La mentira siempre forma parte de la
guerra. Y de la política. Y hay un tipo de política que se ha nutrido de las
guerras entre estados con víctimas entre los ciudadanos que casi nunca han sabido
rechazar.
El estado francés, como cualquier otro, mantuvo durante la Primera Guerra Mundial (como en cualquier otra) un servicio oficial de censura postal que eliminaba, corregía o modificaba las cartas que los soldados enviados a morir al frente por una bala, un obús o por la condiciones a las que su propio estado les condenada, enviaban a sus familias, parejas o amigos. Cada vez que alguien narraba las condiciones de hambre, congelación o suicidio forzado o mostraba decaimiento, dudas en los generales o el gobierno, deseos de paz o ganas de entender al enemigo era censurado o acusado. Los delitos que los militares asignados a la censura castrense consignaban en sus informes semanales eran “pacifismo”, “falta de moral”, “confraternización con el enemigo” o “revelación de la situación geográfica demasiado precisa”.
El estado francés, como cualquier otro, mantuvo durante la Primera Guerra Mundial (como en cualquier otra) un servicio oficial de censura postal que eliminaba, corregía o modificaba las cartas que los soldados enviados a morir al frente por una bala, un obús o por la condiciones a las que su propio estado les condenada, enviaban a sus familias, parejas o amigos. Cada vez que alguien narraba las condiciones de hambre, congelación o suicidio forzado o mostraba decaimiento, dudas en los generales o el gobierno, deseos de paz o ganas de entender al enemigo era censurado o acusado. Los delitos que los militares asignados a la censura castrense consignaban en sus informes semanales eran “pacifismo”, “falta de moral”, “confraternización con el enemigo” o “revelación de la situación geográfica demasiado precisa”.
Mucha de esa información aún se guarda en el
Archivo de la Gran Guerra en París. Y de ellos, y de cientos de devastadores,
tiernos y reveladores párrafos censurados en las cartas de millones de franceses
condenados a luchar, se sirvió la periodista y escritora Bénédicte des Mazery
para su novela de 2008 Vidas Rotas (La vie tranchée) editado en castellano por
Alianza-bolsillo en 2014 con traducción de Manuel Talens. Una novela
atravesada de dolor en forma de párrafos reales de las cartas escritas en los
seis años de guerra que mató a cuatro millones y medios de personas
reconocidas. Sin contar las víctimas del hambre, enfermedades o frio en retaguardia
generado por la locura belicista de imperios y estados. La relación de íntima
amistad de Louis, asignado al servicio de censura tras perder los dedos de los
pies, y de Fernand con quien comparte trinchera y heridas, sirve de excusa para
destilar el horror de la guerra en todos los bandos, las mentiras de sus
estados mayores y el valor de dos o tres pacifistas y un par de desertores
cuando han de volver, heridos y todo, al horror del que escaparon durante algunas
semanas.
El mismo horror, narrado con mucha
más brillantez y crudeza poética, salvados por la ironía y el humor, también en
Francia y también justo tras la I Guerra Mundial, es el escenario y la razón de
Nos Vemos allá arriba, de Pierre
Lemaitre (Salamandra 2014 en castellano con traducción de J.A Soriano
Marco). A la vuelta de la guerra un
teniente con ínfulas de heroicidad, sin pudor y con el único deseo de ganar
prestigio y poder, finge una última orden y dispara a dos de sus hombres. Éstos viven
salvándose mutuamente y uniendo sus vidas para siempre en un siempre muy corto
del que apenas logran librarse del teniente traidor, ahora rico, poderoso,
condecorado y aún más malvado. El gobierno vive una sucesión de corruptelas
con el argumento de la gloria de los caídos, los vueltos de la guerra vagan
por París muertos de hambre, abandonados y despreciados, y solo los miembros del régimen (del
régimen de cada momento) prosperan a lomos de la traición y la corrupción
después de ser responsables de millones de muertes.
Un valiente desertor tras cinco años de
horror canta en Vidas Rotas: “...a los
peces gordos les va a llegar la hora…”. En Nos
vemos allá arriba, quieren llevar eso a la práctica con un peculiar estilo
que no siempre sale bien, de modo individual y, en el fondo, dotados de una enorme
capacidad de amar. Ambas novelas cuentan la verdadera razón de la guerra, la sumisa y
estúpida aceptación del horror por parte de las poblaciones y el aprovechamiento
inmoral y asesino de muchos “compatriotas” que en la muerte y la guerra también
encuentran acomodo y una forma de negocio. Han sido convencidos por los poderosos aparatos de
propaganda, como parte de una cultura que aún persiste, donde la fe en un símbolo hace que se acepte esclavizarse por el poder y nunca se le pida cuentas a pesar
de los fugaces destellos de identificación con el igual de la otra trinchera que en la censura
militar llaman “delitos de pacifismo y confraternización con el enemigo”. Es la extraña y habitual razón que hizo que las masas de pobres enviados a morir en las guerras imperialistas no se sublevaran como analizaba Gramsci. La formación de la mentalidad sumisa que explicaba en los 80´s y 90´s el profesor de periodistas Vicente Romano y que desarrolló luego en sus teoría del lenguaje y sus usos en La Intoxicación Lingüística.

Sin guerra física, pero en guerra
ética, en España, el teniente Luis González Segura narra en Un paso al frente (Tropo Editores
2014) las corrupciones generalizadas, las mentiras, los privilegios, los robos
y abusos cotidianos en el ejercito español. Va por los 15mil ejemplares vendidos
de un libro que, parapetado en forma de novela, “pinta un cuadro sombrío de la
vida militar, salpicado de corruptelas, privilegios y abusos de poder (desde el
reparto arbitrario de condecoraciones al recorte de la comida de la tropa para
poner una sauna a los mandos o el fraude del combustible)”. González Segura se
enfrenta a perder su trabajo y a una condena de prisión por denunciar corrupciones
que han pasado por alto o avalado los ministros Trillo,
Bono o Morenés “y los que vengan” y por la carta final al ministro en el
epílogo de la novela que firma el protagonista de la narración. La contradicción
de juzgar a un militar por escribir ficción es el mayor reconocimiento del
miedo y la corrupción que asola a los mandos.
Hoy esa censura es mayor, desde luego. Ampliada a los nuevos formatos de comunicación humana empezando por la tv y su vergonzosa y asesina actitud sin excepciones durante las guerras de El Golfo, Los Balcanes o Siria, las redes o el antes llamado periodismo. Y se ejerce directamente en las redacciones aquejadas de la más lamentable enfermedad del periodista por encima del miedo que es la autocensura. La libertad personal, la verdad y la justicia son las primeras muertes. Luego millones de seres humanos.
Hoy esa censura es mayor, desde luego. Ampliada a los nuevos formatos de comunicación humana empezando por la tv y su vergonzosa y asesina actitud sin excepciones durante las guerras de El Golfo, Los Balcanes o Siria, las redes o el antes llamado periodismo. Y se ejerce directamente en las redacciones aquejadas de la más lamentable enfermedad del periodista por encima del miedo que es la autocensura. La libertad personal, la verdad y la justicia son las primeras muertes. Luego millones de seres humanos.
Cuatro lecturas imprescindibles (Nos vemos allá arriba es una novela
excepcional premiada en Francia con el Goncourt) para reflexionar con datos
sobre lo evidente: la mentira y la manipulación son parte de la guerra (aunque vivamos
hoy alguna sin cañones) y los dueños de las palabras y sus maquinarias de mitos que nos
creemos, son las únicas que ganan algo.