Mario Ruiz necesita un amor verdadero que le haga fuerte y lo encuentra donde nadie más puede. Mario es un paciente siquiátrico al que su siquiatra ofrece como “caso excepcional” para un reportaje que han de filmar Berta Álvarez y Javier. Berta es algo así como la pulsión y Javier algo así como la frialdad y, ambos, la excusa para la historia “excepcional” de Mario y la de su familia y su contexto, da en varias voces, protagonistas y puntos de vista con aparente fragmentación y caos solo para ir desvelando a un ser frágil y delicado, necesitado e incomprendido. Mario ama a Louis Garrel por culpa de un video capturado en youtube, un actor y cantante francés que reúne todas las expectativas amorosas de Mario menos una, precisamente la que acabará arrojando su historia por un barranco.
Páginas llenas de pasión, obsesión y ternura, tres valores que no se ven juntos habitualmente en una novela.
Berta es la excusa para contar Historia de amor sin título en un ejercicio
de alejamiento, una deliciosa trampa porque es ella, precisamente, quien antes
diagnostica la pasión de Mario y más entiende dolorosamente su cabeza y su
corazón (“Su cabeza es la mía”) frente a la fría aparente comprensión de su
colega Javier; el desesperado, confuso y perverso amor materno; la voluntad de
su ; o el claro desprecio de su padre. Pero Mario es ternura,
fragilidad, voluntad, tesón y amor, la gran búsqueda permanente de Mario que
solo es algo en el amor de otros, que necesita desesperadamente que le amen, se
lo demuestren, se lo digan y le entiendan y que debe reconstituirse al margen
de ser lo que “otros creen que es”.
Historia de amor sin título es también un modo de seguir algunas películas esenciales,
un ajuste de cuentas con genealogías familiares dañinas y un mapa de la obsesión
de Rubén Ochandiano. No sé si reales o
no, pero no importa, porque el tratamiento de la salud mental, las depresiones
y las obsesiones maníacas en la novela que estructuran la historia de amor, familiar
y creativa del protagonista Mario es uno de los más lúcidos y hermosos que he leído.
“Es duro seguir una pulsión” se dice algunas veces en la novela. Y esta es una
pulsión hecha literatura con aspecto de terapia para sanar “alas rotas” que
reivindican su ternura y sus necesidades. Mario no es inocuo sino difícil e inconveniente, pero sobre todo es una víctima amatoria de la soledad, un ser frágil e incomprendido
que recurre a lo único que tiene para lograr lo único que necesita y que le niegan
donde primero debería haberlo hallado: en ese invento social con la excusa de
la biología que es la familia. Berta, la periodista excusa narrativa habrá
salido más o menos indemne de algo similar.
Hay un bello y premeditado (supongo)
paralelismo con algunas de las referencias que, presumiblemente, llenan los
gustos y obsesiones de Ochandiano. Un ejemplo es la cita (y velada referencia a
su obra) a Jeanette Winterson, descubierta en España con La Pasión, y una sublime novelista cuya vida emocional y familiar
es también un permanente quebradero de cabeza y que tiene similitudes sicológicas
y vitales, aunque menos extremas, en su literatura. La propia Winterson se parece físicamente a la gran dramaturga británica Sarah Kane, otra referencia de forma y fondo en la novela, una excepcional
autora que explora la mente humana que la mayoría considera desequilibrada y
que llevó su corta vida (suicidada tras dos intentos de una vida tóxica legal) y
su enfermedad mental y su depresión maniaca a su obra, algo que te hace un
genio y una victima a la vez. “Siempre lo dije, era un genio desde pequeño”
dice la madre de Mario, víctima y responsable a su vez del estado mental de
Mario.
El viaje mental que emprende Mario Ruiz, y el viaje físico que lo ilustra, es el mismo viaje de el Hombre Ángel, de Gunther Geltinger, otra novela de exploración emocional y desequilibrios mentales con origen en un opresivo y oscuro ámbito familiar: Quién soy, qué necesito, cómo y dónde lo encuentro, qué precio pago por él.
El viaje mental que emprende Mario Ruiz, y el viaje físico que lo ilustra, es el mismo viaje de el Hombre Ángel, de Gunther Geltinger, otra novela de exploración emocional y desequilibrios mentales con origen en un opresivo y oscuro ámbito familiar: Quién soy, qué necesito, cómo y dónde lo encuentro, qué precio pago por él.
Y sí, es una (trágica) historia de
amor donde el dolor y el amor mueven montañas pero no cambian un estado mental.
El logro por fin en París de lo único que le falta a Louis Garrel y lo que más desea Mario es lo que arroja la
vida de Mario por un barranco. Y, quién sabe, quizá también lo que permite que por fin
descanse. Una buena novela en la que el corazón de quien lee “desfibríla” a la
par que el de Mario.
Intensamente.