viernes, 27 de febrero de 2015

Políticas concretas. Yo, candidato

Políticas concretas. Urbanas, reales. Distintas. Colectivas. Y hechas por la ciudad. Por eso soy candidato en las primarias de Ganemos Zaragoza, trabajo en ese proyecto nuevo desde julio y lo seguiré haciendo.
No es repetir posiciones compartidas por quienes queremos otro mundo respecto a problemas, injusticias, saqueos y actitudes antidemocráticas de muchos de los poderes y cargos que soportamos hoy. Se trata de construir respuestas reales, cotidianas y cercanas entre todas y todos. Las que transforman la ciudad por momentos que es el territorio natural der las personas. Donde trabajamos o buscamos trabajo, donde estudiamos a pesar de las constates agresiones al sistema educativo y universitario que nunca ha logrado ser del todo público ni universal, donde vivimos, nos trasladamos, amamos, sufrimos, bailamos y compramos pese a la insostenible y condena obsesión por los centros comerciales de la periferia que vacían los barrios y dificultan que las calles sean los espacios públicos de derechos y sociabilidad que necesitamos.
Las personas que habitamos en cada barrio, cada día, hemos de decidir qué, donde, cómo y por cuanto cambiamos el escenario de nuestra vida cotidiana. Y eso se hace con respuestas locales y prácticas a problemas globales colectivos de los que no se sale con respuestas genéricas ni individuales: los planes de vivienda digna para todos, la energía limpia a nuestro alcance, el modo de moverse por la ciudad como espacio de transportes limpios y para el peatón que sirvan a todos los destinos y de todos los orígenes; Eliminación de la pobreza; Una ciudad donde la cultura no sea un escaparate de autocomplacencia, sino donde la cultura de cambio y acceso universal, con profesionales trabajando en condiciones optimas y dignas y donde se mida el impacto social de su trabajo sin sometimientos mercantiles, tenga en la ciudad el mejor escaparate; la salud del medio y las personas y los animales. Y los dos ejes básicos con los que eso se construye y que construye eso que es Empelo de calidad y bienestar. Son los ayuntamientos los instrumentos con los que más, antes y mejor se cambian la vida de las personas
La ciudad de los promotores y las megalomanías que aún no hemos pagado, la del intercambio de favores entre los dueños de las cosas, ha de llegar a su fin. Eso requiere de un concepto urbano nuevo, de la democracia real en la ciudad que es la que te da o te roba tus derechos básicos, de un conocimiento exhaustivo de cada rincón de la ciudad y de un equipo entregado y obediente a la voluntad de la mayoría expresada en procesos permanentes de decisión, y capaz de sumar voluntades y crear mayoría sociales con el único purismo absoluto de la transparencia, la democracia, la ética y la ciudad de todas y todos donde si los recursos son públicos, también los sean las decisiones y los beneficios.
Planes de desarrollo integral de cada distrito, servicios sociales que respondan a los derechos y necesidades sociales sin políticas de caridad sino como derechos mínimos de educación, vivienda, alimentos y cultura. Un concepto de movilidad metropolitano que entienda que Zaragoza llega mucho más allá de Cuarte o Huesca, porque los hábitos y necesidades económicas y territoriales no terminan en la urbe conocida, sino que necesitan de su patrimonio natural y de vecindades positivas. Los proyectos de renovación no lo son si no asumen objetivos sociales y ambientales. Es la suma de los conjuntos la que hace una ciudad sostenible y compacta. En la ciudad difusa quien paga es la ciudad y el medio ambiente.
Las formas siempre transmiten valores. Por eso las políticas urbanas han de construir mezcla, uso, biodiversidad humana y natural para toda la ciudadanía. Lo otro es guetificación por recursos y un mero trabajo de apaño estético y esteticista que responde al negocio privado o surge de un peligroso intento de convertir una ciudad en un “bello museo”. No sirven los proyectos sin gente dentro ni criterios sociales y ambientales, participados, decididos y gestionados por y con la gente. Y para eso hay que ser gente. Sí, ya, sé que los somos todos, pero no todos ejercemos de iguales si uno se bunkeriza en un despacho, un súper sueldo o la verdad absoluta, o vive sirviendo a los intereses ajenos.
Gracias a quienes en privado y en público me habéis mostrado el apoyo y a quienes habéis votado o votareis el viernes on line, y a quienes lo haréis en urna el sábado 28. Las primarias abiertas de Ganemos Zaragoza son en sí mismos un hecho histórico en España. Un modelo. Saldrá necesariamente algo bueno de tanta gente junta dispuesta a construir a la vez otras cosas de otra manera. Y gracias a mi novio dispuesto a apoyar al que podría ser el primer responsable municipal gay de Zaragoza y de una gran ciudad española.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Autobuses rojos.

