Isserly recorre las carreteras
escocesas en su coche y caza ejemplares masculinos atractivos, poderosos,
fornidos que hacen autostop. A ser posible a los que nadie espere en ningún
lugar porque viven en soledad. Ellos se creen seguros. Ella, rara, extraño espécimen
de cuerpo seco pero pechos turgentes, solo cumple con su misión. ¿Cuál? La
misma que la mayoría de los humanos
considera lógica, normal y saludable. Pero ¿es todo eso su misión? Ella cree
que sí y tampoco tiene mucha más opción pero siempre hay un pero. En su caso,
en forma de visita de un humano de clase social superior, rico, elegante, aparentemente
ocioso, y destinado a un fin que no piensa asumir. Le abrirá los ojos a una
situación que llevaba tiempo negándose a ver.
¿Cuál es el misterio que acorrala a
Isserley en una vida no escogida y para la que ha sufrido tanto, tanto se ha
transformado, y para la que han designado en una sucia trama de poder social
que define su mundo y el nuestro? ¿Es todo un asunto de comida?
En realidad, la novela de Faber juega
a trasponer el lugar que ocupamos en el mundo con aquello que a nuestros ojos
son diferentes, inferiores o despreciables y con los que nos comportamos con
absoluta crueldad o desprecio, y mediante paradigmas de beneficio e interés. Aquellos
a los que llamamos animales y para los que nosotros somos solo animales.
No es solamente
una brillante metáfora del especifísmo y la exclusión social, sino también sobre la lógica empresarial
del beneficio material directo que rige el sistema y la vida de la comunidad y
de los individuos. Un reflejo del
absurdo capitalismo y el clasismo, asumido como lógico e insustituible, y las clases
sociales y el juego del poder que aceptamos sin rechistar.
Y hay un concepto al final de la
historia que actúa en la conciencia de Isserley como un aldabonazo que primero
no quiere asumir, que luego asimila y que después se convierte en material para
la acción, una acción desesperada y seguramente una de las pocas posibles para
una liberación individual en esta historia. Se llama piedad. La oye donde no
quiere oírla. Y se la ofrecen cuando no la puede aceptar. Y demostrará (no a Isserley, sino a quien
lea la novela) que no existen ni soluciones ni salidas individuales a los
problemas y conflictos que no son individuales, que si los problemas son
colectivos, las soluciones efectivas también han de serlo.
Bajo la piel
es una novela que todo ser humano debería leer si ha tenido alguna vez la
sensación de que algo no esta bien con el resto de animales no humanos.
Michel Faber escribió luego Pétalo
carmesí, Flor blanca (Anagrama 2004), una
extraordinaria novela sobre el poder de unas personas sobre otras, sus necesidades
y anhelos, sus prejuicios y las armas sentimentales a su alcance.