“La gente no se enamoraría nunca si no hubiera
oído hablar del amor” dijo por lo visto FranÇois
de la Rochefoucauld en un preclaro intento de avanzar lo que hoy
llamaríamos marketing viral o, como decimos las personas igualitarias empeñadas
en que se diga todo lo que existe, sin subterfugios dialecticos, “lo que no se
nombra, no existe”. Lo que no sé es si el célebre moralista (y pelín cínico)
francés del siglo XVII, teorizó en sus máximas sobre nombrar para hacer
desaparecer, o esa funesta y habitual práctica mediática de hoy no le cabía en
la cabeza.
Me explico: yo no existo, no salgo en los telediarios, apenas en los
titulares, no salgo en los anuncios, no estoy en las mayorías públicas y
nombradas por los poderes y apenas se me perfila en las encuestas de la
sociología oficial. ¿Por qué estoy en una minoría diminuta? Mmmm, yo diría que
no. El error no está en mis gustos, nada minoritarios y menos alternativos de
lo que querría, ni en mi forma de ser. Soy un hombre común. El error, de
dimensiones garrafales a mi parecer, está en todos esos espacios citados en los
que no estoy y en su forma de mirar y contar el mundo.
Esta semana hemos asistido a uno de
estos vergonzosos ejemplos de creación de la realidad paralela, de empeñarse en
que las cosas son como le gustaría a quien manda y no como son en verdad, en
todas sus variantes. Yo el miércoles, no estuve pendiente de la fumata blanca ni de las obsesiones
vaticanas que “esperaba todo el mundo”. Ni esperaba ni “tengo” papa. De modo
habitual, no me siento a ver cada semana “el partido del siglo que España ve”.
No secundo ese “todos a las rebajas” que oigo incluso en los informativos
cuando tocan. No me cuento entre “españoles saben que vamos por buen camino”
como miente el presidente. Y no vivo en el país que cuentan en los
informativos, de hecho, no sé donde está ni conozco a nadie que viva en él. No
hablo de manipulación informativa porque eso es el menú del día. Hablo de la
negación de la realidad no catalogada en la verdad mediática, de eso que (una
vez más) Zygmunt Bauman llama “el
problema de la convivencia con los otros”, como si ese otros fuera un territorio peligroso con el que no tenemos nada que ver.
Esa verdad masiva publicada es una
gran mentira que genera unos perfiles sociales irreales y cómodos para el poder,
y que nos lleva
a tener una idea de nosotros mismos, de quienes nos rodean, del país, de las
cosas… que no se ajusta a la realidad, y que corresponde más a la idea que hemos/han generado de quiénes somos. El
gran Bauman dice que en ese
conflicto, al otro se le “excluye, se le asimila y se le invisibiliza”, como si
negar su existencia lo eliminara de la realidad. Una burda y maniquea
expresión de la ideología dominante.
Todas estas mayorías publicadas y
nombradas por los poderes son mentiras asimiladas como verdades.
Generalizaciones interesadas. Vistas una a una, como un entomólogo disfruta
mirando a cada insecto que cae en su microscopio, cada persona es distinta.
Todos somos diferentes de todos aunque los poderes necesiten de la agrupación
categorizada y etiquetada para definirnos y colocarnos en masas controladas. Una
a una, muy pocas personas se ajustan al catálogo oficial pero muchas acaban
creyendo que son como les han dicho que son. Una costumbre del poder que le
ayuda a mantenerse, incompatible con el respeto mutuo, la diversidad y la
realidad real.
* Publicado el 17/03/13 en El Periódico de Aragón.