Los autobuses de Zaragoza eran verdes y los iban a pintar de rojo. Lo dijo un vecino sentado en una sofá amarillo de casa de mis padres en medio de una conversación que no recuerdo porque a mis siete años supongo que no me importaba nada. Sé que era hora de café, no sé que respondió mi madre, sé que el vecino dijo que empezarían a verse en una semana, no sé como siguió la conversación, y sé que ahí empezó todo.
Todo es mi oficio: contar, preguntar, saber, indagar, y buscar quien, qué y por qué. Y, convenientemente, cómo, cuando y donde. Las seis preguntas básicas que grabaría a fuego en mi cabeza. A mí me sorprendió que pudiera afirmarse con tanta seguridad un hecho para mi misterioso porque ese hombre no conducía autobuses ni los limpiaba de noche. Sin embargo, no había duda en sus palabras. Yo esperé inquieto hasta su marcha y cuando se fue, ocupe el sofá que él había dejado arrugado y caliente y pregunté:
-          Mamá, ¿cómo sabe él que los autobuses serán rojos?
-          Lo han dicho en la radio. Y lo ha visto en el periódico del bar.
Dijo visto, no leído. Pero a mí se me revelaron las claves de la vida. En la radio, además de poner las canciones que devoraba todo el día, sabían esas cosas. Y en el periódico, que en casa solo compraba mi padre los domingos, también. Así que eso era lo que yo tenía que hacer para saberlo todo, la radio y el periódico (ni se me pasó por la cabeza pensar que había varios diarios y varias emisoras). Una revelación inmensa por cuanto definió ya mi vida y porque nunca antes la curiosidad había sido tan definitoria.
Yo no podría estudiar ni viajar fuera hasta que fuera un adulto muchos años después, porque entonces, como ahora, eran cosas vedadas a la gente con dinero y no a los hijos de los obreros de mi barrio, y empecé en el oficio con diecisiete años y el empeño con que un naufrago hace señales a un barco en el horizonte. Pero creo que ese fue el instante en que el periodismo deposito en mí su veneno. Para siempre.

