El pensamiento frágil del burdo
axioma o la reflexión de la cultura y el saber. La independencia absoluta para
ver, oír y contar o la frase fácil y banal. La sentencia mil veces repetida o
el análisis con datos. A la primera opción la avala la vagancia mental y la
debilidad intelectual. A la segunda opción, la avala la cultura.
El lenguaje que se usa hoy (bueno, y
siempre) desde el poder de cualquier tipo no es el de la argumentación, sino el
de la publicidad. Una construcción dialéctica que actúa como cimientos de la
manipulación. El gran George Orwell lo llamó neolengua. Hoy es el metalenguaje.
Mentiras al fin y al cabo.
A esta disposición a escuchar
falacias convenientemente adobadas o a asumir verdades incompletas, Hannah
Arendt la llamaba “la calma atroz de un mundo completamente imaginario”. A mí
me aterra la incompatibilidad entre los aéreos discursos del poder y las
consecuencias que se ven y viven en la calle.
Salvar esa distancia salvaje tiene un
camino claro; difícil y arduo pero apasionante. Es la reflexión crítica, la
acumulación de saberes diversos sin prejuicios de culturas, geografías e
identidades. Es además un derecho universal que necesita de la igualdad de
oportunidades y del libre deseo de llevarlo a cabo. Y que responde además a la
gran pregunta de para qué sirve la cultura. Para ser libres.
*AudioBlog de Rivarés. Cadena SER-Aragón