El
problema no son los horarios, son los tiempos. Los que tenemos, cómo los
repartimos, quien lo decide, para qué sirven, y por qué resultan tan cortos.
Discutir
de un modo tan limitado cómo se hace sobre el horario de apertura de los comercios,
es como mantener el debate de la movilidad urbana pensando sólo en los coches,
en lugar de hacerlo también en la prioridad del transporte público asequible, la
carga y descarga, las emergencias, las bicis, el ruido, la contaminación, las
personas de movilidad reducida y el arbolado. Un punto de vista que le sigue la
corriente al interés de unos pocos o una perspectiva que nos mejore la vida. Y
si fallamos la perspectiva erramos las conclusiones.
Porque
de lo que creo que se trata es de trabajar con nuevos parámetros. El talento y
la capacidad para hablar y pensar diferente, mucho más que para discutir bien,
es un instrumento muy importante para el cambio cultural. Y en este asunto no
se puede discutir sólo sobre si los cambios de horarios afectan para mal y para
bien a los comercios pequeños –reflejo de una verdadera economía sostenible- o a
las grandes superficies -ocupadas en buena medida por grandes firmas
uniformadoras y multinacionales de dudosa calidad laboral-. Se debe discutir sobre
qué consumo energético y de qué tipo requiere uno y otro modelo, o una posible
y bien medida convivencia de ambos. Qué tipos de transportes y su impacto en el
medio ambiente, en el diseño de las ciudades y en su movilidad. Qué nuevas
relaciones laborales se generan. Y hasta qué relaciones humanas se establecen.
De este modo, veríamos enseguida que no hemos de hablar de horarios
comerciales, sino de horarios y distribución de los tiempos.
Quizá
las preguntas en esta cuestión deban ser: ¿Cuáles deben ser los horarios de las
jornadas laborales, de la escuela, de los comercios y de los servicios públicos
básicos? ¿Por qué nos aferramos como si fuera un valor patrimonial positivo a
la jornada partida con tanta separación entre la mañana y la tarde? ¿Por qué pasamos
tantas horas dedicadas al trabajo y las ideas y venidas? ¿Por qué son más que las
que dedican nuestros socios europeos y, sin embargo, nuestros niveles de
productividad son menores? ¿Por qué hemos trabajado en 2011 de media 177 horas
más que un alemán y nos renta poco y mal? ¿Puedes “disfrutar” de horarios
permanentes y festivos en el centro comercial como consumidor, cuando tú
prefieres no trabajar en domingo y te revienta que te estiren las jornadas como
trabajador? ¿Cómo se crea más y mejor empleo de calidad? ¿Cuánto tiempo podemos
y queremos dedicar al cuidado de los demás? ¿Está bien que sometamos a los
niños y niñas a una dedicación casi exclusiva al cole, y a la dependencia de
abuelas y abuelos, por lo estúpido de nuestros horarios laborales? ¿Cómo
repartimos los tiempos?
No
creo que tenga ningún sentido discutir al margen del resto de las actividades
humanas los horarios de los comercios, o de la escuela o de las fábricas o
servicios. Ese es un debate que debiera ser general puesto que cada actividad
condiciona las demás y nos pegamos el día haciendo equilibrios entre la vida
personal, los niños y la escuela, los trabajos y las distancias, y lo que nos
queda del ocio, con un resultado que no creo que nadie pueda calificar de
exitoso. Quizá así descubramos que no hay que ampliarlos los horarios sino
organizar los tiempos de otro modo. Si pensamos diferente, estamos cambiando
paradigmas. Y si cambias un paradigma, estás cambiando el mundo. Lo otro es la lógica
de los grandes capitalistas.
* Publicado en El Periódico de Aragón el 14 de Oct. de 2012