lunes, 23 de febrero de 2015

Modelos de Ciudad*

La vieja Zaragoza siempre entendió su renovación como especulación, negocio y estética, y destruyó cada vez que creó. Atravesó los sesenta y los setenta exhibiendo la piqueta, la destrucción del patrimonio y la creación de guetos y colmenas obreras. También en democracia los viejos poderes han marcado su territorio como canes encelados y nos han colocado negocios turbios por propuestas de renovación, ladrillazos infames por la modernidad que nos iba a llevar al siglo XXI, y operaciones ridículas que pagaremos durante décadas. Y casi siempre se ha olvidado el conjunto como si fueran zonas abstraídas de la ciudad que no hubiera que trenzar entre sí, ecosistemas múltiples que cohesionados con el resto hacen crecer en calidad y cantidad a la ciudad, y si no se trenzan, la convierten en conjuntos separados e inconexos que dificultan la convivencia, el aprovechamiento y la sostenibilidad, y encarecen servicios.
Esos conjuntos no tendrán ningún éxito sino asumen que un modelo urbano no se diseña sin gente dentro, y sin sus necesidades y sus espacios públicos donde ejercer los derechos ciudadanos del siglo XXI de felicidad y diversidad, y los derechos básicos materiales y de igualdad para limar las desigualdades de origen. Y desde luego, sin una de las claves de la democracia que es la participación: diagnosticar, proponer y decidir juntos. Sin la última acepción será otro de los paripés del márquetin político pero no la clave de la construcción de una ciudad democrática.
En ese proceso juega un papel esencial el comercio. Las calles (y no los viales) son los espacios básicos de relación que hacen ciudad y para que cumplan con esa función es imprescindible un tejido comercial que haga dinámico el espacio público pensado para todos y todas. Cuando esto no ocurre y se rompe la lógica entre el diseño y la realidad cotidiana, es la realidad la que impone sus condiciones. Y entonces, descubrimos el precio real de la obsesión por los centros comerciales a modo de los mall estadounidenses (cuyo modelo urbano y estilo de vida estaba a años luz de los nuestros) y los centros nórdicos en climas extremos. Ideas como Puerto Venecia han desmantelado buena parte del dañado comercio autónomo de proximidad que sufre atentados constantes en forma de subidas de IVA y de planificación errónea. Cada empleo generado en estos centros ha matado dos en las tiendas de barrio, los salarios sujetos a convenio de gran superficie son más bajos y los empleos mas precarios y estacionales, los impuestos menos rentables a la ciudad y con un sobre coste urbano y ambiental impagable en forma de CO2, gasto energético, servicios públicos evitables y el desmantelamiento del comercio tradicional que puede ser igual de atractivo y moderno y que hace ciudad, mientras el complejo periférico la deshace. Eso sin contar con los lamentables atascos que bloquean Torrero y La Paz en festivos y fin de semana. Solo recordemos un centro comercial que hundió a otro, PLAZA, planificado por otra administración como si pudieran hacer política a solas.
Incluso las grandes extensiones de grandes marcas pueden ser planificadas de otro modo pensando en términos de ciudad global. Más aún en tiempos de comercio on line en los que el 30% de las compras se hacen por internet. En muchos casos, estos centros atraen a los infinitos paseantes locales y foráneos (que compren es otra cosa) y que podrían serlo en zonas consolidadas no fragmentarias asegurando así su vitalidad y su seguridad.
“La ciudad es un libro que se lee con los pies” canta Quintín Cabrera. Un modo poético de decir que cuanto más subes en las esferas del poder, menos sabes de la ciudad porque las ciudades globales como la nuestra son demasiado complejas para conocerlas al detalle desde arriba y tomar decisiones desde el centro y el aire. Y cuanto más bajas en el compromiso cívico, menos vuelas para poder ver el conjunto. Son las gentes de cada rincón quienes lo conocen, sienten y pueden decidir. Un barrio no es introvertido ni autosuficiente ni una célula autónoma. Tampoco es un trozo de la ciudad. Es un conjunto que interactúa con otros conjuntos. Por eso aterran locuras como ArcoSur, fruto de procesos especulativos de intereses privados que le cuestan a la ciudad demasiado caro y en el que se ha dejado a 5.000 personas en condiciones de servicios peores que sus iguales en otros barrios, cuando solo un tercio de las viviendas ahí proyectadas hubieran servido para renovar barrios como Delicias, las Fuentes o Torrero sin coste para la ciudad que está vaciando su centro.
Sufrimos incapacidades como la postExpo y su recinto, nacido sin proyectos reales y sostenibles posteriores, con iconos inútiles, fruto de megalomanías sin un proyecto global para las siguientes décadas con recursos limitados. Sufrimos brillantes contenedores culturales sin continente definido. Y no se ha planteado la imperiosa necesidad de ordenar la renovación de los barrios obreros diseñando su propio plan estratégico. Y ahora que la mayoría se sube al carro repentino de la participación tras años imponiendo caprichos interesados, aún no se entiende cómo desarrollar un concepto de movilidad metropolitano que entienda que Zaragoza llega mucho más allá de Cuarte o Huesca, porque los hábitos y necesidades económicas y territoriales no terminan en la urbe conocida, sino que necesitan de su patrimonio natural y de vecindades positivas. Los proyectos de renovación no lo son si no asumen objetivos sociales y ambientales. Es la suma de los conjuntos la que hace una ciudad sostenible y compacta. En la ciudad difusa quien paga es la ciudad y el medio ambiente.
Las formas siempre transmiten valores. Mientras no seamos todos y todas las que decidíamos qué, cómo y dónde, la ciudad no será de todos.
*Publicado en AragónDigital el 22 de febrero 2015

