan una filosofía de paisaje más naturalista, solo bella”. Dice Caro
Baroja que “el ojo chino adquirió pronto una capacidad única para percibir y
reproducir los movimientos y vibraciones de los ámbitos naturales, mientas que
a la par, el ojo del occidental carecía de capacidad en este orden”. Un
discurso parecido respecto a parques y jardines refiere Eric Fromm cuando dice
que “a diferencia de las culturales tradicionales orientales, la nuestra no
considera significativas estas experiencias, ni digna de ser percibidas o
valoradas. Es más, éstas sutilezas se suelen tratar duramente y los individuos
sensibles aprenden pronto a reprimir y ocultar tales debilidades”.
Los parques que conocemos por aquí
sufren a veces de eso. Son hijos del racionalismo en el que deriva el
renacimiento y su obsesión geométrica. Hemos aprendido de los franceses y sus “versallismos,
y de los ingleses y su aparente mezcla controlada” olvidando que una de las
claves para hacer paisajes, jardín o parque, es el dominio absoluto de clima:
saber cómo es, cuando, cómo se comporta y que recursos nos ofrece. Qué genera
la tierra por sí sola en cada lugar, cuánta agua necesita o qué temperaturas desea
cada especie. Cómo se comporta la naturaleza y qué costos tiene violarla. Porque
los parques y jardines tienen infinidad de aportes positivos físicos y síquicos
para los humanos, pero un parque o jardín mal diseñado tiene también elevados
costes y consecuencias negativas para el medio ambiente porque está violando
lógicas naturales de las especias animales y vegetales y generando una difícil
interacción con el entorno.
La obsesión francesa e inglesa de la
que aprenden muchos de nuestros jardines históricos tiene un altísimo coste de
mantenimiento que aquí es imposible de mantener porque ninguna de sus especies
y formas de evolución se adaptan a nuestro clima.
Los pioneros del paisajismo a
principios del siglo XX, como el paisajista y pintor Winthuysen y sus
seguidores, generaron tendencias para vincular cualquier idea de paisajismo a
las culturas que representaban y al medio donde se localizaban.
Viajeros e intelectuales extranjeros
tendrán que venir para decirnos en nuestra casa que nuestros paisajes, a veces
áridos, agrestes, secos pero naturales, son bellos. Y que pueden (si no deben)
ser modelos para nuestros espacios verdes. Románticos del siglo XIX como Ford o
Irving se entusiasman con nuestros paisajes. En ese siglo y el XX, Oliva,
Colomer y Rubio y Tudurí crean nueva tendencia para “generar paisajes propios y
sembrar las especies del país”. Tudurí afirma que “todo lo que se intente con
vegetales exóticos está condenado al fracaso. Es necesario no sólo emplear
nuestras propias plantas, sino usarlas y colocarlas en condiciones de cultivo
que son peculiares del clima mediterráneo”. Rompen así con la doctrina de
Gregorio de los Ríos y Alonso de Herrera que pasan el siglo XVI diciendo que
“no hay que plantar árboles de fruta sino árboles de flores que tengan olor y
vista” y que la hiedra, los rosales y las parras “no es para jardines sino más
propio de granjas”.
Y luego llegó el tiempo en que los
jardines y parques de uso privado dejan paso a lo público, y los grandes
jardines de los ricos pierden peso para dejárselo a los parques de los pobres,
de todos. Los parques son considerados por fin, un derecho de la población, una
idea respaldada por la convicción de gestores y arquitectos de que son un
instrumento de desarrollo urbano muy importante para ampliar las ciudades,
generar áreas de desarrollo y combinar con los transportes públicos. Son cosa
de los Ayuntamientos. Los parques, además de lugares vegetales de expansión y
relax, son espacios para la cultura, las concentraciones humanas y el deporte aunque
no siempre bien gestionadas ni compatibles.
Y en el último tramo del siglo XX son
científicos como Eduardo Martinez de Pisón o el paisajista Leandro Silva
quienes retoman el discurso del sentido común, el criterio de la sostenibilidad
y el ahorro hídrico, y la combinación de paisajes culturales con paisajes
naturales. Y hoy, desde Zaragoza, sin consecuencias prácticas todavía, el
proyecto Parque Zero, impulsado por el Cluster del Agua formado por la
Universidad, el Ayuntamiento, ECODES y varias empresas del sector es quien hace
las propuestas más valientes desde el diseño. Diseñar bien para no estar toda
la vida corrigiendo.
Una vieja formulación latina habla de
buscar el genio del lugar, el exacto paisaje, el exactoel valor y aspecto que
está buscando y que será el propio paisaje quien lo diga. Es el Locus Genii. Y, aunque suena a
misticismo, no es más que el resultado de la combinación perfecta entre
recursos y necesidades que dicta la naturaleza
Hoy se sabe de la xerojardineria:
jardines secos pero igualmente bellos. Y en
cuanto a los recursos, lo dijo una vez Basilio, uno de los inspectores del
Servicio de Parques y Jardines de Zaragoza: “Tenemos poca agua y mala porque es
muy calcárea y dura, muy mal suelo porque es calizo y muy básico, un cierzo
atronador que reseca más que la falta de lluvia, y demasiado calor en verano y
demasiado frío en invierno”. Pues eso.
Publicado en El Periódico de Aragón. Especial Parques. 12 de Oct. 2012