Idilio no se parece nada a su nombre. Es un remoto y diminuto pueblo amazónico nacido de los vanos engaños del gobierno para hacer que nuevos colonos pudieran con la selva a cambio de propiedad, herramientas, formación y ayuda para convertir las riberas de sus caudalosos ríos, en campos y huertos domesticados. Está en la región de los indios shuar, salvajes, cooperativos, fuertes y muy orgullosos, que aquí desconocemos como jíbaros. En El Idilio vive Antonio José Bolívar Proaño, un solitario demasiado raro y valiente como para ser blanco y demasiado blanco para ser shuar y ser reconocido por la selva. Un día, José Bolívar decide dedicar sus noches a leer novelas de amor, de las que cuentan historias de “amor verdadero, del que hace sufrir”. Lee cuatro por año y se las suministra su amigo Rubicundo Loachamín, dentista nómada a lomos de una barcaza, que saca dientes anestesiados con un buche de aguardiente y una diatriba constante contra el gobierno. Bolívar se enfrenta a la única representación del gobierno en El Idilio, en forma de alcalde, para eliminar una hembra de tigrilla, muerta de dolor porque los cazadores insaciables han matado a sus crías. No entienden que han roto un equilibrio irreparable. Son los indios shuar los que amarán y acogerán a Bolívar y le enseñaran como tratar, entender y vivir en la selva, a la que los despiadados blancos creen dominar por estar armados hasta los dientes y desarmados de corazón.
Un viejo que leía..... es una novela fascinante, esperanzadora, ecologista, critica y moral. Moral en el sentido mas didáctico de la palabra porque el tono claro, hermoso y emocionante que exhibe, hace que las aventuras de José Bolívar queden en el corazón de un amante de la literatura, en la mente de un ciudadano incómodo en el mundo, y en el alma de un ser vivo consciente de ser parte de la tierra viva.
Sepúlveda (Ovalle, Chile, 1949) es un exiliado chileno sin patria. Periodista, navegante, escritor y militante ecologista. Un tipo serio y muy viajado que salió huyendo del Chile que Pinochet llenó de celdas, miedo y muertos, con destino a Buenos Aires, y que acabó llegando a Holanda. Ahí se hizo periodista y locutor; en Alemania, miembro activo del Partido Verde; en Cuba escribió; en Nicaragua fue guerrillero sandinísta contra Somoza; y en Asturias se enamoró y empezó a publicar en serio casi toda su obra ya escrita y que había creado a partir de sus experiencias y sueños, y que utilizó par conjurar la soledad y sus deseos de un mundo mejor, al menos distinto, que ya sería algo. Antes había sido grumete en un barco ballenero que sigue repudiando, y durante varios años dirigente de Greenpeace en cuyos barcos dirigió campañas internacionales que aun sigue llevando a cabo para España y Chile, sobre todo.
Sepúlveda cuenta que casi todas sus novelas estaban ya escritas o pergeñadas antes de que la primera encontrara editor. Lo hizo porque no quería lanzar un libro suyo al mundo sin que le siguieran otros de los que estuviera orgulloso. Ha publicado también relatos y novelas cortas, y un cuento infantil que escribió para su hijo, Historia de una gaviota y del gato que le enseño a volar, en la que en realidad traza una hermosísima historia de cooperación y valor, de tono ecologista, que los adultos deberíamos tener en la mesilla. Luis Sepúlveda fue colaborador de El País Semanal durante un par de años publicando una suerte de crónicas noticiosas de viajes y opinión espléndidas, que luego tomaron forma de libro bajo el titulo de Patagonia Express e Historias Marginales. Esta novela es un canto a la resistencia moral y vital de quienes aman la tierra y el equilibrio.