domingo, 1 de febrero de 2015

The Hole (agujero)*

El ministro Wert tiene un modelo para la universidad española, clasista, limitado, caro, y muy british. Pero no british como The Clash, la histórica huelga minera y Jane Austen. Sino british como los personajes de Donwton Abbey, la ginebra de la reina madre y Margaret Thacher. Un sistema que define en dos el nivel, los resultados y las oportunidades de los estudiantes en función de su origen y la cartera de sus padres y madres y que cuestiona la esencia y el concepto mismo de universidad pública. La reducción de cursos en las carreras, los masters (de pago) obligatorios y el aumento de tasas y de todo lo demás de los decretos Wert (que son los decretos del PP y su insuperado clasismo), significan la limitación de las oportunidades de origen y destino para todos y la desigualdad como concepto.
Los ingleses lo llaman “closed shop at the top” y significa que la inmensa mayoría de los puestos en política, comunicación, judicatura, economía donde se toman las verdaderas decisiones, están “reservados a la élite”. Élite de origen y de educación privilegiada donde se forja la experiencia, la educación, los contactos y las prebendas frente a un sistema público en desmantelamiento. En el Reino Unido y en el resto de los países hacia abajo. Porque a lo que se va a los centros educativos privados de élite, a las aulas poco pobladas de muchas universidades privadas y a los masters impagables para la mayoría (que se van a hacer obligatorios) no es solo a aprender y formarse, sino a forjarse. Es decir, a mantener las amistades familiares, hacer agenda con los de tu nivel, contactos, alianzas, establecer relaciones convenientes y mantener el ejercicio del poder entre “los nuestros” para ocupar en el futuro inmediato los puestos de decisión en todos los niveles.
Según el Observatorio de Estudios Universitarios, España está entre los seis países europeos con las universidades más caras y con menos ayudas aproximándose a velocidad de cierzo al modelo británico en precios y exclusividad (con los peores datos de la UE sobre bienestar social como consecuencia de sus políticas de desigualdad) donde no se considera la universidad tanto un beneficio para la sociedad como un beneficio personal. Perdemos un científico de cada cinco en la Universidad y en los centros del CSIC que en los últimos cinco años han sufrido el recorte de más del 50% de la inversión pública y el colapso de los investigadores y sus proyectos, y la imposibilidad de capturar o mantener el no poco talento que tenemos.
Las decisiones de este calibre que el gobierno toma a solas, incapaz de acordar nada con nadie porque tiene muy claro a qué principios está sirviendo, son de una importancia histórica. Tendrán consecuencias muy serias en el tiempo a pesar de que futuros gobiernos quieran y sepan cambiarlas porque habrán tocado en su centro vital a generaciones enteras a las que cercenan derechos y oportunidades. Aunque mañana vuelvas a desayunar todos los días, a contar con un equilibrado sistema educativo o estrenar un sistema de protección igualitario, nunca rellenas el agujero que te hicieron. Es como el sueño: si lo pierdes, ya lo has perdido. O en british, The hole, aunque sin consonancias eróticas.
*Publicada en El Periódico de Aragón el 01.02.15
**Imagen captada de lasexta.com