domingo, 28 de octubre de 2012

Vida de este chico (y su país)*


Estudiar sería el seguro de su independencia y su bienestar. Su padre no pudo y su madre hubiera seguido pero se enroló en el puesto familiar del mercado gracias al que él estudió. Los puestos vecinos están cerrados. Su hermano quiso reflotar uno pero no encontró un banco “de los que dicen ser buenos” que le prestara.”¿Cómo será el que reconoce ser malo?”. Él se hizo ingeniero. Se llama Pablo. Experto en energía renovable y nuevas oportunidades de la economía sostenible. Las que acaban de ser decapitadas en beneficio de las petroleras y las eléctricas “subvencionadas aunque defiendan a gritos el libre mercado”.
Pablo nació en Delicias. Anda por Madrid de trabajo en trabajo cualificado por 600 €. Compartía piso con un compañero de un proyecto de investigación al que han cortado el presupuesto y que se marchó con lágrimas de ira en los ojos queriendo hacer cómo en las películas: cagarse de verdad en la mesa y pintarrajear mensajes con brochazos de mierda. Pero no lo hizo. Tiene más ética que “los recortadores”. “Investigábamos con menos presupuesto que el dedicado a los toros en la tele” dice.
Los líderes de los grandes partidos y los que manejan la nave de verdad eran y son los mismos, de puesto en puesto de una cúpula petrificada. No los entiende y “ellos a mi tampoco”. Un gran número de parados mayores no tiene formación pero el estado renuncia a invertir en obra pública para agitar la economía. Exige formación pero anula la investigación y encarece la Universidad. Habla de modernidad pero legisla con parámetros preindustriales. Y los jóvenes formados son una carga social y familiar. Marca España. Aragón diseña un logo para mejorar su imagen mientras cierra poco a poco el Aragón real. Pablo dice que ni Buñuel entendería esta forma de surrealismo.
Es fácil ver los principios de las cosas pero no tanto los finales, dice un viejo axioma narrativo. Pero aquí no asumimos que el principio del drama es un modelo político y económico que no sirve. Y que el final puede ser aún más amargo que la más amarga de las predicciones. Pablo se marcha. No de Erasmus porque el estado ya no le ayuda a financiárselo. Sino para quedarse. Un amigo le hace de contacto. Deja un país que le viene dando igual porque él le da igual al país. La épica de patria, la tierra que te vio nacer y epítetos como éstos sólo funcionan en las canciones y los poemas antiguos. Son sustantivos grandilocuentes que no sirven para la vida real. Al final importan los climas sociales, afectivos y políticos. Globalizados como estamos y a pesar de que están rompiendo el viejo sueño de la Europa unida antes de empezar, el clima se encuentra mejor en Islandia, en Suecia, en Brasil. De hecho, “Alemania cuadruplica su apuesta por la energía solar cuando ven el sol diez veces menos que nosotros”, dice Pablo. “A pesar de los minijobs con que Merkel castiga a los jóvenes”. No seré yo quien le contradiga. Que lo hagan la presidenta y el presidente, “que no saben inglés ni francés ni alemán, que no saben qué es la vida real de la mayoría, ni han querido ser emprendedores, ni han tenido que resistir cuando han emprendido, ni van a vivir peor de lo que vivieron sus padres y cuya única bancarrota es la de las estadísticas macroeconómicas. Hablan de oídas. Uno lo hace muy mal y la otra no hace nada. Y también esa nada la hace mal” dice Pablo. Lo de Pablo es hastío. Y no me extraña.
Publicada en El Periódico de Aragón el 28 de Octubre de 2012