domingo, 31 de marzo de 2013

Paseo, tu y yo.*


Todas las veces que pasas en Zaragoza por la calle Alfonso o circulas a pie por Independencia o Goya están. Casi siempre hombres, pero no solo, sentados en el suelo esperando una moneda que alimentará un minuto pero no reconstruirá su vida.
Antes eran las redes de mendicidad y los ancianos con gatitos o pequeños perros amaestrados para sostener la pena y la cesta de pedir. Hoy son ciudadanos demasiado parecidos a ti y a mí que ayer tenían trabajo y casa, y hoy nada. Uno con el pelo recién peinado y con la foto de su hija vestida de comunión, sus zapatos limpios y el rostro recién afeitado que antes de la pena y la humillación parecía guapo. Uno que se sienta junto a una mesilla de dormitorio de los años cincuenta y que exhibe orgulloso su dignidad no perdida cuando perdió su bienestar, fingiendo un cuarto de estar callejero con cesto de mimbre para las monedas, y con paseantes donde hubiera estado una tv. Otro que pide sentado en el soporte de uno de los vergonzosos bancos que se están llevando nuestro esfuerzo, vestido con un jersey amarillo de Ralph Laurent, pañuelo de seda en su garganta, zapatos caros de ante y aroma de perfume caro, las señas de su pasado burgués delante de una lata metálica de pedir en su presente desesperado. Otro, de larga barba y pelo grises, vestido sobrio, pobre y limpio, que espera entre un bar y una panadería y que te dice casi inaudible que le des algo. Intuyes que para sí mismo y sus hijos y nietos hambrientos. Consecuencias del siglo XIX con políticas del siglo XIX que presumen ser del XXI. Rancio capitalismo depredador.
Si, son parecidos a ti y a mí.
A muchos que hoy no piden en las calles pero arrastran su orgullo de trabajador entre parientes y amigos para solventar tantas necesidades como hijos tengan. Parecidos a quienes hacen la cola en las traseras de los mercados y los súper para recoger los restos de las frutas y yogures caducados. Parecidos a quien capea el fin de mes el día veinticinco y llega con deudas al quince. Parecidos a quien se pagó un resort o un viaje a Londres o un forfait estas vacaciones. Parecido a quien se quedó en casa leyendo o viendo tv. A quien camina por la calle como si nada pero lleva dentro el miedo a que mañana día uno lo dejen tirado, o porque la semana que viene se le acaba el paro de mierda que aún cobra, o porque tiene cincuenta años y ya es un desecho social en un mercado laboral regido por dañinos personajes que un día, quizá, tengan que esconder su orgullo maltrecho en un comedor social
Parecidos a ti y a mí porque ayer eran tú y yo, y mañana nadie sabe si no seremos nosotros. Y no, no solucionan su vida así. Y sí, siguen siendo ciudadanos con derecho a su dignidad material en un sistema y un régimen que les considere. Justo lo contrario de ahora.
No es necesario haberse quedado en la ciudad estas vacaciones para darse cuenta. Incluso si te has ido, o te has quedado y sucumbido bajo la atronadora insistencia de tambores y bombos y los mortuorios colores de los hábitos procesionales, se ve. Porque se vio ayer y se verá mañana. Aunque te creas el discurso oficialista del buen camino y los contaminados hálitos gubernamentales, se ve. Si eres ciego, se siente y se oye. Si eres sordo, se ve y se siente. Si no quieres ver ni oír ni sentir, solo te queda el recurso de mentirte a ti mismo porque está.
Gane quien gane esta guerra, la hemos perdido nosotros.
O aún no.
*Publicado en El Periódico de Aragón el 31.03.13

