Hitler
era un amante de la pintura, un lamentable y fracasado pintor (que, de haber
pintado, quizá hubiera tenido el tiempo ocupado) y un gran lector. Stalin amaba
leer y se cuenta que se dejo los últimos kopecs en (sus) malos tiempos en
librerías de saldo y que lo leyó todo. Mao leía todo el tiempo y hasta montó
una librería en Pekín antes de comandar la revolución. Heideger fue miembro del
Partido Nazi alemán todos los años en que fue legal en Alemania, desde 1933
hasta 1945. Y el ministro Wert un licenciado superior experto en arte contemporáneo,
ya ves.
Hasta
los símbolos gloriosos de la cultura europea pueden subvertirse a un lado y
otro y usarse para una cosa y la contraria. La Novena Sinfonía de Beethoven fue
usada por la república de Weimar en 1927,
primer centenario de la muerte del compositor, como símbolo de una Europa nueva
y el sueño de la Sociedad de Naciones. En 1933, tras las elecciones ganadas por
Hitler, en el mítico y vivo Festival de Bayreuth, Richard Strauss dirigió la
misma sinfonía como símbolo del fatal nacionalismo alemán a punto de devorar
Europa. Y, desde 1938, la Sinfónica de
Berlín la interpretaba obligatoriamente para conmemorar cada año el cumpleaños
del Fhurer junto a los himnos nazis por decisión de su ministro de propaganda,
el cultísimo Goebbels. Bakunin vociferó emocionado tras oírla, que esa música
sería parte de la fuerza que terminaría con el viejo mundo y crearía el muevo y
libre, un símbolo revolucionario. Hoy, su cuarto movimiento es el Himno de la
UE resquebrajado por el neoliberalismo, la doctrina del shock, la ultra derecha
y la Alemania de Merkel.
No,
la cultura no nos hace mejores, no hace inteligentes, libres, poderosos. Lo
otro ya, queda al margen. Pero ay! de la sociedad que no invierta esfuerzo y recursos en cultura.
O es que, en realidad, ¿hay una
cultura y una cultura? ¿Una que es una herramienta crítica para ver, pensar,
ser y actuar de otra manera? ¿Y una que
obedece y refuerza el discurso hegemónico de cada momento? ¿Una que exige
esfuerzo, crítica y evolución y una que no, que necesita del placer, el hedonismo
fácil y del discurso vacuo? ¿Una que sigue la lógica empresarial del beneficio
directo y máximo, la lógica de la rentabilidad material, y otra que circula
por vericuetos distintos y pone en jaque al poder, el mainstream y el orgullo
de ser ignorante y seguir la corriente?
La cultura es una plasmación de la
ideología. Y, a su vez, una creación ideológica. Es la cultura la que ofrece
una visión del mundo material y sentimentalmente, y la que deriva de una
realidad económica. La cultura surge de una realidad y genera una nueva.