¿Es posible un nuevo fascismo de masas aquí y ahora?
Si. Muy fácil. Con nuevos retos y viejos
discursos pero con una nueva estética y la apariencia de un movimiento nuevo
que desprecia a los políticos y la política como causantes de todo mal, y que
no cuestiona el capitalismo sino que lo refuerza destruyendo cualquier atisbo
de control democrático y respeto a la libertad. Y con masivos apoyos populares
inconscientes de ser fascistas. Como siempre, por otra parte.
En la película La Ola (Die Welle) dirigida por Dennis Gansel en 2008 en Alemania, un
popular, roquero y aparentemente libertario e iconoclasta profesor de
secundaria, inicia un experimento con una clase para explicar la autocracia. En
el primer día descubre como con aparentes simples cambios, en un juego, la
clase reacciona por primera vez a la disciplina, la identidad de grupo y la
obediencia. Reúne a los alumnos que siempre le han querido como un colega, a
los necesitados de referencias, a los “frikis” sin amigos, a los productos de
familias desestructuradas e, incluso, a quienes parecen tener una ideología
definida y se sienten libertarios o punks. Generan un grupo nuevo y las funestas
consecuencias filo fascistas que conlleva con un demoledor y doloroso final. Y
esa es precisamente la pregunta con que se inicia el juego: “¿Creéis que es
posible hoy una dictadura?”. La respuesta unánime es No. Sin matices, sin duda,
aprendieron todos del horror nazi. Pero enseguida empiezan a colarse matices
inconscientes vinculados al orden, la patria, la comunidad, el grupo, la
identidad, el orgullo de pertenencia e incluso los afectos, y las respuestas
que éstos parecen poder dar a todas sus dudas adolescentes. Adolescencia aquí
es también inmadurez intelectual y emocional, algo que nada tiene que ver con
la edad y que pueda durar los 80 años de vida media de un individuo.
“¿Qué haría falta para que fuese posible? ¿Cuándo
existe el peligro?” pregunta el profesor. Queda claro: crisis económica, alta
tasa de paro, incertidumbre….lo dicen los estudiantes. Como siempre, por otra
parte.
Y al profe se le va de las manos y la clase,
bautizada como La Ola, se uniforma, crea
nuevas normas cada día, se extiende y queda fuera de control en su marasmo de
declaradas buenas intenciones e inconfesos objetivos. Una excelente metáfora
que convertirá el instituto en un drama político de consecuencias inmedídas.
Tienen su brazo violento, su lado
intelectual, su justificación emocional, sus símbolos deportivos, su logo como
enseña inviolable.. y su líder imbatible “para barrer a los políticos de toda
Alemania y arreglar las cosas”. Y si alguien quiere evitarlo (“Parad la ola” es
el lema de dos solitarias conscientes del horror que se les viene encima) es
culpable de asocialidad. Todo esto en el ámbito poco metafórico de un instituto
alemán de secundaria.
Y eso es lo que puede ocurrir hoy y lo que
quizá alumbren convicciones reaccionarias y medios de comunicación provocadores
con eso de que “los políticos son todos iguales y culpables”. Cosa que es
falsa, y que nunca oímos decir de los banqueros, los ricos, los directivos de grandes
clubes de fútbol o los dueños de grandes corporaciones económicas o mediáticas.
A los primeros podemos elegirlos y descabalgarlos entre muchas opciones
distintas. A todos los demás, no.
Si el fascismo regresa, aunque muchos de sus
hijos siguen aquí reclamando olvido para sus culpas y exigiendo venganza por las
culpas (reales o no) de los demás, no
será con aspecto de fascismo clásico. Es, porque ocurre en el presente, con formas
populistas y demagogas de siglas electorales. Incluso de apariencia
bienintencionada que nunca ponen en cuestión a los amos del mundo y dueños de
las cosas ni se rebelan ante el capitalismo global. Está pasando en la Europa a la que pertenecemos, donde cada día se deciden más cosas y donde puede alumbrarse un sueño (si se empuja) o una pesadilla (si no se impide).
La película La Ola fue rodada en 2008 en Alemania. Está
basado en La Tercera Ola, novela de Morton
Rhue publicada en 1981, que refiere a su vez un experimento del mismo nombre en
un instituto de secundaria de California en 1967. Las fronteras geográficas
solo matizan los procesos. Con las necesarias (y leves) actualizaciones, no se
me ocurre mejor modo de explicar por qué el peligro del fascismo sigue siendo
real. Lo explica excelentemente bien Henrich Mann en su novela El Súbdito (1951) en otra época y otro
siglo. Pero en este experimento y esta película, el discurso es claro,
revelador, contundente y “divertido”.
Vean la película,
proyéctenla en su clase, en su centro, en su barrio… Y desconfíen de populismos
coloristas y nuevas derechas que claman contra los políticos. El final siempre
es el mismo.