viernes, 13 de junio de 2014

Palabras, Mentira y Guerra. Varios títulos (de hoy)

La mentira siempre forma parte de la guerra. Y de la política. Y hay un tipo de política que se ha nutrido de las guerras entre estados con víctimas entre los ciudadanos que casi nunca han sabido rechazar.
El estado francés, como cualquier otro, mantuvo durante la Primera Guerra Mundial (como en cualquier otra) un servicio oficial de censura postal que eliminaba, corregía o modificaba las cartas que los soldados enviados a morir al frente por una bala, un obús o por la condiciones a las que su propio estado les condenada, enviaban a sus familias, parejas o amigos. Cada vez que alguien narraba las condiciones de hambre, congelación o suicidio forzado o mostraba decaimiento, dudas en los generales o el gobierno, deseos de paz o ganas de entender al enemigo era censurado o acusado. Los delitos que los militares asignados a la censura castrense consignaban en sus informes semanales eran “pacifismo”, “falta de moral”, “confraternización con el enemigo” o “revelación de la situación geográfica demasiado precisa”. 
Mucha de esa información aún se guarda en el Archivo de la Gran Guerra en París. Y de ellos, y de cientos de devastadores, tiernos y reveladores párrafos censurados en las cartas de millones de franceses condenados a luchar, se sirvió la periodista y escritora Bénédicte des Mazery para su novela de 2008 Vidas Rotas (La vie tranchée) editado en castellano por Alianza-bolsillo en 2014 con traducción de Manuel Talens. Una novela atravesada de dolor en forma de párrafos reales de las cartas escritas en los seis años de guerra que mató a cuatro millones y medios de personas reconocidas. Sin contar las víctimas del hambre, enfermedades o frio en retaguardia generado por la locura belicista de imperios y estados. La relación de íntima amistad de Louis, asignado al servicio de censura tras perder los dedos de los pies, y de Fernand con quien comparte trinchera y heridas, sirve de excusa para destilar el horror de la guerra en todos los bandos, las mentiras de sus estados mayores y el valor de dos o tres pacifistas y un par de desertores cuando han de volver, heridos y todo, al horror del que escaparon durante algunas semanas.
 
El mismo horror, narrado con mucha más brillantez y crudeza poética, salvados por la ironía y el humor, también en Francia y también justo tras la I Guerra Mundial, es el escenario y la razón de Nos Vemos allá arriba, de Pierre Lemaitre (Salamandra 2014 en castellano con traducción de J.A Soriano Marco).  A la vuelta de la guerra un teniente con ínfulas de heroicidad, sin pudor y con el único deseo de ganar prestigio y poder, finge una última orden y dispara a dos de sus hombres. Éstos viven salvándose mutuamente y uniendo sus vidas para siempre en un siempre muy corto del que apenas logran librarse del teniente traidor, ahora rico, poderoso, condecorado y aún más malvado. El gobierno vive una sucesión de corruptelas con el argumento de la gloria de los caídos, los vueltos de la guerra vagan por París muertos de hambre, abandonados y despreciados, y solo los miembros del régimen (del régimen de cada momento) prosperan a lomos de la traición y la corrupción después de ser responsables de millones de muertes.
Un valiente desertor tras cinco años de horror canta en Vidas Rotas: “...a los peces gordos les va a llegar la hora…”. En Nos vemos allá arriba, quieren llevar eso a la práctica con un peculiar estilo que no siempre sale bien, de modo individual y, en el fondo, dotados de una enorme capacidad de amar. Ambas novelas cuentan la verdadera razón de la guerra, la sumisa y estúpida aceptación del horror por parte de las poblaciones y el aprovechamiento inmoral y asesino de muchos “compatriotas” que en la muerte y la guerra también encuentran acomodo y una forma de negocio. Han sido convencidos por los poderosos aparatos de propaganda, como parte de una cultura que aún persiste, donde la fe en un símbolo hace que se acepte esclavizarse por el poder y nunca se le pida cuentas a pesar de los fugaces destellos de identificación con el igual de la otra trinchera que en la censura militar llaman “delitos de pacifismo y confraternización con el enemigo”. Es la extraña y habitual razón que hizo que las masas de pobres enviados a morir en las guerras imperialistas no se sublevaran como analizaba Gramsci. La formación de la mentalidad sumisa que explicaba en los 80´s y 90´s el profesor de periodistas Vicente Romano y que desarrolló luego en sus teoría del lenguaje y sus usos en La Intoxicación Lingüística.
 
En 2007, Adan Kovacsics, traductor chileno de literatura húngara y austriaca, afincado en España, escribió Guerra y Lenguaje (Acantilado, 2007) donde desentraña precisamente el trabajo en la 1º Guerra Mundial del recién inventado Cuartel de Prensa en el ejercito austro-húngaro en el que “escritores” entregado al régimen elaboraban desde Viena propaganda para ensalzar el esfuerzo de las tropas y subir la moral. Los periódicos (como hoy  también las tv, radios, etc…) se llenaron de mentiras diseñadas por el poder. Kovacsics duda de la capacidad de la lengua para contar el mundo pero no tiene ninguna duda de cómo la inventa y la manipula. Y cuestiona la entrega de reales o falsos "intelectuales" a la causa del horror y la mentira con la burda excusa del patriotismo cuando a la patria le llega el barro de las trincheras a las rodillas y sus habitantes mueren por minutos. Por eso, como el movimiento pacifista enseñan hace mucho tiempo, antes de aprender la paz, hemos de desaprender la guerra y desaprender la violencia.

Sin guerra física, pero en guerra ética, en España, el teniente Luis González Segura  narra en Un paso al frente (Tropo Editores 2014) las corrupciones generalizadas, las mentiras, los privilegios, los robos y abusos cotidianos en el ejercito español. Va por los 15mil ejemplares vendidos de un libro que, parapetado en forma de novela, “pinta un cuadro sombrío de la vida militar, salpicado de corruptelas, privilegios y abusos de poder (desde el reparto arbitrario de condecoraciones al recorte de la comida de la tropa para poner una sauna a los mandos o el fraude del combustible)”. González Segura se enfrenta a perder su trabajo y a una condena de prisión por denunciar corrupciones que han pasado por alto o avalado los ministros Trillo, Bono o Morenés “y los que vengan” y por la carta final al ministro en el epílogo de la novela que firma el protagonista de la narración. La contradicción de juzgar a un militar por escribir ficción es el mayor reconocimiento del miedo y la corrupción que asola a los mandos.
Hoy esa censura es mayor, desde luego. Ampliada a los nuevos formatos de comunicación humana empezando por la tv y su vergonzosa y asesina actitud sin excepciones durante las guerras de El Golfo, Los Balcanes o Siria, las redes o el antes llamado periodismo. Y se ejerce directamente en las redacciones aquejadas de la más lamentable enfermedad del periodista por encima del miedo que es la autocensura. La libertad personal, la verdad y la justicia son las primeras muertes. Luego millones de seres humanos.
Cuatro lecturas imprescindibles (Nos vemos allá arriba es una novela excepcional premiada en Francia con el Goncourt) para reflexionar con datos sobre lo evidente: la mentira y la manipulación son parte de la guerra (aunque vivamos hoy alguna sin cañones) y los dueños de las palabras y sus maquinarias de mitos que nos creemos, son las únicas que ganan algo.