miércoles, 30 de enero de 2013

"El mundo de ayer" de S. Zweig para las aulas de secundaria

El mundo de ayer, de Stefan Zweig, debería trabajarse en las escuelas de secundaria europeas. Es una propuesta.
Los europeístas convencidos, que leemos con devoción y reflexionamos con avidez sobre las palabras de Erasmo y la vieja Europa raptada por la banca y las mentiras, y que debe reconstruirse sobre valores de paz, convivencia y lazos con un mundo que solo tiene fronteras para pedir pasaportes, aún soñamos con Europa. Stefan Zweig representa esos valores y los describe con una prosa tan poderosa y emocional que puede ser perfectamente un catálogo de europeísmo progresista y pacifista que vamos necesitando. Sobre todo en El mundo de ayer donde no cuenta nada que no se sepa por los libros de historia, la prensa de la época, los tratados políticos, los  utópicos alemanes o la poesía francesa, pero donde lo cuenta desde el punto de vista de un europeo que elije el continente como patria sentimental, se agarra a sus referencias culturales y las vive con pasión, narradas sentimentalmente y añadiendo sentimientos a los hechos con los que Europa se encumbra y autodestruye. Sus horribles delitos y fallas y la posibilidad de un sueño en el que Zweig milita incansablemente. Hasta que se cansa y pone fin a su vida en 1942 con los totalitarismos y la represión hundiendo el suelo que él amaba y del que había huido y al que había vuelto docenas de veces.
Vendió más libros que nadie, estrenó obras de teatro, fue aclamado e insultado y disfrutó del gran valor de su prosa y su sabiduría como ensayista y biógrafo (un biógrafo de estilo muy personal) y hasta de sus novelas menos valiosas. Hoy como novelista quizá no arranca tanto como quisiera, le fallan las ideas, pero como ensayista es un prosista genial, delicado, preciso, romántico y dotado de gracia.
Cuando decide suicidarse junto a su compañera con 61 años, en 1942, ella muy enferma y el muy abatido y profundamente dolido por la victoria nazi y la que vislumbraba como una larga, larga, larga época oscura en su adorada Europa de cafés, escritores, pensamientos, revoluciones y progresos políticos, abocada ahora al desastre, sigue soñando un sueño: Europa unida y en paz. Es Erasmista, culto, anclado a las raíces culturales europeas y abierto a todas las demás en un tiempo de estúpido ofuscamiento nacionalista y con dos guerras mundiales.
Zweig pelea como puede contra la guerra y por el entendimiento mutuo. Habla, escribe y actúa incansablemente por la “fraternidad universal porque cree y practica que como “escritor tenía la palabra y, por lo tanto, la obligación de expresar sus convicciones”, forja nuevas relaciones con intelectuales de los piases enemigos “con el fin de trabajar conjuntamente en la construcción de una cultura europea y de paz” en unas décadas en la que “la presión en contra era cada vez más abrumadora”, y traza una cadena intelectual de mensajes culturales que ruedan por Europa sin contar con el glorioso invento de twiter o internet. Rechaza las armas y solo participa en el frente como sanitario de Cruz Roja. Vive en Viena, Zúrich, Londres, en Salzburgo, en París, pasa por Moscú, Madrid, Berlín… y se suicida en su última casa: Petrópolis, Brasil, país al que ama enseguida. Colabora con Joyce, Strauss, Bernad Shaw o Freud. Cita a Goya, Bach, Tolstoi, Dostoievski, Blake, Goethe, Gorki…. Y siempre habla de su patria única (en el sentido pacífico de raíces culturales) que es Europa, “la patria que había elegido mi corazón a partir del momento en que esta se ha suicidado… con la más terrible derrota de la razón y del más enfervorecido triunfo de la brutalidad”.
El final de El mundo de ayer es arrebatador y eternamente premonitorio: “Europa, nuestra patria (…) sería devastada más allá de nuestras propias vidas (…) ¡Cuántos infiernos habría que recorrer todavía para llegar a ella!... Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, solo éste ha vivido de verdad”.
Todas estas características lo convierten en una lectura necesaria y esencial para los estudiantes de secundaria de las escuelas europeas. Pero nadie ha decidido que así sea. A modo de tratado de la historia, los sueños, de las viejas y vigentes utopías europeas, de la cultura de un continente que alumbró pensamientos, artes e ideales exportados a los soñadores de todas las esquinas del mundo. En ese libro, que se puede deglutir como novela pero que es un ensayo, o que puede analizarse como un ensayo pero que es una narración de aventuras, sueños y pesares, está la esencia de la vieja Europa. De la paz, de la unidad del continente y de su progreso material y espiritual.
Hay más deliciosos libros de Zweig, por supuesto: la brillante lección de hipocresía política en Fouché; la visión cultísta de las relaciones humanas y entre géneros en la biografía de María Antonieta; su afirmación del poder del pensamiento frente a la violencia en Castellio contra Calvino; o su humanismo en Momentos estelares de la Humanidad. Pero El Mundo de Ayer somos, de algún modo, nosotros hoy.
Trabajarlo en las escuelas enseñaría muchas cosas: cultura de paz entre otras, y que el sueño europeo puede salvarnos a pesar de la infinitamente desgraciada gestión de su rancia y derechista casta política actual.
Es una propuesta.