domingo, 19 de enero de 2014

Votar en casa*

Las instituciones más importantes son los ayuntamientos y, por primera vez, la Unión Europea. Unos porque legislan y ejecutan las cuestiones más cotidianas y cercanas de la gente y son en las que mejor y más podemos influir. Otra, porque toma las verdaderas decisiones económicas, monetarias y políticas en Europa, impone su modelo económico y acepta someterse sin pudor al estado alemán y sus ansias de control europeo y al poder económico. El viejo sueño europeo es hoy una pesadilla que vomita sus caprichos en el sur y que no tiene ningún control democrático.
A los primeros les ataca de frente la Ley AntiAyuntamientos (Ley de Reforma de la Administración Local) para vaciarlos de las competencias en cuya gestión han sido más eficaces que nadie. Una especie de disimulada “privatización” para convertirlos en meros gestores de las decisiones tomadas lejos y para suprimir a los más pequeños que, en Aragón, pueden ser 500. Esta ley puede dejar sin políticas culturales, educativas y sociales a las ciudades que atienden a la mayoría de la población de Aragón. Las ciudades son a menudo el lugar en el que se pagan, se sufren o se debe arreglar las consecuencias de políticas designadas en instancias más altas y el lugar donde se acumula la “basura” que los efectos globales generan. Alegar que mejora la gestión es una falacia supina. La DGA, recortando a tijeretazos inmisericordes y aumentado su déficit, es el ejemplo paradigmático de lo contrario. 
La UE es aún considerada por muchos lejana e inútil, sus elecciones nunca han superado una participación del 45%. Crece la fractura entre el centro y la periferia. En sus listas los grandes partidos suelen pagar favores o acomodar viejas glorias. Pero después de las elecciones de mayo, esa UE tomará más decisiones que nunca. Los estados nacionales fueron un avance político a partir de las revoluciones de 1848, la primera vez que los estados iban a ser otra cosa que propiedad privada de las monarquías. Pero hoy los retos son una Europa con otros criterios monetarios y sociales, y las políticas territoriales de pequeña escala, colaboradoras y descentralizadas. Y eso no se consigue pasando de las decisiones de Bruselas y su vergonzosa burocracia como si nos quedaran tan lejos como un viaje a pie. Sino votando contra los ruinosos desvelos neoliberales, contra Christine Lagarde y Joaquín Almunia, contra las tesis de Merkel y contra las derivas ultras. Impulsando un parlamento con verdadero poder (no el poder personal de los comisarios entregados al deseo de los dueños de las cosas), control democrático y política social y verde. Y quizá favoreciendo una “Primavera del Mediterráneo”, deliciosa expresión usada por Alexis Tsipras, líder de Syriza y reflejo de otro modo de ver las cosas. Es el único proceso electoral en el que cada voto cuenta por igual frente a la ley D´Hont que rige en España, diseñada para concentrar votos y una mayoría bipartidista.
Si no se contrapone un voto distinto, la vieja maquinaria hipócrita se va a quedar para siempre, contenta de la escasa participación. Y si permitimos cercenar la capacidad de los ayuntamientos habremos dado otro gran paso contra el control democrático de la política. Y las dos instituciones más importantes no serán parte de la solución.
*Publicado en El Periódico de Aragón el 19.01.14

