miércoles, 9 de mayo de 2012

Sueño de finanzas y preguntas tontas con respuestas inexistentes

Me desperté ayer antes de lo normal. Vociferé en la ducha el Nessum Derma de Turandot de Puccini con la tranquilidad que da no tener público ante el que hacer el ridículo. Debía ser una reacción inconsciente crecida hasta el paroxismo porque cuando llegue al final entonando Vinceró, Vinceroooo, me sonó más apropiado que un venceremos proletario para una batalla final. Tenía la sonrisa puesta y las ganas excesivas y me tomé dos tazas de te en vez de una. Metí en mi bolsa la carpeta azul donde en mi casa me guardan y ordenan papeles de Hacienda y del banco para combatir mi alergia e incapacidad para el orden burocrático a pesar de condición de autónomo desde hace 22 años, y tomé el tranvía para bajar al banco que acababan de abrir. Habían diseñado de rosas ácidos y blancos su imagen corporativa para rentabilizar las ganas de tanta gente por verlo abierto.
Hice cola unos diez minutos, pero la hubiera hecho de diez horas para ser uno de los primeros en traspasarle mi ridícula e inconstante cuenta a un banco tan esperado. Vi por fin, que había gente logrando créditos decentes para abrir negocios, sanear microempresas e incluso comprar casas sin vergonzosos intereses. Hasta coincidí alegremente con una mujer de más de 50, despedida hace tres, en el trance de montar su propio puesto de fruta en el nuevo Mercadillo de Valdespartera desde entonces mientras, por fin, firmaba su préstamo con los ojos arrasados.
Abandonar mi banco y dejar de aportar, por escasa que fuera, mi cuota de beneficio a los culpables de la crisis, a los que durante años se volvieron locos con los prestamos, a quienes se inventaron marcas blancas de prestamos de usura para inmigrantes desesperados, a quienes ahora negaban los prestamos a cualquier emprendedor o hipotecas para adquirir vivienda, y pagar comisión por cualquier cosa que debiera ser un servicio por contar para sus trápalas con mi dinero, me produjo una felicidad inmensa.
No habían tenido valor para nacionalizar la banca que nos ha hundido y a la que hemos insuflado miles de millones de euros de dinero público. Pero habían creado una banca pública para abandonar a los especuladores financieros a su suerte. Por fin. En ella se pagaba el sueldo de los trabajadores públicos, y con ella se intervenía el mercado financiero y el hipotecario para dejar al descubierto la desvergüenza de una banca culpable que es la única que se va de rositas en la crisis mientras arrastraba a la ruina microempresas, trabajadores y países. “Con la indemnización del sinvergüenza de rato -decía una jubilada en la cola- mi barrio entero vive y se va de vacaciones durante varios años”.
Luego me desperté. Es lo que tienen los sueños, que habitan mundos de fantasía donde los buenos ganan y los límites de la realidad no son barreras para tus quimeras, pero solo duran un rato. Luego, solo queda la voluntad.
El sueño se me venía repitiendo en los últimos meses y, ahora, mezclado en la nebulosa del despertar, se convertía en una maldición. Iba corriendo a por mi periódico en la puerta y ponía la radio desquiciado por poder oír respuestas dignas a preguntas lógicas:
¿Ira a la cárcel Rato?
Pagarán por la impresentable gestión de Bankia?
¿Esos 11mil millones de euros son de los que le quitamos a la escuela porque "no los había"?
¿Quién va a dar explicaciones por la indecente fusión de seis cajas mal heridas y robadas, cinco de ellas en manos del PP: Caja Ávila/Segovia, Caja Rioja, Caja Madrid, Bancaja de Valencia, Caja de Canarias y Caixa Laietana, para crear Bankia llena de tóxicos?
¿Siguen premiados sus dirigentes y cobrando pensiones de nueve ceros tras su marcha?

Y, sobre todo, ¿por qué la gente que hacia ilusionada cola conmigo en el banco público recién abierto en mi sueño, y el resto del mundo, seguimos tragando?