martes, 10 de marzo de 2015

La poesía

Hace décadas, (en los últimos 80´s) la primera vez que yo pude intentar tomar alguna decisión en un programa de radio, cree un espacio radiofónico semanal llamado “Los Ojos de Elena”, junto a un entonces joven poeta que bautizó así el espacio por su novia de entonces y los versos que le había dedicado en un panfleto grapado y distribuido por él mismo en los pasillos de su instituto, del mío y en los bares. En aquellos años, se “editaba” uno así, y resultaba el colmo de la elegancia si conseguías poner tapas de cartulina a tu publicación. Pero no importaba. Lo que importaba era que un joven de 16 años se atrevía escribir versos y mostrarlos en público, a proferir sus gustos poéticos y a leer versos propios y ajenos en antena y a mantener acaloradas, y a menudo incompresibles, discusiones sobre poesía. Hacía falta interés y amor a los versos (y un poco de valor para ir a contracorriente de tu época, tu generación y tus mayorías, pero eso siempre se nos da muy bien a algunos) para defender y mantener en antena, en una radio comercial atorada de publicidad, rancios prejuicios y "éxitos musicales” fabricados, un espacio como aquél. El poeta era Josema Carrasco (tengo su permiso para citarlo), hoy ilustrador de oficio, buscando con imágenes gráficas la misma provocación que buscaba entonces con los poemas.
Pero el caso es que duró dos años y cuando, años después, dirigí mi propio programa diario, ya en SER-Aragón, convertí ese amor por la poesía en la lectura de varios versos diarios, con su título y su autoría, después de la una de la tarde. Entre el boletín informativo y una larga entrevista, y justo antes de unos compases de eso que llaman música clásica, otro atrevimiento. Un atrevimiento que mi comprensivo jefe nunca entendió ni compartió pero siempre respetó como una de mis locuras de “agitador de éxito” según sus palabras.
Esos tres minutos diarios dedicados a leer poemas en voz de dos maravillosas compañeras, hoy también en otras tareas lejos de la radio, generó pronto una especie de admiración entre quienes recibían la poesía con aclamaciones, y una sorpresa nunca superada entre quienes consideraban una estupidez o una horterada o una decisión fuera de sitio, semejante cosa. Pero incluso entre quienes no admiraban el poder de los versos bien dichos, se corrió, creo, una especie de respeto por los poetas y la poesía teñidos de incomprensión ante ese uso de las palabras.
Nunca ya he vivido sin versos. Los de otros. Y leo y escucho y declamo (sin rimbombancias ni gestos de moribundo) en un escenario o en un bar siempre que puedo.
Supongo que ahí reside el valor de los versos: en su poder de epatar, sorprender, impactar o desequilibrar a quien los oye. A veces incluso de apaciguar, pero este no es el fundamento de la poesía como no lo es de la música; si no agita tus emociones, es que algo falla. Sí puede ser, en mi opinión, clarividente. O política. O militante. O procaz. O guarra. O soez. O clara y liberadora. O lacónica. O avezada. O inquietante. O reveladora. O confusa. O romántica. No soporto que sea meliflua, relamida, traicionera, trompetera (que suene como una aclamación patriótica) fácil, redicha, efectista o pura pirotecnia demodé. También puede ser crónica de la vida real o de los sueños. Puede ser expresión de pensamientos avanzados o reflejo de lucidez o locura.
De un modo arrebatado, no sé si arrebato de locura o de lucidez, Emily Dickinson escribe: Mucha locura es divina cordura para una mirada sagaz. Mucha cordura, la más rematada locura. En esto, como en todo, prevalece la mayoría. Asiente y te consideraran cuerdo. Disiente, y de inmediato serás peligroso y atado con cadenas. Pensamientos similares han escrito muchos otros poetas y filósofos (y poetisas y filósofas aunque con evidente punto de vista distinto derivado de su marginal papel social y el hecho de ser víctimas del patriarcado) pero seguramente no con la contundencia y la hermosura que estos versos ofrecen.
Así que el día en que oigo a alguien con normalidad, sin gestos relamidos y forzados de declamante cutre, hablar de poesía, ver que la lee, o que la cita o que la escribe o la edita o la rapea, o la compra y la vende en una librería (tan abandonadas ellas y tan escasas de versos), o la oye porque hay canciones cuyas letras son poemas sublimes, o la roba o la toma prestada en una biblioteca pública (tan abandonadas ellas y tan escasas de versos) siento (no creo porque los ateos no creemos) que aún sirve como instrumento vital y que en los humanos queda restos de esperanza. Y si no, también siento lo mismo, porque hay muchos humanos formidables que (aún) no han sentido un verso en su vida, y muchos poetas verdaderos cabrones.
La poesía también te enseña cinismo. Lo que aún no me ha enseñado es a olvidarme de ella.
 
*FOTO extraída de educarm.es