miércoles, 25 de febrero de 2015

Autobuses rojos.

Los autobuses de Zaragoza eran verdes y los iban a pintar de rojo. Lo dijo un vecino sentado en una sofá amarillo de casa de mis padres en medio de una conversación que no recuerdo porque a mis siete años supongo que no me importaba nada. Sé que era hora de café, no sé que respondió mi madre, sé que el vecino dijo que empezarían a verse en una semana, no sé como siguió la conversación, y sé que ahí empezó todo.
Todo es mi oficio: contar, preguntar, saber, indagar, y buscar quien, qué y por qué. Y, convenientemente, cómo, cuando y donde. Las seis preguntas básicas que grabaría a fuego en mi cabeza. A mí me sorprendió que pudiera afirmarse con tanta seguridad un hecho para mi misterioso porque ese hombre no conducía autobuses ni los limpiaba de noche. Sin embargo, no había duda en sus palabras. Yo esperé inquieto hasta su marcha y cuando se fue, ocupe el sofá que él había dejado arrugado y caliente y pregunté:
-          Mamá, ¿cómo sabe él que los autobuses serán rojos?
-          Lo han dicho en la radio. Y lo ha visto en el periódico del bar.
Dijo visto, no leído. Pero a mí se me revelaron las claves de la vida. En la radio, además de poner las canciones que devoraba todo el día, sabían esas cosas. Y en el periódico, que en casa solo compraba mi padre los domingos, también. Así que eso era lo que yo tenía que hacer para saberlo todo, la radio y el periódico (ni se me pasó por la cabeza pensar que había varios diarios y varias emisoras). Una revelación inmensa por cuanto definió ya mi vida y porque nunca antes la curiosidad había sido tan definitoria.
Yo no podría estudiar ni viajar fuera hasta que fuera un adulto muchos años después, porque entonces, como ahora, eran cosas vedadas a la gente con dinero y no a los hijos de los obreros de mi barrio, y empecé en el oficio con diecisiete años y el empeño con que un naufrago hace señales a un barco en el horizonte. Pero creo que ese fue el instante en que el periodismo deposito en mí su veneno. Para siempre.