A la gente la cultura le sale cara,
aunque mucho menos que la ignorancia. Pero el problema no es el precio de la cultura
sino el precio de todo y la falta de hábito inculcada. Según datos de Eurostat,
España es el país de la UE con más pobreza infantil tras Rumanía. Un amargo
orgullo al que hemos llegado en tres años. Si hay pobreza infantil de tal
calibre es fácil colegir que hay situaciones que no salva ni la pensión del
abuelo para toda la prole y que hay pobres de solemnidad con trabajo, que no
viven en la calle pero poco más. Y, desde luego, tiempo infinito de ausencia de
políticas culturales acertadas que incluso confunden la política cultural con
una lista de programaciones. Está bien, pero no es lo mismo.
España subvencionó el año pasado con
50 millones de € la producción cinematográfica desde el Ministerio de Cultura. Gran
Bretaña lo hizo con 120; Alemania con 340 y Francia, que considera al cine
excelencia cultural, con 720 millones. Por el contrario, los toros se llevaron
564 millones (sangrientos y abominable en mi opinión); Y la CEOE, con miembros
dirigentes en serios problemas jurídicos por sus prácticas empresariales, 400
millones de € en subvenciones públicas. ¿Y EEUU? bueno, ese es el cine más
subvencionado del mundo aunque nunca se recuerde.
En la Fiesta del cine en el que se
rebajó la entrada a una sala a 2´5€ se recaudaron 1´5 millones en tres días en
toda España. Luego la afluencia decayó y las salas pueden verse muchos días con
cero, una o dos personas en algunas sesiones. El teatro y la danza superviven y
cada vez menos porque se enfrentan además a la fatalidad de los costes porque
su producción no puede ser industrial. Este año se ha publicado un 19% menos de
libros, el peor dato en 15 años, y se han cerrado dos librerías en Aragón.
Estamos dejando a su suerte a los creadores y seguimos pensando en la cultura
como un lujo o confundiéndola con el entretenimiento.
Hay que desterrar para siempre dos
ideas insultantes: Una, que las subvenciones a los artistas son excesivas. No
se trata de subvencionarlos (poco y mal) sino de utilizar los recursos públicos
para cumplir el derecho constitucional (art. 44) y social de la accesibilidad
universal a la cultura. Es decir, que todos y todas podamos acceder a la
lectura, los escenarios, la música, el cine, los tebeos, la creación… sin
importar la situación social y económica que nos esté estrujando. La otra idea
es la obsesión de ligar cultura a rentabilidad material directa. Si lo hacen,
piensen en el empleo que genera y los cultivos de convivencia que ofrece. Pero
mejor, piensen en el valor de la marca de un país o su implicación política y turística.
Y mejor aún, en la felicidad y esfuerzo que debe provocar y exigir en las
personas y sus efectos en la convivencia y el avance social.
La cultura puede ganarle una partida
al tedio en palabras de Paul Morand
y el hábito de “consumo cultural” (no simple entretenimiento) puede ser el
mayor sensibilizador según un personaje de Beckett.
Ese el trabajo pendiente del sistema cultural y de las estructuras públicas
dedicadas a la cultura que no cumplen con su cometido: crear hábito y asegurar
el acceso universal a la cultura incluso cuando los sueldos (si los hay) son
una mierda. Si no, seremos un mapa, no sé si algo más.
*Publicado en El Periódico de Aragón el 30.0314