domingo, 26 de mayo de 2013

Idea y Prejuicio*

El obispo anglicano Samuel Wilberforce, en el trascurso de una reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia celebrada en Oxford en 1860, preguntó a Thomas Huxley, prominente científico, si descendía del mono por vía paterna o por via materna. Un año antes, Charles Darwin había publicado El Origen de las Especies por medio de la Selección Natural. Wilberforce estaba presente en la reunión en virtud de la creencia pelín fanática de las iglesias de que su presencia en cualquier foro es esencial y su opinión incuestionable. Iracundo, el obispo había condenado los descubrimientos y teorías de Darwin por contrarias a la revelación divina. Huxley fue tajante y claro: "no me avergonzaría descender del mono, pero sí de alguien que prostituye los dones de la cultura y la elocuencia al servicio del prejuicio y la falsedad". Claro ¿no?
Pues en esas estamos. En el absurdo peligroso de que la fe quiera equipararse a la ciencia; de que sean consideradas iguales la verdad demostrada y argumentada y las creencias personales que no necesitan demostración, y de querer elevar a hecho universal el prejuicio personal. La posibilidad de que en un foro científico y educativo pasen por verdades las leyendas bíblicas (crea cada quien en lo que quiera) en la misma consideración que la tabla del nueve, los versos de Machado o la descripción de los ribosomas en las células animales, da pavor. Porque significa un total desprecio a la ciencia y el saber acumulados por la humanidad, casi siempre perseguidos y negados durante siglos por las sotanas de cualquier color, y la confirmación de que se busca crear súbditos consumidores obedientes y uniformes y no ciudadanos y ciudadanas pensantes, evolucionados y diversos. No existe la libertad de opinión si no se entiende la diferencia entre hecho y opinión, entre dato e idea, entre saber y creer, entre argumento científico y prejuicio. Eso ha pasado con la Ley Wert de la educación aprobada sin discusión por un gobierno con derivas cada día más ultras para esconder su ineficacia y la corrupción de sus miembros.
La imposición de una creencia y una moral en la enseñanza obligatoria es incompatible con la libertad de pensamiento y acción, y la negación de las otras miles de creencias posibles, incluida la más numerosa que es ninguna: la de quienes somos librepensadores. En los medios sigue apareciendo la palabra religión escrita con mayúscula y sin apellido como si solo hubiese una y verdadera.
Es otro estrepitoso fracaso de la sociedad española, incapaz de fijar un modelo educativo permanente y científico al nivel del los más avanzados de Europa por encima de las derivas e intereses particulares en un país que expulsa a una generación entera de jóvenes formados en un sistema público. Un sistema ahora en destrucción que santifica (verbo que viene al pelo) la discriminación y la desigualdad. Pero este es el plan: una escuela y una universidad para dirigentes y otras para dirigidos en función de tus recursos económicos y tu ADN ideológico. Dos por dos igual a san José, Diderot estaba endemoniado y en el barrio de Rosales no hacen falta escuelas públicas porque vamos a licitar privadas católicas.
*Publicado el 26.05.13 en El Periódico de Aragón