jueves, 20 de noviembre de 2014

Una Madre. Alejandro Palomas. Siruela, 2014 *

 
“No se puede encontrar la paz evitando la vida, Leonard”, dice Virginia Woolf a su marido en Las Horas, la película de Stephen Daldry, basada en la novela de Michael Cunninghan. Es la cita que abre Una Madre. Fer es la voz narradora de este universo emocional sensible y doloroso sobre él mismo, sus hermanas, sus parejas, su pasado, un padre despreciable de escasas y catárticas apariciones, y las fantasías de Tío Eduardo y sus esperas. Han sido por fin reunidos por Amelia, catalizador de los secretos, alianzas y devenires familiares, en una Nochevieja que promete ser memorable sin levantarse de la mesa. Amelia lo sabe todo, o lo inventa o lo busca en los recovecos emocionales de los suyos. Ha iniciado un declive mental y físico evidente que aún puede verse divertido. Tiene la sinceridad como sostén y el amor como palanca, y una amiga iniciada en artes mágicas que la llena de optimismo. Enfundada en unas horribles zapatillas por su casa de protección social para mayores, su declive mental y un par de copas de cava, ayudarán a que el futuro de cada uno y el pasado familiar sean un poco más comprensibles.
Madres atrabiliarias y omnipresentes y padres ausentes que lo deben todo y casi nunca pagan nada en medio, son recursos de grandes resultados en las novelas de Palomas: La Elsa de Tanto Amor, la familia de un padre sobrevenido en El Tiempo del Corazón, la abuela Mencía en La Isla del Aire y sus descendientes en Tanta Vida y esta Amelia de Una Madre y sus hijas que es fácil imaginar en años y novelas futuras. Mujeres únicas y doloridas, llenas de fortaleza, que se salvan y empujan unas a otras y todas juntas.
Y los perros, miembros reales de una familia tan extravagante como la realidad de cualquiera. Material literario de primera: un cosmos familiar y delicado, imbatible, reflejo del mundo real y sus desmanes y donde la soledad se conjuga con humor y nos reímos tanto porque lo comprendemos todo y “hablamos tan poco” porque, en realidad, no hace falta, lo sabemos todo sin palabras.
El corazón suele ser un buen mapa para escuchar la verdad, enfrentar la vida y encontrar la paz. Como en la cita inicial de Virginia Woolf y en el mundo de Jeannette Winterson, a la que Palomas ha traducido y cita en esta novela, y en cuyo mundo incluyo a este autor. Sus libros son excepcionales sagas de silencios y confesiones amorosas, un cartel luminoso que se enciende y apaga como el que envía señales secretas a Fer, invitándole a atreverse.
Y hay una idea muy importante sobre las dos condiciones necesarias para que las relaciones humanas funcionen. Una depende de cada quien. La otra no. La que depende de cada quien es la sinceridad. La que no depende de cada quien es el amor, que lo sientes o no. Si existen amor y la sinceridad las relaciones humanas suelen funcionar por encima de prejuicios, costumbres, la retorcida tradición católica, estructuras sociales y jurídicas.
La primera frase de la novela es: “Mama había dicho que ella misma compraría las flores”, el comienzo de La señora Daloway de Virginia Woolf de la que también parten la película y la novela Las Horas. Ese es el Universo Palomas: la vida llega llena de ternura y de dolor, y solo puedes enfrentarla y seguir adelante. Y si te ríes, mejor.
*Escrito para el suplemento Artes &Letras de Heraldo de Aragón