“No se puede encontrar la paz
evitando la vida, Leonard”, dice Virginia Woolf a su marido en Las Horas, la película de Stephen Daldry, basada en la novela de Michael
Cunninghan. Es la cita que abre Una Madre.
Fer es la voz narradora de este universo emocional sensible y doloroso sobre él
mismo, sus hermanas, sus parejas, su pasado, un padre despreciable de escasas y
catárticas apariciones, y las fantasías de Tío Eduardo y sus esperas. Han sido
por fin reunidos por Amelia, catalizador de los secretos, alianzas y devenires familiares,
en una Nochevieja que promete ser memorable sin levantarse de la mesa. Amelia
lo sabe todo, o lo inventa o lo busca en los recovecos emocionales de los
suyos. Ha iniciado un declive mental y físico evidente que aún puede verse divertido.
Tiene la sinceridad como sostén y el amor como palanca, y una amiga iniciada en
artes mágicas que la llena de optimismo. Enfundada en unas horribles zapatillas
por su casa de protección social para mayores, su declive mental y un par de
copas de cava, ayudarán a que el futuro de cada uno y el pasado familiar sean
un poco más comprensibles.
Madres atrabiliarias y omnipresentes y
padres ausentes que lo deben todo y casi nunca pagan nada en medio, son
recursos de grandes resultados en las novelas de Palomas: La Elsa de Tanto Amor, la familia de un padre
sobrevenido en El Tiempo del Corazón,
la abuela Mencía en La Isla del Aire
y sus descendientes en Tanta Vida y
esta Amelia de Una Madre y sus hijas
que es fácil imaginar en años y novelas futuras. Mujeres únicas y doloridas, llenas
de fortaleza, que se salvan y empujan unas a otras y todas juntas.
Y los perros, miembros reales de una
familia tan extravagante como la realidad de cualquiera. Material literario de
primera: un cosmos familiar y delicado, imbatible, reflejo del mundo real y sus
desmanes y donde la soledad se conjuga con humor y nos reímos tanto porque lo
comprendemos todo y “hablamos tan poco” porque, en realidad, no hace falta, lo sabemos
todo sin palabras.
El corazón suele ser un buen mapa
para escuchar la verdad, enfrentar la vida y encontrar la paz. Como en la cita
inicial de Virginia Woolf y en el mundo de Jeannette Winterson, a la que
Palomas ha traducido y cita en esta novela, y en cuyo mundo incluyo a este
autor. Sus libros son excepcionales sagas de silencios y confesiones amorosas,
un cartel luminoso que se enciende y apaga como el que envía señales secretas a
Fer, invitándole a atreverse.
Y hay una idea muy importante sobre
las dos condiciones necesarias para que las relaciones humanas funcionen. Una
depende de cada quien. La otra no. La que depende de cada quien es la
sinceridad. La que no depende de cada quien es el amor, que lo sientes o no. Si
existen amor y la sinceridad las relaciones humanas suelen funcionar por encima
de prejuicios, costumbres, la retorcida tradición católica, estructuras
sociales y jurídicas.
La primera frase de la novela es:
“Mama había dicho que ella misma compraría las flores”, el comienzo de La señora Daloway de Virginia Woolf de
la que también parten la película y la novela Las Horas. Ese es el Universo Palomas: la vida llega llena de
ternura y de dolor, y solo puedes enfrentarla y seguir adelante. Y si te ríes,
mejor.
*Escrito para el suplemento Artes &Letras de Heraldo de Aragón