* Notas para las Jornadas sobre Demandas de Identidades (Identidades Europeas) organizadas
por la Revista Crisis y el grupo Riff Raff de la Universidad de ZGZ.

Foto: Teo Félix
Hay una cosa para mi muy importante en
la vida, en la comunicación y en la discusión política que son los aspectos
emocionales. Lo que no emociona interesa menos. Y si no se es capaz de
enfrentar las emociones humanas, resulta mucho mas difícil la comprensión mutua
y de eso que podríamos llamar el otro.
En virtud de estas emociones, que
rigen el comportamiento de los individuos humanos mucho mas que la razón, se han
constituido las identidades de lo que llamamos naciones o comunidades humanas.
Apelando a mitos, necesidades y desconocimiento, y también a costumbres, manías
y lugares, se han construido identidades que hoy parecen casi invencibles. Y
apelando a construcciones culturales vinculadas al poder, al consumo, a la
dominación e incluso a la ignorancia que te hace seguir una moda de origen
desconocido o a una corriente que te hace sentir más seguro y cómodo, se
construyen hoy identidades inapelables que llamamos “de toda la vida”. Suele
conservarse el hecho que, supuestamente, nos une e identifica, pero
interesadamente, nunca se recuerda el motivo que lo generó. Ni quien lo generó.
Esta es una desgracia muy común en los medios de comunicación masivos y la
narrativa banal de la historia.
Nos alimentamos de emociones. No es
verdad que siempre pensemos conscientemente y que, si nos dan los hechos,
llegaremos a conclusiones lógicas. No. Buscamos noticias,
opiniones y análisis afines a nuestro modo de pensar y de sentir. Y luego, en
palabras de Josep Fontana: “la mente opera hacia atrás llenando, o
inventando, hechos de acuerdo con este trasfondo interior". Y además,
añado yo, no es fácil ni habitual diferenciar entre saber, pensar y creer.
Usamos fatal estos verbos identificado como sinónimos cuando casi siempre son
antagónicos.
Las identidades son generalizaciones
evolutivas y en evolución. Los expertos lo llaman enculturación: proceso por el
cual los sujetos adquirimos inconscientemente los usos de la sociedad en la que
vivimos y que hace muy difícil y muy costoso derribarlos.
La otra cosa que genera identidad es
la experiencia personal ligada a como la percibimos emocionalmente. No pienso
que pueda deslindarse ninguna identidad colectiva de la situación de clase o
económica, a no ser como construcción interesadamente impuesta: ser antes
catalán que obrero, o español que pobre, o culpar a una estructura superior y
ajena de la situación que se sufre y, entonces, generar una identidad en contra
de algo que podemos llamar identidad de autodefensa.
En el año 2000 Vaclav Havel,
teorizando a medio camino entre su posición de intelectual y de político
escribió: “A mi modo de ver, el conjunto
básico de valores europeos formado por la historia espiritual y política del
continente está claro. Consiste en respetar las libertades únicas del ser
humano y de la humanidad, sus derechos y su dignidad; el principio de
solidaridad; el Estado de derecho y la igualdad ante la ley; la protección de
las minorías; las instituciones democráticas; la separación entre los poderes;
el pluralismo político, el respeto de la propiedad y de la empresa privadas;
una economía de mercado, y la promoción de la sociedad civil.” Más allá de
la contradicción que yo veo en incluir en la lista básica la economía de
mercado y olvidarse del derecho de ciudadanía y los derechos medioambientales,
me surgía una pregunta esencial que es: ¿eso es realmente una identidad
europea? ¿O es la que él sueña pensando en los últimos 70 años de la historia?
¿Lo dice por Polonia, Rusia, Ucrania? ¿Lo dice por las políticas del BCE? Seguramente es un intento de construir una
identidad europea que renuncia a la búsqueda de elementos culturales comunes
que puedan emocionar a los europeos y europeas. Simplemente es una enumeración
de conceptos políticos básicos que podrían darse en cualquier parte del mundo
algún día, sin por eso ayudar a un sentimiento de pertenencia y a un sueño
compartido. Si es eso lo que buscamos.
La definición de una identidad
entonces, surge también de la creación impuesta, apelando a esas mismas
emociones, por parte de intereses materiales o políticos superiores. Un día
Europa fue el objetivo al que imitar y de donde venía el dinero y la vida
moderna. Hoy es de donde vienen la llamada crisis y los recortes.
La definición de una identidad
depende además del punto de vista de quien habla. Y el punto de vista suele ser
una reducción de la perspectiva. Por ejemplo: para mi primo de Huesca soy un
zaragozano; para mi cuñada de Calafell soy un maño; para mi amigo de Malmö, en
Suecia, soy un español; en viaje por África soy un europeo o un blanco. Incluso
para algunos rancios, soy un gay. Nada de eso es mentira, pero tampoco nada se
aproxima a toda la verdad. De hecho, por gay y cuarentañero, soy en gran medida
lo que como muchas otras personas lgtb o queer de mi edad, hemos hecho de
nosotros mismos en un mundo autoconstruido ante la falta visible de referentes
culturales, emocionales y personales, y donde la escuela, la familia, la calle
y el ámbito cercano estaba en nuestra contra o nos dejaba fuera de toda norma.
Uso este ejemplo porque en la construcción de las identidades personales,
nacionales o europeas y en sus narrativas simbólicas puede que resida el
secreto para la convivencia y el reconocimiento del otro. No en cómo nos
autoconstruimos sino por qué lo hacemos. Por qué se necesita autoconstruirse o
para qué. O quién y por qué nos
construye.
Pienso que hay tantas identidades de
los europeos y las europeas como europeos y europeas hay. Y tantas como días
vivan estos europeos y europeas porque varían en función de los
acontecimientos, las necesidades y las emociones que pasan o se generan en su
vida. Si una identidad es una creación intelectual y cultural, todavía
hemos de desarrollar una como modo político de trascender conflictos y crear un
proyecto para el continente. Y para mí, no tiene nada que ver con este terrible
modelo de UE que los dueños de las cosas y el mercado han creado.
La
cultura de paz enseña cómo definirnos a nosotros mismos en solo cuatro palabras
y resulta una maravillosa filosofía vital: la voluntad de vivir juntos. Ese
podría ser el punto de partida para generar una identidad europea capaz de ser
asumida porque habría sido construida horizontalmente entre todos y todas, por
encima de las identidades nacionales o locales, suma de las identidades
mediterráneas, nórdicas, balcánicas o germanas. Para eso hay que superar los
intereses personales y económicos de los dueños de las cosas y hacer que
prevalezcan los humanos. Y evitar reducir cualquier cuestión humana a una
pregunta binaria porque es injusto y manipulador. Tengo la convicción de que
hace tiempo que no estamos construyendo nada en Europa. Nos lo están
construyendo. No nosotros ni nosotras. Y cualquier decisión en cuyo debate no
hayamos participado jamás podrá ser asumida como propia.
Esta
cultura de paz hemos de crearla primero des-aprendiendo la cultura de violencia.
Eso puede forjar cualquier tipo de identidad nueva compatible con cualquier
otra en el espacio y en el tiempo. En el cronotopo
que se dice cuando se escribe el guión de una historia.
Y ante
la sospecha de pueda parecer utópico, que lo soy, me gusta recordar que a estas
mismas ansias han dedicado su vida grandes europeos europeístas como Stefan
Zweig, Bakunin, Ortega o Erasmo de Rotterdam. Esa es también parte de mi
identidad porque yo lo he decidido así. Cualquier otra identidad que venga
impuesta será combatida.