martes, 1 de abril de 2014

Bajo la piel, de Michel Faber (Anagrama,2000)

Isserly recorre las carreteras escocesas en su coche y caza ejemplares masculinos atractivos, poderosos, fornidos que hacen autostop. A ser posible a los que nadie espere en ningún lugar porque viven en soledad. Ellos se creen seguros. Ella, rara, extraño espécimen de cuerpo seco pero pechos turgentes, solo cumple con su misión. ¿Cuál? La misma que  la mayoría de los humanos considera lógica, normal y saludable. Pero ¿es todo eso su misión? Ella cree que sí y tampoco tiene mucha más opción pero siempre hay un pero. En su caso, en forma de visita de un humano de clase social superior, rico, elegante, aparentemente ocioso, y destinado a un fin que no piensa asumir. Le abrirá los ojos a una situación que llevaba tiempo negándose a ver.
¿Cuál es el misterio que acorrala a Isserley en una vida no escogida y para la que ha sufrido tanto, tanto se ha transformado, y para la que han designado en una sucia trama de poder social que define su mundo y el nuestro? ¿Es todo un asunto de comida?
En realidad, la novela de Faber juega a trasponer el lugar que ocupamos en el mundo con aquello que a nuestros ojos son diferentes, inferiores o despreciables y con los que nos comportamos con absoluta crueldad o desprecio, y mediante paradigmas de beneficio e interés. Aquellos a los que llamamos animales y para los que nosotros somos solo animales.
No es solamente una brillante metáfora del especifísmo y la exclusión social, sino también sobre la lógica empresarial del beneficio material directo que rige el sistema y la vida de la comunidad y de los individuos.  Un reflejo del absurdo capitalismo y el clasismo, asumido como lógico e insustituible, y las clases sociales y el juego del poder que aceptamos sin rechistar.
Y hay un concepto al final de la historia que actúa en la conciencia de Isserley como un aldabonazo que primero no quiere asumir, que luego asimila y que después se convierte en material para la acción, una acción desesperada y seguramente una de las pocas posibles para una liberación individual en esta historia. Se llama piedad. La oye donde no quiere oírla. Y se la ofrecen cuando no la puede aceptar.  Y demostrará (no a Isserley, sino a quien lea la novela) que no existen ni soluciones ni salidas individuales a los problemas y conflictos que no son individuales, que si los problemas son colectivos, las soluciones efectivas también han de serlo.
Bajo la piel es una novela que todo ser humano debería leer si ha tenido alguna vez la sensación de que algo no esta bien con el resto de animales no humanos.
Michel Faber escribió luego Pétalo carmesí, Flor blanca (Anagrama 2004), una extraordinaria novela sobre el poder de unas personas sobre otras, sus necesidades y anhelos, sus prejuicios y las armas sentimentales a su alcance.