No hay políticas estables y ordenadas del libro. Y las necesitamos con
urgencia. La Comunidad Autónoma y el estado han abandonado su responsabilidad. Los
procesos innovadores de la enseñanza y aprendizaje de la lectura
suelen estar fragmentados, no forman parte de los proyectos de muchos centros
educativos y se viven como una experiencia aislada. Y sin planificación ni
coherencia en los pasos de etapas educativas. Y debe ser algo que vaya mucho más allá de los niveles
de comprensión lectora en las aulas como medida educativa aunque su relación
sea estrecha. La ciudad necesita un plan al respecto.
Las políticas para el libro tienen que ver con la asunción en las agendas
mentales, en los hábitos mayoritarios y en las señas de identidad de la
sociedad, de la lectura. Una ciudad que se precie, más si es una ciudad como
Zaragoza que agrupa al 55% de la población aragonesa en el 5% de su territorio,
debe hacer toda la política de creación y acceso universal a la cultura de la
que sea capaz. Tenemos un potencial indiscutible, librerías independientes
premiadas, reconocidas e incansables en su tarea imparable de sembrar semillas
de inquietud intelectual y de agitar ánimos y conciencias en torno a los libros
que la crisis y la apuesta oficial por la banalidad cada día ponen más difícil.
Contamos con veinticuatro bibliotecas municipales públicas, más la de Aragón
perteneciente a la DGA, dirigidas por animosos y animosas profesionales,
paradigma del empleado público entregado a su tarea casi siempre más allá de lo
que se le pide. Tenemos un número creciente de autores y autoras locales de
reconocimiento nacional e internacional, ilustradoras e ilustradores de un
nivel excepcional, escritoras y escritores juveniles bien vendidos, varias
editoriales aunque estén rozando la supervivencia, cinco teatros estables (cuya
herramienta principal es la palabra escrita) aunque dos de ellos estén al
límite de sus fuerzas, clubes de lectura, activos poetas y grupos poéticos, y
un número grande de personas que leen todos los días o todas las semanas.
Pero los números de ventas de libros
descienden en un 10% y las personas que no leen nada confesadamente (si la sinceridad
es puesta en cuestión, a lo peor los datos son más alarmantes) llega al 46%. El 14% lee al menos una vez al trimestre y el 40,4% dice leer
casi todos los días. Pero hay una mitad de la población inhábil en la lectura
frecuente y comprensora y hemos dejado de surtir debidamente a las bibliotecas. La Federación de
Librerías achaca estos malos datos a la llamada “crisis económica”, la “ausencia de políticas educativas que
conciencien a la sociedad de la importancia de la creación intelectual, el descenso
o supresión de las ayudas a las familias y la reducción de fondos para
bibliotecas públicas”. Una de sus
terribles consecuencias es el modo
en que hacemos uso del lenguaje, destrozado,
reducido y pervertido por su falta de uso hasta el punto en que se dificulta la
comunicación política y sentimental con quien no es capaz de entender el
significado real de las palabras.
La cultura contemporánea tiene otros
formatos, los ebook crecen (menos de lo que se vaticinaba con IVA al 21%), los
precios suben, las editoriales quiebran, las ediciones se reducen y nos inundan
libros no escritos por quienes los firman y con un cariz televisivo poco
cercano a la literatura. Los videojuegos y la cultura digital y audiovisual
pueden ofrecen juntas muchas de las artes modernas, desde la imagen y la música
hasta la literatura y el diseño, y las opciones de soporte crecen. Pero el
libro y las bibliotecas siguen siendo un elemento indispensable (repitan la
palabra al menos tres veces seguidas) para la difusión del conocimiento y la
universalización del saber. También para la mejora de la ciudadanía y la
pacificación y elevación de la convivencia y la diversidad (uno de los fines
que algunas atribuimos a la cultura). Un vehículo por ahora irremplazable para
la comprensión del mundo.
Por eso es fundamental ampliar en
número, dotaciones, servicios, horario y condiciones a las bibliotecas en
varios idiomas, reordenar sus funciones, reactivar sus actividades con medios
materiales que apoyen el trabajo de sus profesionales, extenderlas allá donde
se generen barrios nuevos al mismo tiempo que el agua, la luz, la recogida de
residuos y los equipamientos educativos y de salud (que tampoco se aportan) en
un Nuevo Plan de Bibliotecas, discutido y participado por toda la ciudad, que
forme parte de un Plan del Libro encaminado a la consecución de estos anhelos
en la práctica y al apoyo a librerías independientes, lectores y lectoras, la
creación literaria, la ilustración, su consumo crítico y su difusión.
Este Plan podría formar parte, lo
digo en condicional porque las discusiones abiertas y participadas mejoran las
ideas iniciales, de un Plan de Inmersión Cultural de la Infancia -que de
cualquier modo debemos crear- con todos los recursos materiales disponibles y
la implicación de artistas, educadores, creadores, espacios educativos y
espacios públicos, cerrados y al aire libre de la ciudad, para hacer de la
cultura una experiencia constante y permanente en los niños y niñas desde el
principio, por encima de los niveles económicos, socioculturales y afectivos de
sus familias, y que generarán un nuevo humus de convivencia y futuros creadores
y creadoras de cultura y, sobre todo, consumidores críticos de toda forma de cultura.
Es una inversión imprescindible y
urgente de largo recorrido para una ciudad creativa, justa e inclusiva que a
menudo no se ha tomado en serio la política cultural, más amigas de fastos y
fuegos de artificio que de la siembra constante, el abono y el humus para un
futuro crecimiento. En el marco de un Pacto de la ciudad por la Cultura y un
Plan Cultural financiado para la Década.
*Publicado en El Periódico de Aragón el 23.04.15