domingo, 17 de febrero de 2013

La Universidad*

De la Universidad de Zaragoza surgieron eminentes hombres y mujeres. Servet, Ramón y Cajal, Manuel Azaña o María Moliner, por ejemplo. Da igual citar a éstos o a otros que pasaron por sus aulas, absorbieron todo el saber del que fueron capaces, lo expandieron, y devolvieron al mundo mucho más de lo que habían consumido. Es en las aulas universitarias donde puede sembrarse buena parte del futuro de un país (aunque también pasan por ellas almas muertas como quien pasa por un bar).
Fundada en 1583 por Pedro Cerbuna, me gusta presumir de sus antecedentes en El Estudio General de Artes de Zaragoza creado en 1474, o cuando Pedro IV funda en Huesca la Universidad Sertoriana sobre el recuerdo de La Academia de Quinto Sertorio en la Osca del siglo I a d C. Hasta los 70 no deja de ser de élite y minorías, sobre todo masculinas, y en los 80 se abre a los hijos e hijas de clase obrera. Siempre me fascinó la imagen de mi prima mayor, la primera en la familia sentada en un aula de lo que ella llamaba la “facultad” y que hasta entonces era cosa de películas francesas.
De todas esas épocas es posible que vivamos ahora el momento más peligroso. Porque es ahora cuando el progreso social y una mayoría que creía estar construyendo el estado del bienestar (que hoy son los abuelos con pensión) deberían asegurar el constante aumento de los recursos y la calidad de la Universidad pública. Y no es así. Cinco años de ajuste, el sablazo de este año, el encarecimiento de las matrículas, la eliminación de becas y la pobreza de la sociedad española que no puede asumir uno o varios hijos universitarios, nos devuelve atrás en el tiempo.
Este abandono miserable de la Universidad por parte del Gobierno, este repulsivo intento de conversión de la educación en un instrumento de producción obediente a gusto de los dueños materiales del mundo, este desprecio por el derecho de cualquiera a acceder al saber en cualquier momento de su vida, no es producto de la crisis. Es una apuesta.
La sospecha de la uña arañando la arenisca de los campus públicos para reforzar los ladrillos de los privados es un reflejo real de un objetivo real: separar las oportunidades de cada quién según su clase y origen. Manufactureros, pensantes y clases dirigentes son cosas distintas y decidirémos a qué grupo va cada quién: la élite que decide, para los míos; la clase que producirá en régimen de semiesclavitud, para vosotros. ¿Y los pensantes? Bueno, esos, según lo que piensen nos dan una patina de modernidad y civilización, y según lo que piensen las llamamos titiriteros.
Hay un paralelismo claro con la vida natural. Cultivar, madurar, cosechar. Educar, culturizar, crear. El termino cultura nace en la misma familia léxica que cultivo. Lo que el agricultor hace con la simiente desde la siembra a la cosecha debe ser aplicado a los humanos con la educación. Para producir materialmente y para producir ideas y belleza. Son las vibraciones más delicadas del alma las que tienen mayor longitud de onda en el tiempo, las que perduran y hacen crecer. El comienzo de todo oficio y todo profesional es aprender y para eso, siempre harán falta maestros y maestras y Universidad. Esa suele ser la inversión más fructífera de una sociedad que piensa en términos colectivos.
*Publicado en El Periódico de Aragón el 17/02/2013