domingo, 30 de marzo de 2014

Crear hábitos*

A la gente la cultura le sale cara, aunque mucho menos que la ignorancia. Pero el problema no es el precio de la cultura sino el precio de todo y la falta de hábito inculcada. Según datos de Eurostat, España es el país de la UE con más pobreza infantil tras Rumanía. Un amargo orgullo al que hemos llegado en tres años. Si hay pobreza infantil de tal calibre es fácil colegir que hay situaciones que no salva ni la pensión del abuelo para toda la prole y que hay pobres de solemnidad con trabajo, que no viven en la calle pero poco más. Y, desde luego, tiempo infinito de ausencia de políticas culturales acertadas que incluso confunden la política cultural con una lista de programaciones. Está bien, pero no es lo mismo.
España subvencionó el año pasado con 50 millones de € la producción cinematográfica desde el Ministerio de Cultura. Gran Bretaña lo hizo con 120; Alemania con 340 y Francia, que considera al cine excelencia cultural, con 720 millones. Por el contrario, los toros se llevaron 564 millones (sangrientos y abominable en mi opinión); Y la CEOE, con miembros dirigentes en serios problemas jurídicos por sus prácticas empresariales, 400 millones de € en subvenciones públicas. ¿Y EEUU? bueno, ese es el cine más subvencionado del mundo aunque nunca se recuerde.
En la Fiesta del cine en el que se rebajó la entrada a una sala a 2´5€ se recaudaron 1´5 millones en tres días en toda España. Luego la afluencia decayó y las salas pueden verse muchos días con cero, una o dos personas en algunas sesiones. El teatro y la danza superviven y cada vez menos porque se enfrentan además a la fatalidad de los costes porque su producción no puede ser industrial. Este año se ha publicado un 19% menos de libros, el peor dato en 15 años, y se han cerrado dos librerías en Aragón. Estamos dejando a su suerte a los creadores y seguimos pensando en la cultura como un lujo o confundiéndola con el entretenimiento.
Hay que desterrar para siempre dos ideas insultantes: Una, que las subvenciones a los artistas son excesivas. No se trata de subvencionarlos (poco y mal) sino de utilizar los recursos públicos para cumplir el derecho constitucional (art. 44) y social de la accesibilidad universal a la cultura. Es decir, que todos y todas podamos acceder a la lectura, los escenarios, la música, el cine, los tebeos, la creación… sin importar la situación social y económica que nos esté estrujando. La otra idea es la obsesión de ligar cultura a rentabilidad material directa. Si lo hacen, piensen en el empleo que genera y los cultivos de convivencia que ofrece. Pero mejor, piensen en el valor de la marca de un país o su implicación política y turística. Y mejor aún, en la felicidad y esfuerzo que debe provocar y exigir en las personas y sus efectos en la convivencia y el avance social.
La cultura puede ganarle una partida al tedio en palabras de Paul Morand y el hábito de “consumo cultural” (no simple entretenimiento) puede ser el mayor sensibilizador según un personaje de Beckett. Ese el trabajo pendiente del sistema cultural y de las estructuras públicas dedicadas a la cultura que no cumplen con su cometido: crear hábito y asegurar el acceso universal a la cultura incluso cuando los sueldos (si los hay) son una mierda. Si no, seremos un mapa, no sé si algo más.
*Publicado en El Periódico de Aragón el 30.0314