lunes, 13 de enero de 2014

¿Es posible un nuevo fascismo aquí y ahora? La Ola

¿Es posible un  nuevo fascismo de masas aquí y ahora?  
Si. Muy fácil. Con nuevos retos y viejos discursos pero con una nueva estética y la apariencia de un movimiento nuevo que desprecia a los políticos y la política como causantes de todo mal, y que no cuestiona el capitalismo sino que lo refuerza destruyendo cualquier atisbo de control democrático y respeto a la libertad. Y con masivos apoyos populares inconscientes de ser fascistas. Como siempre, por otra parte.
En la película La Ola (Die Welle) dirigida por Dennis Gansel en 2008 en Alemania, un popular, roquero y aparentemente libertario e iconoclasta profesor de secundaria, inicia un experimento con una clase para explicar la autocracia. En el primer día descubre como con aparentes simples cambios, en un juego, la clase reacciona por primera vez a la disciplina, la identidad de grupo y la obediencia. Reúne a los alumnos que siempre le han querido como un colega, a los necesitados de referencias, a los “frikis” sin amigos, a los productos de familias desestructuradas e, incluso, a quienes parecen tener una ideología definida y se sienten libertarios o punks. Generan un grupo nuevo y las funestas consecuencias filo fascistas que conlleva con un demoledor y doloroso final. Y esa es precisamente la pregunta con que se inicia el juego: “¿Creéis que es posible hoy una dictadura?”. La respuesta unánime es No. Sin matices, sin duda, aprendieron todos del horror nazi. Pero enseguida empiezan a colarse matices inconscientes vinculados al orden, la patria, la comunidad, el grupo, la identidad, el orgullo de pertenencia e incluso los afectos, y las respuestas que éstos parecen poder dar a todas sus dudas adolescentes. Adolescencia aquí es también inmadurez intelectual y emocional, algo que nada tiene que ver con la edad y que pueda durar los 80 años de vida media de un individuo.
“¿Qué haría falta para que fuese posible? ¿Cuándo existe el peligro?” pregunta el profesor. Queda claro: crisis económica, alta tasa de paro, incertidumbre….lo dicen los estudiantes. Como siempre, por otra parte.
Y al profe se le va de las manos y la clase, bautizada como La Ola,  se uniforma, crea nuevas normas cada día, se extiende y queda fuera de control en su marasmo de declaradas buenas intenciones e inconfesos objetivos. Una excelente metáfora que convertirá el instituto en un drama político de consecuencias inmedídas.
Tienen su brazo violento, su lado intelectual, su justificación emocional, sus símbolos deportivos, su logo como enseña inviolable.. y su líder imbatible “para barrer a los políticos de toda Alemania y arreglar las cosas”. Y si alguien quiere evitarlo (“Parad la ola” es el lema de dos solitarias conscientes del horror que se les viene encima) es culpable de asocialidad. Todo esto en el ámbito poco metafórico de un instituto alemán de secundaria.
Y eso es lo que puede ocurrir hoy y lo que quizá alumbren convicciones reaccionarias y medios de comunicación provocadores con eso de que “los políticos son todos iguales y culpables”. Cosa que es falsa, y que nunca oímos decir de los banqueros, los ricos, los directivos de grandes clubes de fútbol o los dueños de grandes corporaciones económicas o mediáticas. A los primeros podemos elegirlos y descabalgarlos entre muchas opciones distintas. A todos los demás, no.
Si el fascismo regresa, aunque muchos de sus hijos siguen aquí reclamando olvido para sus culpas y exigiendo venganza por las culpas (reales o no) de los demás,  no será con aspecto de fascismo clásico. Es, porque ocurre en el presente, con formas populistas y demagogas de siglas electorales. Incluso de apariencia bienintencionada que nunca ponen en cuestión a los amos del mundo y dueños de las cosas ni se rebelan ante el capitalismo global. Está pasando en la Europa a la que pertenecemos, donde cada día se deciden más cosas y donde puede alumbrarse un sueño (si se empuja) o una pesadilla (si no se impide).
La película La Ola fue rodada en 2008 en Alemania. Está basado en La Tercera Ola, novela de Morton Rhue publicada en 1981, que refiere a su vez un experimento del mismo nombre en un instituto de secundaria de California en 1967. Las fronteras geográficas solo matizan los procesos. Con las necesarias (y leves) actualizaciones, no se me ocurre mejor modo de explicar por qué el peligro del fascismo sigue siendo real. Lo explica excelentemente bien Henrich Mann en su novela El Súbdito (1951) en otra época y otro siglo. Pero en este experimento y esta película, el discurso es claro, revelador, contundente y “divertido”.
Vean la película, proyéctenla en su clase, en su centro, en su barrio… Y desconfíen de populismos coloristas y nuevas derechas que claman contra los políticos. El final siempre es el mismo.

domingo, 5 de enero de 2014

Mentirosos*

Una mayoría abandonada crea riqueza. Una minoría depredadora se la queda toda. No sé si no han entendido o les importa un carajo que si la pequeña industria no puede o quiere adaptarse al mercado globalizado ni asumir los valores de la modernidad capitalista mundial ni sus nuevas normas y sus viejos vicios, no es la pequeña industria la que debe morir,  sino su mercado el que debe irse a la mierda. Que si las tierras y las huertas y la nostalgia por tomates y manzanas que sepan y huelan a tomates y manzanas, no se ajustan a la modernidad de los supermercados de un señor valenciano del Opus que dice que vende barato, a los productos bajo plásticos y a las semillas transgénicas de una multinacional tóxica, son ellos los que deben desaparecer, no mi nostalgia ni la huerta ni la salud en forma de comida. Que si el servicio público, la cultura, salud, escuela y universidad universales, no pueden ser sostenidas por su política y su criterio moderno y global, no son los servicios los que hemos de eliminar, sino a ustedes y a quienes exigen el cumplimiento de sus falacias y les tienen a ustedes de mayordomos. Que si la luz y la energía de origen limpio y renovable no se sostienen a un precio bajo para todos y bajo control público, es a los dueños de las compañías y a ustedes a los que debemos expulsar. Y que si la mitad de las personas que hoy tienen 35 años nunca habrán trabajado los años necesarios para cobrar una pensión y quienes trabajan en torno a los 600-800€ mensuales jamás contaran con una vivienda, no hay que asumirlo sino pedirles cuentas. Que para eso son la presidenta y el presidente.
Pero ustedes no tienen ni idea de lo que significa ser un productivo y justo ciudadano que genera riqueza sin expoliar ni explotar. Su grado de petulancia, cinismo y desfachatez es de distancia lunar. No tienen ni idea ni les importa tenerla porque ustedes llevan 35 años viviendo de un sueldo que (incomprensiblemente) les paga el Pueblo. Ay, Pueblo! qué palabra tan antigua, qué raro les resulta oírla. Les diré pues ciudadanía aunque tan poco acaben de entender este concepto ilustrado, democrático y lleno de poder cuando se ejerce en su máxima expresión. La que les mola de verdad es súbditos: obedientes y crédulos, que depositan un voto cada cuatro años y creen que han ejercido así la democracia mientras ustedes perpetran sus servicios a la oligarquía y exhiben su ineptitud política.
Podría ponerme jurídico y elegante: Ustedes no atienden el art 128 de la Constitución que dice que “1.Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general. 2. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, lo cual les convierte a mis ojos en delincuentes éticos. Porque su moral es una patada en la boca a mi ética democrática y a la esencia de la democracia y la libertad, ambas reducidas a mera palabrería si no se asegura cierta equidad material y ciertos mínimos de bienestar.
Ah, se me olvidaba, mañana son los Reyes Magos, felicidades. Aunque a ustedes les va más el papel de yernos, infantas y tal.
*Publicado en El Periódico de Aragón el 5.01.14