sábado, 21 de marzo de 2015

Un Hijo. Palomas lo ha vuelto a hacer

Es posible que los niños y niñas puedan saber más que los adultos presuntuosos, congelados, estáticos y prejuiciosos. O sea, la mayoría. Guille es un niño normal al que su padre y su seño se empeñan en ver demasiado sensible. Su padre sospecha, le quiere de un modo brusco y no está dispuesto a transigir con las palabras y consejos de la seño o la orientadora del cole. Guille no tiene a su madre cerca. Tiene a una amiga con su propio micromundo de adultos estúpidos, presuntuosos, estáticos y prejuiciosos, y tiene a Mary Poppins (“pero la de verdad, la de la novela, no los trozos de yuliandreius”) y los dibujos semanales que servirán como pistas obvias (pero no para los adultos que piensan como tales) en el devenir de la novela.
Prepara con su amiga el festival de navidad del cole entre las soledades infantiles y las responsabilidades que no vemos pero los niños sienten, el peso de su mundo y el peso del mundo que les construimos encima sin pensar si es el que les corresponde, el que quieren o el que pueden soportar.
Pero no es una novela sobre niños y sobre adultos incomprensivos. Solo lo parece. Bajo el aparente tono infantil y fácil en la superficie, Un Hijo es una novela de amores y faltas y, una vez más, de silencios donde debería haber palabras, de paternidades confusas, y de capacidades extraordinarias para sentir en medio de un vendaval de emociones que todo el mundo debería ver pero que, al parecer, nadie ve. Hasta que Guille consiguen que vean lo que tienen delante.
Es verdad, como se ha dicho y escrito, que te anuda el corazón, que te atranca la garganta y que te hace saltar las lágrimas. A mí me pasó. Va in crescendo, sube la tensión, la angustia, la pena… pero Guille es un  niño maravilloso como sólo pueden serlo los niños y niñas a los que escuchan con los oídos y más. Y Palomas es un novelista excepcional que, en este caso, nunca se sale del tono aparentemente fácil, personal y definitorio de cada uno de los personajes que narran (Guille, su padre, su seño y su orientadora) que mantiene la tensión sin hacer saltar la espita final. Huye del exceso y del melodrama fácil y espasmódico, porque cuenta emociones y situaciones tremendas sin forzar por ello las palabras. Las muestra. Y las sitúa en contextos claros y reconocibles.
Y cuando dejas de llorar, que lloras, es por qué llega la liberación. Escuchas a Guille. Lo ves. Y a su amiga. Y a su padre lo ves porque escuchar a quien no se lleva bien con las palabras no es fácil. Y entonces, Guille se queda para siempre en tí con tanta carne y tan real como cualquier otro niño de tu vida. Hace dos semanas que la leí y aquí sigue Guille. Sin intención de irse. Las lágrimas sí se fueron porque Palomas tiene muy medido el límite de la emoción.
Verán cuando terminen por qué esta es una novela supercalifragilisticoespialidosa. Y tremenda.