domingo, 25 de mayo de 2014

Europa 25M

La 9ª Sinfonía de Beethoven era para la república de Weimar símbolo de la Europa que soñaba la Sociedad de Naciones. En 1933, tras las elecciones ganadas por Hitler, en el Festival de Bayreuth, Richard Strauss dirigió la misma sinfonía como símbolo del fatal nacionalismo alemán a punto de devorar Europa. Y desde 1938, la Sinfónica de Berlín la interpretaba obligatoriamente cada año para conmemorar el cumpleaños del Fhurer junto a los himnos nazis. Bakunin creía que esa música sería parte de la fuerza revolucionaria que terminaría con el viejo mundo y crearía uno nuevo. Hoy, su cuarto movimiento es el Himno de la UE resquebrajada por el neoliberalismo, la doctrina del shock, el pasotismo reaccionario y la Alemania de Merkel.
En Una Europa Alemana (Paidós, 2012), Ulrich Beck, sociólogo alemán y emérito en las Universidades de Munich y Londres y autor de la llamada Teoría del Riesgo, advierte de las funestas consecuencias de la política de Merkiavelo (de Merkel y Maquiavelo) y su absoluto dominio de la UE, el sometimiento de sus aliados conservadores y socialdemócratas, y como el capital, dueño de las cosas, aleja la política de la legitimidad. Esta UE necesita de un “nuevo contrato social europeo que asegure más libertad, igualdad y democracia entre estados” y entre ciudadanos y ciudadanas de Europa y nos lo jugamos hoy con nuestros votos y nuestro silencio. Necesita una ciudadanía común y un proyecto europeo federal, coraje entre tanto timorato centrado en el mercado sin proyecto político. Europa debe convertir sus instituciones en democráticas con poder legislativo y ejecutivo. Arriesgamos un viejo sueño traicionado que nos ha dado muchas alegrías y muchos sustos y que tiene instituciones no democráticas al servicio del poder financiero y que ha violado la voluntad de varios estados con la complicidad inmoral de sus trasnochados dirigentes. Uno de los más sólidos intelectuales españoles, Ortega y Gasset, se refería a ella diciendo “Más Europa que España, España solo me importa si integra espiritualmente Europa” y la vinculaba a su ideal de “hacer de la cultura (me gusta añadir común) una religión nacional con la reforma intelectual y moral que necesitamos”, la que quería “vertebrada con solidaridad e instituciones verdaderamente democráticas sin las élites económicas acantonadas en sus privilegios”.
Mañana es otro tiempo, se puede parecer al de hoy o no. Pero en palabras del dramaturgo europeo, Bertolt Brecht, “el analfabeto político que no oye, no habla y no participa de los acontecimientos políticos, no sabe que el costo de la vida, de la ropa, del pan y de los remedios dependen de decisiones políticas y que de su ignorancia nace el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las grandes empresas privadas”. Los europeos y europeas (que ya existimos como entidad diversa hace tiempo) podemos enviarles hoy un mensaje. No participar no detiene la máquina. Al contrario, la libera de exigencias democráticas que hemos de imponer desde cada rincón de la Unión a pesar de las políticas dominantes de grandes traiciones. El continente es tan interdependiente que nuestro gesto puede modificar el mundo pero nuestro silencio solo refuerza el gusto de la élite. Saca tu rabia o tu ilusión y vota hoy, Europa es demasiado importante como para regalársela a nadie.
*Publicado en El Periódico de Aragón el 25.05.14
Foto extraida de manvas.blogspot.com

domingo, 11 de mayo de 2014

Vota. Bota(les)*

En la década de los 80 del siglo XX, dos históricas personalidades globales, Ronald Reagan y Margaret Theacher, de cuyas funestas políticas seguimos pagando las consecuencias en Europa, definieron la TINA (por su siglas en ingles There is no Alternative /No hay alternativa), toda una filosofía política de la derecha europea que afirma que lo que hay es lo único que puede y debe haber. Todo matiz, disensión, y no digamos alternativa ideológica y económica, es considerada directamente un error, imposible, o todo a la vez. Esa falacia intelectual, impensable en un demócrata levemente ilustrado si está siendo sincero, sigue dominando nuestras vidas. Y así, la abstención se convierte en la respuesta ante los desastres políticos de los últimos años, apenas sin diferencias sustanciales en las políticas europeas de Rajoy, Merkel, Hollande, Almunia o Barroso, con la salvedad de que no es igual recortar desde cien que desde cincuenta, que el papanatismo de Rajoy es difícilmente superado en el resto de la UE y que, aquí, la oligarquía aún tiene un tono decimonónico que da pavor.  
Esa Europa, a la que el 60% de las personas con derecho a voto en España piensa abstenerse el 25 de Mayo (para mayor gloria de los de siempre), decide la política económica, negocia en secreto los tratados comerciales con EEUU violando su propia ley de transparencia, puede generar nuevas políticas universitarias, define el futuro de nuestro campo y nuestra alimentación, o considera un mercado privado antes que un derecho el agua y la energía aunque la tierra, los ríos y sus recursos sean de todos. Si quiere, puede acabar con los paraísos fiscales. Si quiere puede generar otra política para el tren y otra red de transportes. Una, otra o ninguna travesía pirenaica, o el futuro de Canfranc. Todo a mejor o a peor. Y esa es la clave, que nuestro voto contra los de siempre y a favor de nuevos vientos, serán un contrapeso o un aliciente para una u otra cosa. Será la primera vez que el Parlamento Europeo elija a su Presidente (no hay candidatas) para olvidarnos ya del fatídico Barroso. Y puede que sea también, sin nuestro voto, un parlamento de fascismos, de nuevo cuño pero con la dentadura de siempre.
La UE nace como tratado comercial, sin bases solidas de unión social ni cultural sentidas por la gente. Pero fue una oportunidad histórica y sigue siéndolo, si entendemos que Europa puede ser otra, lejos de las imposiciones neoliberales que tienen su fuerza centrípeta en Berlín y que generan tanto dolor en la periferia, para ser “la primavera mediterránea”, en palabras de Alexis Stipras desde Atenas, la capital que ejemplifica el desastre social provocado por los trillados caminos que se quieren seguir repitiendo y las exigencias de la troika que secundan sin rechistar nuestros líderes.
Ni la demagogia electoral ni la propaganda pueden superar a la realidad si escuchamos y vemos los datos reales en la calle y la casa de al lado. Pero para eso hay que votar. Y, a ser posible, botarlos. ¿Recuerdan a Stefan Zweig? Me gusta pensar que él hubiera madrugado para votar el 25 sin dejarse vencer por el dolor que ha generado la rapiña y la exclusión, ni por el desencanto y el miedo al cambio, con un pelín de esperanza. Un pelín.
 
*Publicado el 11.0514 en El Periódico de Aragón