lunes, 18 de marzo de 2013

¿Yo no existo?*

“La gente no se enamoraría nunca si no hubiera oído hablar del amor” dijo por lo visto FranÇois de la Rochefoucauld en un preclaro intento de avanzar lo que hoy llamaríamos marketing viral o, como decimos las personas igualitarias empeñadas en que se diga todo lo que existe, sin subterfugios dialecticos, “lo que no se nombra, no existe”. Lo que no sé es si el célebre moralista (y pelín cínico) francés del siglo XVII, teorizó en sus máximas sobre nombrar para hacer desaparecer, o esa funesta y habitual práctica mediática de hoy no le cabía en la cabeza.
Me explico: yo no existo, no salgo en los telediarios, apenas en los titulares, no salgo en los anuncios, no estoy en las mayorías públicas y nombradas por los poderes y apenas se me perfila en las encuestas de la sociología oficial. ¿Por qué estoy en una minoría diminuta? Mmmm, yo diría que no. El error no está en mis gustos, nada minoritarios y menos alternativos de lo que querría, ni en mi forma de ser. Soy un hombre común. El error, de dimensiones garrafales a mi parecer, está en todos esos espacios citados en los que no estoy y en su forma de mirar y contar el mundo.
Esta semana hemos asistido a uno de estos vergonzosos ejemplos de creación de la realidad paralela, de empeñarse en que las cosas son como le gustaría a quien manda y no como son en verdad, en todas sus variantes. Yo el miércoles, no estuve pendiente de la fumata blanca ni de las obsesiones vaticanas que “esperaba todo el mundo”. Ni esperaba ni “tengo” papa. De modo habitual, no me siento a ver cada semana “el partido del siglo que España ve”. No secundo ese “todos a las rebajas” que oigo incluso en los informativos cuando tocan. No me cuento entre “españoles saben que vamos por buen camino” como miente el presidente. Y no vivo en el país que cuentan en los informativos, de hecho, no sé donde está ni conozco a nadie que viva en él. No hablo de manipulación informativa porque eso es el menú del día. Hablo de la negación de la realidad no catalogada en la verdad mediática, de eso que (una vez más) Zygmunt Bauman llama “el problema de la convivencia con los otros”, como si ese otros fuera un territorio peligroso con el que no tenemos  nada que ver.
Esa verdad masiva publicada es una gran mentira que genera unos perfiles sociales irreales y cómodos para el poder, y que nos lleva a tener una idea de nosotros mismos, de quienes nos rodean, del país, de las cosas… que no se ajusta a la realidad, y que corresponde más a la idea que hemos/han generado de quiénes somos. El gran Bauman dice que en ese conflicto, al otro se le “excluye, se le asimila y se le invisibiliza”, como si negar su existencia lo eliminara de la realidad. Una burda y maniquea expresión de la ideología dominante.
Todas estas mayorías publicadas y nombradas por los poderes son mentiras asimiladas como verdades. Generalizaciones interesadas. Vistas una a una, como un entomólogo disfruta mirando a cada insecto que cae en su microscopio, cada persona es distinta. Todos somos diferentes de todos aunque los poderes necesiten de la agrupación categorizada y etiquetada para definirnos y colocarnos en masas controladas. Una a una, muy pocas personas se ajustan al catálogo oficial pero muchas acaban creyendo que son como les han dicho que son. Una costumbre del poder que le ayuda a mantenerse, incompatible con el respeto mutuo, la diversidad y la realidad real.
* Publicado el 17/03/13 en El Periódico de Aragón.

domingo, 3 de marzo de 2013

Dictomías (malvadas)*

Nos plantean la vida como una suma de dicotomías malvadas para elegir. Y es mentira. Una trampa para ratones en la que los ratones somos nosotros sin saberlo. Por ejemplo, hay dos formas de hacer política (siendo básicos): un concepto de la política sangrante y depredador, que a fuerza de ser mayoritario hace que veamos toda la política y todos los políticos de igual modo; y otro constructivo y transparente (que también se practica). La política que construye la res-pública (Platón) y la política que pertrecha los intereses de la élite por medios corruptos y las mentiras con glamur (la amante del aún Rey de España) y las mentiras cutres y ridículas (Cospedal, mentirosa balbuceante).
Las citas en el Parlamento y en las Cortes de Aragón y su reflejo en la calle muestran esta amarga y habitual dicotomía. Son "ocasiones que pudieran haberse transformado en acontecimiento". Sin embargo, las luces que se encendieron para iluminar estaban destinadas a cegar. Que la verdad no nos afecte, que la miseria no nos importe, que la desvergüenza no nos limite. O que la calle nos muestre las verdaderas necesidades de la gente. Unos practican la política de Tomás Moro, otros la de Fouché y Richelieu. Aunque muchos no sepan datarlos ni citar una frase ni un contexto de las ideas de ninguno de los tres. Valle Inclán (habitual en el Teatro de la Estación) hubiera escrito un par de trilogías esperpénticas más si hoy hubiera mirado un telediario con un ojo y una ventana a la calle con el otro.
Otra dicotomía: como o pago la hipoteca. Subsisto comiendo con lo que me queda en casa o cumplo con la banca siempre hambrienta para no dormir en la calle. Es una dicotomía también malvada porque el mero hecho de que se produzca ha traspasado los límites aceptables del sistema y la desvergüenza gubernamental y de todo poder. Y además es falsa porque llegados a ese punto, antes o después, dejarás de poder comer y dormirás en la calle.
Es una consecuencia de una fe dañina que cree que lo privado siempre es mejor que lo público. Dicotomía falaz puesto que en la misma acepción de los términos se entiende que en lo uno, es de todos y en lo otro, es de unos pocos. Que la gestión privada de lo público supone un ahorro es una mentira como un piano. El supuesto ahorro deriva de recortes y supresión de servicios y se transforma en beneficio de quien gestiona para menor servicio al usuario.
Otra dicotomía, malvada también, a la que nos obligan negándonos que hay otras vías: Lasitud Inoperante o Agresividad Inepta. La actitud del Gobierno de Aragón o la del Gobierno de España. Uno que mata de pasividad e inanición (con tijera) y otro que nos mata de vergüenza y ataques al bienestar (con tijera también).
Uno de los más deprimentes filósofos europeos, Schopenhauer, destila otra dicotomía que bien pudiera reflejar el devenir político de los últimos tiempos que no se romperá hasta romper con el régimen: "La vida oscila como un péndulo entre el sufrimiento y el tedio". ¿De verdad no entienden por qué crece la desafección del pueblo para las instituciones? Porque ustedes fueron primero desafectos con la gente. Lo malo es que para ustedes las instituciones son sólo un modo de vida y una vía de negocio. Para nosotros, el instrumento de la democracia y el bienestar. "Sin esperanza y sin desesperación" en palabras de Isak Dinesen. Esto ya no es una dicotomía sino un estado social latente.
*Publicado el o3/03/13 en El Periódico de Aragón